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MATEO 23, 1-12

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (23,1-12): facebook pq

1 Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

2 «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;

3 ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.

4 Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.

5 Todo lo hacen para que los vean: agradan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos;

6 les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,

7 ser saludamos en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente.

8 En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.

9 a Nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial.

10 No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.

11 Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,

12 porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

MATEO 23.12

Leer el comentario del Evangelio por Atribuido a San Macario de Egipto (?-390), monje Homilía 30,1-3. 

La vida comunitaria:«Todos vosotros sois hermanos»

        Qué es lo que hacen, los hermanos deben mostrarse caritativos y alegres los unos con los otros. El que trabaja hablará así al que ora: «El tesoro que mi hermano posee, yo lo tengo también, pues todo lo nuestro es común» Por su parte, el que ora dirá al que lee: «El beneficio que saca de su lectura me enriquece, a mí también». Y el que trabaja dirá aún: «Es en interés de la comunidad que yo cumpla este servicio.»

Los muchos miembros del cuerpo no forman más que un sólo cuerpo y se sostienen mutuamente cumpliendo cada uno su labor. El ojo ve por todo el cuerpo; la mano trabaja por los otros miembros; el pie caminando, los lleva a todos; un miembro sufre cuando otro sufre. He aquí como los hermanos se deben comportar los unos con los otros(cf. Rm12, 4-5). El que ora no juzgará al que trabaja porque no ora. El que trabaja no juzgará al que ora… El que sirve no juzgará a los otros. Al contrario, cada uno, que haga,  y actué para la gloria de Dios (cf.1Co 10,31; 2Co 4, 15)…

Así  una gran concordia y una serena armonía formarán «el vínculo de la paz» (Ef 4,3), que los unirá entre ellos y los hará vivir con trasparencia y sencillez bajo la mirada benévola de Dios. Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración. Además una sola cosa es condición: cada uno debe poseer en su corazón el tesoro que es la presencia viva y espiritual del Señor. El que trabaja, ora, lee, debe poder decir que posee el bien imperecedero que es el Espíritu Santo.

CUANDO ALGUIEN JUZGUE TU CAMINO PRÉSTALE TUS ZAPATOS

San Isaac de Siria
Sermón: Los bienes de la humildad
Sermones ascéticos, 1ª serie, n. 49.
«El que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12)

La providencia de Dios, que vela para dar a cada uno de nosotros lo que es bueno, ha hecho dirigir todas las cosas hacia nosotros para llevarnos a la humildad. Porque si te enorgulleces de las gracias que la providencia te ha dado, ésta te abandona y caes de nuevo… Debes, pues, saber que no es propio, ni de ti ni de tu virtud, resistir a las malas tendencias, sino que es solamente la gracia la que te mantiene en su mano para que no temas… Gime, llora, acuérdate de tus faltas en tiempo de prueba para que te veas liberado del orgullo y adquieras humildad. Mientras, no desesperes. Pide humildemente a Dios que perdone tus pecados.

La humildad, aunque sea sin obras, borra muchas faltas. Por el contrario, sin ella, las obras no sirven de nada; nos procuran muchos males. Por la humildad, obtén pues, el perdón de tus injusticias. Lo que la sal es para todo alimento, la humildad lo es para cualquier virtud. Puede romper la fuerza de numerosos pecados… Si la poseemos, hace de nosotros hijos de Dios y nos lleva a Dios incluso sin la ayuda de las obras buenas. Por eso, sin ella, todas las obras son vanas, son vanas todas las virtudes y son vanos todos los trabajos.

humildad calidad de persona

San Padre Pío de Pietrelcina
Escritos: Abandono y esperanza.
«Quien se humilla, será ensalzado» (Mt 23,12)

No dejes de hacer actos de humildad y de amor de cara a Dios y de los hombres. Porque Dios habla a aquel que tiene un corazón humilde ante él y lo enriquece con sus dones.

Si Dios te tiene preparados los sufrimientos de su Hijo y quiere que toques con tu dedo tu propia debilidad, es mejor hacer actos de humildad que perder el ánimo. Haz elevar a Dios una oración de abandono y de esperanza cuando tu fragilidad te causa caídas y agradece al Señor todas las gracias con que te enriquece.

humillado

Tomás de Kempis
Imitación de Jesucristo: Dios protege al hombre de corazón humilde II, 2.
« Quien se humilla será ensalzado» (Mt 23, 12)

Poco importa saber quien está contigo o contra ti. Ten más bien cuidado de que Dios esté contigo en todos tus pensamientos y acciones. Guarda la conciencia pura y Dios te defenderá. Si sabes callarte y sufrir, recibirás la ayuda de Dios. El conoce el tiempo y la manera de librarte; abandónate pues en Él. Es Él quien te ayuda y te libera de toda confusión.

A menudo es útil, para mantenernos en una mayor humildad, que los otros conozcan nuestros defectos y que nos los reprochen. Cuando un hombre reconoce humildemente sus defectos, desarma fácilmente a sus enemigos y gana sin pena a los que se la querían producir. Dios protege al hombre de corazón humilde: le ama y le reconforta, se inclina hacia él, le colma de su gracia y le hace en fin participar de su gloria. Es a él que le revela sus secretos; le invita y le atrae con suavidad. Las afrentas no turban la paz del hombre humilde, porque se apoya en Dios y no en seres mortales. No te imagines haber hecho algún progreso si te crees aún superior a tu prójimo.

San Juan Crisóstomo
Homilía: Algunas palabras causan lesiones mucho más profundas
Hom. sobre la Carta a los Romanos, n. 8 : PG 60, 464
«Todos sois hermanos» (Mt 23,8)

«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, dice Jesús, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20)… Pero ¿qué es realmente lo que veo? Los cristianos que sirven bajo el mismo estandarte, bajo el mismo jefe, se devoran y se desgarran: ¡unos por un poco de oro, otros por la gloria, algunos sin ningún motivo, otros por el placer de un buen nombre! Entre nosotros, el nombre de hermanos es una palabra vana…

Respetad esta mesa santa donde todos estamos convocados; respetad a Cristo inmolado por nosotros; respetad el sacrificio que se ofrece… Después de haber participado en dicha mesa y haber comulgado tal alimento, ¿Cogeremos los armas unos contra otros, cuando deberíamos armarnos todos juntos contra el demonio?… ¿Olvidamos este adversario, para lanzar nuestras flechas contra nuestros hermanos? ¿Qué flechas, diréis? Las que lanzan la lengua y los labios. No sólo hay flechas con puntas de hierro que hieren: algunas palabras causan lesiones mucho más profundas.

GOLPEAR DUELE

San Pascasio Radberto

Comentario: No se dejen arrastrar por la avidez de los honores

Comentario al evangelio de Mateo, 10,23

«Quien se humilla será ensalzado» (Mt 23,12)

Cristo no sólo encargó a los discípulos no dejarse llamar maestros y no querer ocupar los primeros puestos en los banquetes ni aspirar a otros honores, sino que él mismo dio en su persona el ejemplo y es modelo de toda humildad. Aunque el nombre de Maestro no le corresponde por complacencia sino por derecho de naturaleza, porque «todo subsiste en él y para él» (Col 1,17) por su encarnación nos ha comunicado una enseñanza que nos conduce a todos a la verdadera vida y, porque él es mayor que nosotros, nos ha «reconciliado con Dios» (Rm 5,10). Tal como nos dijo: «No aspiréis a honores, no dejéis que os llamen maestros» también dijo «yo no vivo preocupado por mi honor. Hay uno que se preocupa de eso» (Jn 8,50). Fijad vuestra mirada en mí, «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.» (Mt 20,28)

Ciertamente, en este pasaje del evangelio, el Señor instruye no sólo a los discípulos sino también a los jefes de la Iglesia, encargándoles que no se dejen arrastrar por la avidez de los honores. Al contrario, que «el que quiera ser grande entre vosotros», sea el primero en hacerse siervo de todos, como él. (cf Mt 20, 26- 27)

Santa Teresa de Calcuta
Escritos: Mi secreto es muy sencillo: La oración
El amor más grande, p. 1s
«El que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12)

No creo que haya nadie que necesite tanto de la ayuda y gracia de Dios como yo. A veces me siento impotente y débil. Creo que por eso Dios me utiliza. Puesto que no puedo fiarme de mis fuerzas, me fío de Él las veinticuatro horas del día. Y si el día tuviera más horas más necesitaría su ayuda y la gracia. Todos debemos aferrarnos de Dios a través de la oración. Mi secreto es muy sencillo: La oración. Mediante la oración me uno en el amor con Cristo. Comprendo que orarle es amarlo…

La gente está hambrienta de la palabra de Dios para que les dé paz, unidad y alegría. Pero no se puede dar lo que no se tiene, por lo que es necesario intensificar la vida de oración.

Sé sincero en tus oraciones. La sinceridad es humildad y ésta solo se consigue aceptando las humillaciones. Todo lo que se ha dicho y hemos leído sobre la humildad no es suficiente para enseñarnos la humildad. La humildad solo se aprende aceptando las humillaciones, a las que nos enfrentamos durante toda la vida. Y la mayor de ellas es saber que uno no es nada. Este conocimiento se adquiere cuando uno se enfrenta a Dios en la oración. Por lo general, una profunda y ferviente mirada a Cristo es la mejor oración: yo le miro y Él me mira. Y en el momento en que te encuentras con Él cara a cara adviertes sin poderlo evitar que no eres nada, que no tienes nada.

San Benito, abad
Regla Monástica: Toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia
Regla monástica, c. 7
«El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11)

La sagrada escritura, hermanos, nos dice a gritos: “Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Con estas palabras nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia. El profeta nos indica que él la evitaba cuando nos dice: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad” (Sal 130,1)… Por tanto, hermanos, si es que deseamos ascender velozmente a la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar a la exaltación celestial a la que se sube a través de la humildad en la vida presente, hemos de levantar con los escalones de nuestras obras, aquella misma escala que se le apareció en sueños a Jacob, sobre la cual contempló a los ángeles que bajaban y subían (Gn 28,12). Indudablemente, a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Pues, cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo.

Y así, el primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite por todos los medios echarlo en olvido; que recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado… Y para vigilar alerta todos sus pensamientos perversos, el hermano fiel a su vocación repite siempre dentro de su corazón: “Solamente seré puro en su presencia si sé mantenerme en guardia contra mi iniquidad”(Sal 17,24). En cuanto a la propia voluntad, se nos prohíbe hacerla cuando nos dice la Escritura: “Refrena tus deseos”. También pedimos a Dios en la oración “que se haga en nosotros su voluntad” (Si 18,30)…

Luego si “los ojos del Señor observan a buenos y malos”, si “el Señor mira incesantemente a todos los hombres, para ver si queda algún sensato que busque a Dios” (Prov 15,3; Sal 13,2)… Cuando el monje haya remontado todos estos grados de humildad, llegará pronto a ese grado de “amor a Dios que, por ser perfecto, echa fuera todo temor”; gracias al cual, cuanto cumplía antes no sin recelo, ahora comenzará a realizarlo sin esfuerzo, como instintivamente y por costumbre… sino por amor a Cristo, por cierta santa con naturaleza y por la satisfacción que las virtudes producen por sí mismas. Y el Señor se complacerá en manifestar todo esto por el Espíritu Santo en su obrero.

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LUCAS 17, 20-25

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (17,20-25):

20 Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente,

21 y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre ustedes».

22 Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.

LUCAS 17.20-21

23 Les dirán: «Está aquí» o «Está allí», pero no corran a buscarlo.

24 Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.

Lucas 17.24

25 Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.

COMENTARIO:

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 277-281

Rezamos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: «venga a nosotros tu Reino».

Pero este Reino es imprevisible, está oculto, pero ya está actuando: en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: «bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos».

Seguimos teniendo una tendencia a lo solemne, a lo llamativo, a nuevas apariciones y revelaciones y signos cósmicos. Y no acabamos de ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano. Al impetuoso Elías, Dios le dio una lección y se le apareció, no en el terremoto ni en el estruendo de la tormenta ni en el viento impetuoso, sino en una suave brisa.

El Reino está «dentro de vosotros», o bien, «en medio de vosotros», como también se puede traducir, o «a vuestro alcance» (en griego es «entós hymón», y en latín «intra vos»). Y es que el Reino es el mismo Jesús. Que, al final de los tiempos, se manifestará en plenitud, pero que ya está en medio de nosotros. Y más, para los que celebramos su Eucaristía: «el que me come, permanece en mí y yo en él».

Tomás de Kempis
Imitación de Jesucristo: Permanecer en el Reino de Dios.
Libro II, c. 1, 2-3
«El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21).

“El Reino de Dios está en medio de vosotros” (Lc 17,21), dice el Señor. ¡Conviértete de todo corazón a Dios, olvida el mundo y tu alma encontrará el reposo! Ea, pues, alma fiel prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque Él dice así: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,23). Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero «Jesucristo permanece para siempre» (Jn 12,34), y está firme hasta el fin. ¡Aprende, ante todo, a recogerte en tu interior y verás que el reino de Dios viene a ti! Porque el reino de Dios es “paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Esta alegría no se da a los hombres sin fe. Cristo viene a ti y te hará experimentar su consuelo si le has preparado dentro de ti una morada digna de él. “Ya entra la princesa, bellísima…” (Sal 44,14) Le gusta habitar en el interior. Al hombre interior, Dios le concede frecuentes visitas, conversaciones y consuelos, una gran paz y una familiaridad que confunde. Ea, pues, ¡prepárate para que se digne habitar en tu interior! Porque “el que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14,23).

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.

«No tienes aquí domicilio permanente» (Hb 13,14). Dondequiera que estuvieres, serás «extraño y peregrino» (Hb 11,13), y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido a Cristo.

AUNQUE LA VIDA TE DE MIL MOTIVOS PARA RENUNCIAR, DIOS TE DA MIL Y UN MOTIVOS MÁS PARA SEGUIR ADELANTE

Santa Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Escritos: Reconocer dentro la presencia de Cristo.
Manuscrito A, 83 vº.
«El reino de Dios no viene aparatosamente» (Lc 17,20).

Lo que me sostiene en la oración es, por encima de todo, el evangelio; hallo en él todo lo que necesita mi pobrecita alma. Siempre descubro en él luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos…

Comprendo y sé por experiencia, que el reino de Dios está dentro de nosotros. Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas; él, el doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras…Nunca le he oído hablar, pero sé que está dentro de mí. Me guía y me inspira a cada instante lo que debo decir o hacer. Descubro, justamente en el momento en que las necesito, luces que hasta entonces no había visto. Y las más de las veces estas ilustraciones no son más abundantes precisamente en la oración, sino más bien en medio de las ocupaciones del día…

Orígenes, presbítero
Tratado: Venga tu reino.
Tratado sobre la oración, 25; GCS 3, 356.
«El reino de Dios está en medio de nosotros y dentro de nosotros» (cf. Lc 17,21).

Como dice nuestro Señor y Salvador: «el reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros», pues «la Palabra está cerca de nosotros, en los labios y en el corazón» (Dt 30,14). Cuando pedimos que venga el reino de Dios, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que estos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23).

Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el apóstol Pablo, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue «a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo para todos» (1Co 15,28). Por esto, Rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino» (Mt 6,9).

Isaac el Sirio, monje
Sermón: Signos del Reino en nosotros.
Sermones ascéticos, 1ª serie.
«Como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día» (Lc 17,24).

Los demonios temen, pero Dios y sus ángeles desean el hombre que con fervor busca a Dios en su corazón día y noche, y echa lejos de él las agresiones del enemigo. El país espiritual de este hombre puro en su alma está dentro de él: el sol que en él brilla es la luz de la Santa Trinidad; el aire que respiran los pensamientos que le habitan es el Santo Espíritu consolador. Y los santos ángeles están siempre con él. Su vida, su gozo, su alegría es Cristo, luz de la luz del Padre. Un tal hombre se alegra constantemente al contemplar su alma, y se maravilla de la belleza que ve en ella, cien veces más luminosa que el resplandor del Sol.

Es Jerusalén. Y es «el Reino de Dios escondido dentro de nosotros» según la palabra del Señor. Este país es la nube de la gloria de Dios, en la que sólo entrarán los corazones puros para contemplar el rostro de su Señor (Mt 5,8), y su entendimiento será iluminado por los rayos de su luz.

Beato John Henry Newman
Sermón: Dios cumple su promesa.
Sermón «El mundo invisible», PPS vol. 4, nº 13.
«El reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21).

¿Le es difícil a la fe admitir las palabras de la Escritura que se refieren a nuestras relaciones con un mundo superior a nosotros?… Este mundo espiritual está presente aunque es invisible; es ya presente, no sólo futuro, y no nos es distante. No está por encima del cielo ni más allá del sepulcro; está presente ahora y aquí: «El reino de Dios está dentro de nosotros». Es san Pablo que habla de él: «No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno» (2 Co 4,18)…

Así es el reino de Dios escondido; y de la misma manera que ahora está escondido, de esta misma manera será revelado en el momento oportuno. Los hombres creen ser los amos del mundo y que pueden hacer de él lo que quieran. Creen ser sus propietarios y poseer un poder sobre su curso… Pero este mundo está habitado por los sencillos de Cristo a quienes desprecian y por sus ángeles en quienes no creen. Éstos son los que tomarán posesión de él cuando se manifestarán. Por ahora «todas las cosas» aparentemente «continúan tal como eran desde el principio de la creación» y los que se burlan de él preguntan: ¿Dónde queda la promesa de su venida?» (2Pe 3,4). Pero en el tiempo señalado habrá una «manifestación de los hijos de Dios» y los santos escondidos «brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Rm 8,19; Mt 13,43).

La aparición de los ángeles a los pastores fue de manera súbita: «De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial» (Lc 2,13). Inmediatamente antes la noche era igual a otra noche cualquiera –los pastores vigilaban sus rebaños- y observaban el curso de la noche: las estrellas seguían su curso; era medianoche; de ninguna manera esperaban semejante cosa cuando se les apareció el ángel. Así son el poder y la fuerza escondida en las cosas visibles. Se manifiestan cuando Dios lo quiere.

San Juan Casiano, abad
Homilía: Que reine Dios en el santuario de nuestra alma.
Conferencia 1, SC 42.
«El Reino de Dios entre nosotros y dentro de nosotros» (Lc 17,21).

Según nuestro juicio, sería una impureza apartarnos, ni que fuera por un momento, de la contemplación de Cristo. Cuando nuestra atención se ha desviado en algo de este divino objeto, volvamos a él los ojos de nuestro corazón y conduzcamos la dirección de nuestra mirada interior hacia él. Todo yace en el santuario profundo del alma. Cuando el diablo ha sido expulsado de allí y los vicios ya no tienen poder en ella, se establece en nosotros el Reino de Dios. Pero, el “Reino de Dios”, dice el evangelista, no viene de manera ostentosa que se pueda percibir con los ojos… En verdad, el Reino de Dios está dentro de vosotros (cf Lc 17,20-21).

En nosotros no pueden habitar a la vez el conocimiento y la ignorancia de la verdad, el amor al vicio y a la virtud. Por lo tanto, somos nosotros quienes damos el poder sobre nuestro corazón o al demonio o a Cristo.

El apóstol, a su vez, describe así la naturaleza de este Reino: “Porque el reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe; consiste en la fuerza salvadora, en la paz y la alegría que proceden del Espíritu Santo.” (Rm 14,17) Si, pues, el Reino de Dios está dentro de nosotros mismos, y si consiste en la justicia, la paz y la alegría, todos los que viven practicando estas virtudes están, sin duda, en el Reino de Dios… Levantemos la mirada de nuestra alma hacia el Reino que es gozo sin fin.

San Francisco de Sales, obispo
Sermón: Dios reina también en la aflicción.
Sermón. IX, 287.
«Como el rayo relampaguea de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día» (Lc 17,24).

¿Cómo es posible, me decís, que el Señor esté conmigo y me veo rodeado de toda clase de aflicciones…; que el Señor sea el Dios de la paz y estoy en guerra y en turbación…?

¡Cómo se engañan los hombres y el mundo si creen que donde está el Señor no puede haber penas y aflicciones, sino que solamente abunda la consolación!

Esto no es así, al contrario, en la aflicción y en la tribulación es cuando Dios está más cerca de nosotros, pues es entonces cuando tenemos más necesidad de su protección y su socorro.

Nuestro Señor se lo quiso enseñar así a sus Apóstoles mediante una señal cierta: que la paz se asegura mediante llagas y sufrimientos. Como diciendo: ¿Qué os pasa? Bien veo, Apóstoles míos, que estáis temerosos y con miedo. Habéis tenido motivos de temor hace unos días cuando me visteis azotado (o mejor, lo oísteis decir, pues todos me abandonasteis excepto uno que me fue fiel). Supisteis que fui golpeado, coronado de espinas y colgado de la cruz.

Pero ahora ya no tenéis que temer; que la paz esté en vuestro corazón, pues Yo he salido victorioso, derribando a todos mis adversarios.

No tengáis miedo, Yo he hecho las paces entre mi Padre celestial y los hombres y en el Sacrificio que he ofrecido a la Bondad divina, se ha cumplido esta santa reconciliación.

Yo soy pobre, nada tengo. Sabéis que mi grandeza consiste, no en la posesión de bienes terrenales, que en toda mi vida no los tuve. Mi riqueza es la paz y ése es el legado que os hago.

Lo que Yo doy a los que me son más queridos es la paz.

LUCAS 12,1-7

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (12,1-7):

1 Mientras tanto se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.

2 No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido.

3 Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.

4 A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más.

5 Yo les indicaré a quién deben matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese.

6 ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.

7 Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros.

Gehena (en griego: Geena (Γεέννα); en hebreo: Gai Ben Hinnom (גהינום, valle de Hinón) es el infierno o purgatorio judío. En el judaísmo el infierno es un lugar de purificación para el malvado, en el que la mayoría de los castigados permanece hasta un año, aunque algunos están eternamente.

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COMENTARIO:

FARISEISMO / HIPOCRESÍA por EMILIANA LÖHR

Siempre hay fariseos, y los seguirá habiendo en tanto que nazcan hombres de la simiente pecadora de Adán. No precisa ser judío para pensar, obrar y hablar igual que los fariseos; hay muchos cristianos que son fariseos; como también, muchos más aún, los hay que se glorían de no ser ni judíos ni cristianos, y que… son fariseos. Latente llevamos todos en nosotros a un fariseo, y sólo en los escogidos y a trueque de sufrimientos nacerá el publicano.

Farisaica es la propia justicia, la satisfacción humana de que nos elevemos por encima de la conciencia que todo cristiano debe tener de sus pecados y que nos hace presumir de que no necesitamos al Redentor. Farisaico es este permanecer en tinieblas, este altanero ocultarse en la oscura nube de lo puramente humano -¡cuan pronto se torna incluso animal-! y de lo puramente natural, que en seguida se vuelve hasta contra naturaleza.

Farisaico es, en una palabra, el resistir al testimonio, el hacer oídos sordos a la voz de Cristo.

Cristo da su testimonio y lo da de amor. Y es fariseo todo aquel que no cree en el amor que, aquí y ante nuestros ojos, sobre el altar del sacrificio, se dispone a sufrir, a morir, para escribir así con su propia sangre humana en nuestros corazones el testimonio divino de sí mismo. Es fariseo el que no cree en esta caridad, el que no bebe el cáliz del testimonio de Cristo, este cáliz que está junto a nuestros labios, igual que el beso del esposo en los de la esposa. Es fariseo el que no cree en el amor, el que no bebe el amor, el que no retorna amor por amor. Y no puede pasar al más allá con Cristo quien muere en su pecado.

HIPOCRITA

San Juan Eudes, presbítero
Obras: Apoyémonos en la sola misericordia de Dios.
El Reino de Jesús, II, 30.
«Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis» (Lc 12,7a).

Nuestro amantísimo Salvador en diversos pasajes de las Sagradas Escrituras nos asegura que constantemente cuida de nosotros con desvelo; que nos lleva y llevará siempre en su regazo, sobre su corazón y en sus entrañas; y no se conforma con decírnoslo una o dos veces, sino que lo afirma y repite hasta cinco veces en el mismo pasaje.

Y en otro texto de Isaías nos asegura que si una madre llegara a olvidarse del hijo que un día llevó en su seno, El, sin embargo, jamás nos olvidaría y que ha escrito nuestro nombre en sus manos para no olvidarnos nunca; que si alguno nos tocara, lo heriría a El en la niña de sus ojos; que no tenemos por qué preocuparnos de lo necesario para la vida y el vestido, pues El en persona lo hace por nosotros ya que de sobra conoce nuestras necesidades ; que ha contado todos los cabellos de nuestra cabeza y que ninguno de ellos caerá sin su licencia; que su Padre nos ama igual que a El, y que su propio amor a nosotros es idéntico al que profesa a su Padre; Que El desea estemos en donde El esté, es decir que anhela vernos reposar en el mismo regazo de su Padre; que quiere vernos sentados con El en el mismo trono; y que, en una palabra, no seamos con El sino una misma y sola persona unida a la del Padre.

Tengamos cuidado de no apoyarnos nunca, ni en el poder o el favor de nuestros amigos, ni en nuestros bienes, ni en nuestro espíritu, ni en nuestro saber, ni en nuestras fuerzas, ni en nuestros buenos deseos y propósitos, ni en nuestra oración, ni siquiera en la confianza que podemos tener en Dios, ni en los medios humanos, ni en cosa alguna creada, sino únicamente en la sola misericordia de Dios. No quiero decir que no hayamos de servirnos de todas estas cosas, y hacer de nuestra parte todo lo que esté en nuestro poder para vencer los vicios, para ejercitarnos en la virtud y para llevar y cumplir las tareas que Dios nos ha confiado y cumplir con las obligaciones que derivan de nuestro estado. Pero debemos renunciar a todo apoyo y confianza que podamos tener en las cosas mencionadas, y fiarnos de la pura bondad de Nuestro Señor. De manera que debemos esforzarnos tanto y trabajar según nuestras fuerzas, como si nada esperáramos de Dios; y no obstante, no debemos apoyarnos en nuestro trabajo y cuidado, sino, como si no hiciéramos nada, esperar todo únicamente de la misericordia de Dios.

San Rafael Arnaiz Barón, monje trapense español
Escritos: Todo es necesario, todo está bien hecho.
Escritos del 11-08-1934 (Obras completas – Editorial Monte Carmelo, pp. 287.288.289, § 207.208).
«Temed al que tiene poder de arrojar en la gehenna» (Lc 12,5).

Dios me envía la cruz […], bendita sea, pues si, como dice Job «recibimos alegremente de la mano de Dios los bienes ¿por qué no recibir los males?» (2,10). Todo nos viene de Él, salud y enfermedad, bienes temporales, desgracias y reveses en la vida…, todo, absolutamente todo, lo tiene ordenado con perfección, y si alguna vez la criatura se rebela contra lo que Dios le manda, comete un pecado, pues todo es necesario y todo está bien hecho; y son necesarias las risas y las lágrimas, y de todo podemos sacar provecho para nuestra perfección, siempre que con espíritu de fe, veamos la obra de Dios en todo, y quedemos como niños en las manos del Padre, pues nosotros solos, ¿dónde vamos a ir? […]

Claro, que no trato de arrancarme esos sentimientos, solamente lo que Dios quiere de mí es perfeccionarlos, y para eso me lleva de aquí a allí como un juguete y dejando pedazos de corazón en todas partes. ¡¡Qué grande es Dios […], y que bien lo hace todo!! ¡Cuánto me quiere y qué mal correspondo! Su providencia es infinita y a ella nos debemos entregar sin reservas…

San [Padre] Pío de Pietrelcina, capuchino
Carta: Hacer el vacío de sí mismo.
Epistolario 979-980.
«No temáis» (Lc 12,7).

La verdadera razón por la cual no llegas a poder meditar, es ésta – ¡y no me equivoco! – Comienzas la meditación agitado y lleno de ansiedad.

Esto es suficiente para que nunca alcances lo que buscas, porque tu espíritu no está concentrado sobre la verdad que meditas y no hay amor en tu corazón. Esta ansiedad es vana. No sacarás de ella más que un gran cansancio espiritual y una cierta frialdad de alma, sobre todo a nivel afectivo. Contra ello no conozco otro remedio que este: salir de ese estado de ansiedad. Ello es, en efecto, uno de los mayores obstáculos para la práctica religiosa y la vida de oración. Nos pone en apuro para hacernos tropezar.

De ninguna manera quiero dispensarte de la meditación simplemente porque te parece que no sacas ningún provecho de ella. A medida que irás haciendo el vacío en ti mismo, verás como te iras desprendiendo de este apego a la humildad, y el Señor te hará el don de la oración que tiene guardado en su mano derecha.

Juan Pedro de Caussade, jesuita
El abandono a la Providencia divina.
Falta referencia.
«Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo» (Lc 12,7).

Cuando alguien es conducido por un guía que le lleva a un país desconocido, de noche, a través de los campos, sin camino trazado, según su intuición, sin consultar a otros y sin querer conocer su propósito, ¿puede escoger otro partido que el del abandono? ¿De qué sirve mirar dónde está, preguntar a los que pasan, consultar al mapa y a los viajeros? La intención… de un guía que quiere que se confíe en él será contraria a todo ello; se gozará confundiendo la inquietud y la desconfianza de un alma; quiere una entrega total a él…

La acción divina es esencialmente buena, no quiere, en absoluto, ser confirmada ni controlada; comienza desde la creación del mundo y desde aquel instante, desarrolla nuevas pruebas; no limita, en absoluto, sus operaciones ni se agota su fecundidad; ayer hizo aquello, hoy hace esto; es la misma acción que aplica en cada momento y con efectos siempre nuevos, y así se desplegará eternamente.

Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, co-patrona de Europa
Diálogos: Bondad infinita de Dios.
Diálogo, 18.
«Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados» (Lc 12,7).

Dios me dijo: “Nadie se escapa de mi mano, porque yo soy el que soy. (Ex 3,14) y vosotros no sois por vosotros mismos. Existís por mí. Soy el creador de todas las cosas que participan de mi ser y no del pecado que no es creación mía. Por tanto el pecado no es digno de ser amado. La criatura me ofende porque ama lo que no tiene que amar, el pecado… Al hombre le es imposible de salir de mi ser. O bien, permanece en mí bajo el peso de la justicia que castiga sus faltas, o bien permanece en mí guardado por mi misericordia. Abre, pues, los ojos de tu inteligencia y mira mi mano: verás que digo la verdad.

Entonces, al abrir los ojos del espíritu para obedecer al Padre que es tan grande, vi el universo entero enfermo metido en la mano del Padre. Y Dios me dijo: “Hija mía, mira ahora y sé que nadie puede escapar de mi mano. Todos están cogidos por la justicia o por la misericordia, porque todos me pertenecen, son creados por mí, y los amo infinitamente. Sea la que fuera su malicia, les haré misericordia a causa de mis siervos; escucharé la petición que me presentas con tanto amor y tanto dolor…”

Entonces, mi alma, como embriagada y fuera de sí en un infinito ardor de amor, sintió a la vez felicidad y dolor. Feliz por la unión con Dios, gustando su gozo y su bondad sumergida en su misericordia y sufriendo por ver ofendida una tan gran bondad.

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús
Carta: Que nuestra flaqueza se apoye en su omnipotencia.
Carta del 17 de noviembre de 1555.
«No temáis» (Lc 12,7).

Paréceme debería V. decidirse, haciendo lo que puede suavemente. Del resto no se tenga inquietud, dejando a la divina providencia aquello que la suya no puede disponer. Y si bien es a Dios grato nuestro esmero y moderada solicitud en proveer a las cosas que por cargo debemos atender, no le es grata la ansiedad y aflicción de ánimo, porque quiere que nuestra limitación y flaqueza se apoyen en la fortaleza y omnipotencia suya, esperando en su bondad suplirá donde nuestra imperfección falta.

A quien trata en muchos negocios, bien que con intención santa y buena, le es necesario resolverse a hacer la parte que podrá, no afligiéndose si no puede cumplirlos todos como desea, y haciendo, según el dictamen de la conciencia, aquello que el hombre puede y debe hacer. Si otras cosas se dejan, precisa haber paciencia y no pensar que pretende Dios Nuestro Señor lo que no puede hacer el hombre, ni por ello quiere que se aflija; y satisfaciendo a Dios, que importa más que la satisfacción de los hombres, no es necesario mucho fatigarse; mas, haciendo competente esfuerzo para satisfacer, se deja el resto a quien puede toda cosa que quiere.

Plega a su divina bondad siempre comunicar la luz de su sapiencia para siempre ver y cumplir su beneplácito en nosotros y en los demás.

Isaac el Sirio, monje
Discurso: Dios no nos abandona nunca.
Discursos espirituales, 1ª serie, n. 36.
«No temáis, valéis más que muchos pájaros.» (Lc 12,7).

No es necesario desear o buscar signos visibles, ya que el Señor está siempre a punto para socorrer a sus santos. No manifiesta, sin necesidad, su poder en una obra o con un signo sensible, a fin de no debilitar la ayuda que de él recibimos, y para no hacernos más débiles. Es así como atiende a sus santos. Les quiere demostrar que les mira secretamente, y no los deja ni un instante, pero también en todo momento les deja que luchen según la medida de sus fuerzas y de su oración.

Ahora bien, si cuando están enfermos o descorazonados una dificultad les derrota porque su naturaleza es débil, él mismo hace, com es debido y como sabe, todo lo que está en su mano para ayudarlos. Tanto como puede les sostiene secretamente, a fin de que tengan la fuerza suficiente para soportar las dificultades que les llegan. Porque con la confianza que les da, desbarata su pena, y por la visión de la fe, les mueve a glorificarle… Sin embargo, cuando es necesario que su ayuda secreta sea conocida, lo hace, pero sólo por necesidad. Son caminos de una gran sabiduría; se prodigan cuando conviene y hay necesidad, pero no de cualquier manera.

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LUCAS 6, 27-38

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (6,27-38):

EL AMOR HACÍA LOS ENEMIGOS

27 Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.

LUCAS 6.27

28 Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman.

LUCAS 6, 27-28

29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.

30 Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.

31 Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.

32 Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.

33 Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.

34 Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.

35 Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.

36 Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

LUCAS 6.36

37 No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

38 Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

HOMILÍA

SAN LEÓN MAGNO, Tratado 17 (1-4: CCL 138, 68-71)

Tu bienhechor te quiere espléndido

La doctrina legal, amadísimos, presta un inestimable servicio a la normativa evangélica, ya que algunos mandatos antiguos han pasado a la nueva observancia, y la misma práctica religiosa demuestra que el Señor Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud. Habiendo, en efecto, cesado los signos con los que se anunciaba la venida de nuestro Salvador, y cumplidas las figuras, que la presencia de la realidad hizo desaparecer, todas las prescripciones emanadas de la piedad, bien como norma de conducta, bien para asegurar la pureza del culto divino, continúan vigentes entre nosotros y en la misma forma en que se promulgaron, y todo lo que estaba de acuerdo con ambos Testamentos, no ha sufrido mutación alguna.

Pues bien, para suplicar a Dios sigue siendo eficacísima la petición avalada por obras de misericordia, porque quien no distrae su atención del pobre, inmediatamente se atrae la atención de Dios, como él mismo dice: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; perdonad y seréis perdonados. ¿Hay algo más benigno que esta justicia? ¿Qué más clemente que esta retribución, en la que la sentencia del juez se deja a la discreción del juzgado? Dad —dice— y se os dará. ¡Con qué rapidez es amputada la preocupada desconfianza y la morosa avaricia, de suerte que la humanidad pueda segura erogar lo que la verdad promete recompensar!

¡Sé constante, cristiano generoso! Da y recibirás, siembra y cosecharás, esparce y recogerás. No temas el dispendio ni te inquiete la incertidumbre de los rendimientos. Tu hacienda, b     ien administrada, aumenta. Ambiciona la justa ganancia de la misericordia y corre tras el comercio de las ganancias eternas. Tu bienhechor te quiere espléndido, y el que te da para que tengas, te manda que des, diciendo: Dad y se os dará. Has de aceptar con alegría la condición de esta promesa.

Y aun cuando no tengas sino lo que has recibido, sin embargo, no puedes no tener lo que has de dar. El que ame el dinero y desee multiplicar desmesuradamente sus riquezas, ejerza más bien este santo lucro y se enriquezca mediante el arte de este tipo de usuras: no esté al acecho de las necesidades de los menesterosos, no sea que, a causa de beneficios simulados, caiga en los lazos de unos deudores insolventes, sino constitúyase en acreedor y usurero de aquel que dice: Dad y se os dará y la medida que uséis la usarán con vosotros.

Así, pues, amadísimos, vosotros que de todo corazón habéis dado fe a las promesas del Señor, huyendo de la inmundísima lepra de la avaricia, usad sabia y piadosamente de los dones de Dios. Y puesto que os gozáis de su generosidad, procurad hacer a otros partícipes de vuestra felicidad.

San Lucas 6,36-38. San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia Los grados de la humildad y del orgullo, cap. 12

 

«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso»

    Cristo es una sola persona en dos naturalezas; una, por la que siempre existió; la otra, por la que empezó a vivir en el tiempo. Por su ser eterno conoce siempre todas las cosas; por su realidad histórica, aprendió muchas cosas en el tiempo. Así como históricamente empezó a vivir en el cuerpo, del mismo modo empezó a conocer las miserias de los hombres con ese género de conocimiento propio de la debilidad humana.

    ¡Cuánto más sabios y felices habrían sido nuestros primeros padres ignorando este género de ciencia, que no podían lograr sin hacerse necios y desdichados! Pero Dios, su Creador, buscando lo que se había perdido, continuó, compasivo su obra; y descendió misericordiosamente adonde ellos se habían abismado en su desgracia. Quiso experimentar en sí lo que nuestros padres sufrían con toda justicia por haber obrado contra él; pero se sintió movido, no por una curiosidad semejante a la de ellos, sino por una admirable caridad; y no para ser un desdichado más entre los desdichados, sino para librar a los miserables haciéndose misericordioso.

    Cristo se hizo misericordioso, pero no con aquella misericordia que, permaneciendo feliz, tuvo desde siempre; sino con la que encontró, al hacerse uno como nosotros envuelto en la miseria.

juzgar pecar

 

Isaac el Sirio, monje
Discurso:La pureza es la misericordia.
Discurso ascético, 81.
«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.» (Lc 6,36).

No intentes distinguir al hombre digno del indigno. Considera a todos los hombres iguales a la hora de servirlos y amarlos. Así los podrás llevar a todos hacia el bien. El Señor ¿no se sentaba a la mesa con los publicanos y mujeres de mala vida, sin apartar de su presencia a los indignos? Así, tú harás el bien y honrarás igual al infiel y al asesino; con más razón porque él también es hermano tuyo, ya que participa de la única naturaleza humana. He aquí, hijo mío, el mandamiento que te doy: “que la misericordia siempre prevalezca en tu balanza, hasta tal punto de sentir dentro de ti la misericordia que Dios siente por el mundo.»

¿Cuándo experimenta el hombre que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considere a todos los hombres buenos, sin que ninguno le parezca impuro o impío. Entonces, aquel hombre es puro de corazón. (Mt 5,8)…

¿Qué es la pureza? En pocas palabras: es la misericordia del corazón para con el universo entero. Y ¿qué es la misericordia del corazón? Es la llama que le inflama de amor hacia toda la creación, hacia los hombres, los pájaros, los animales, los demonios, hacia todo lo creado. Cuando piensa en ellos o cuando los contempla, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le colma el corazón y le hace incapaz de tolerar, de escuchar, de ver la menor injusticia y la menor aflicción que alguna criatura padezca. Por esto, la oración, acompañada de lágrimas, se extiende en todo momento tanto sobre los seres desprovistos de la palabra como sobre los enemigos de la verdad o sobre aquellos que perjudican a los demás, para que sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a imagen de Dios.

la CORTESÍA repetitiva es siempre bienvenida

San Máximo el Confesor
«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (cf. Lc 6,36).

No te ates a las sospechas o a los hombres que te llevan a escandalizarte de ciertas cosas. Porque los que, de una u otra manera, se escandalizan de las cosas que les ocurren, las hayan o no querido, ignoran el camino de paz que, recorrido con amor, llevan al conocimiento de Dios a los que se sienten atraídos por él.

No ha alcanzado todavía el amor perfecto el que se ve aún afectado por los caracteres de los hombres, el cual, por ejemplo, ama a uno y aborrece al otro, o bien tan pronto ama como detesta al mismo hombre y por las mismas razones. El amor perfecto no desgarra la única y misma naturaleza de los hombres porque éstos tienen caracteres diferentes, pero teniendo en cuenta su naturaleza, ama a todos con el mismo amor. Ama a los virtuosos como amigos, y a los malos como enemigos, haciéndoles el bien, soportándolos con paciencia, sufriendo lo que le llega de su parte, no considerando, de ninguna manera, la malicia, sino llegando incluso a sufrir por ellos si la ocasión se presenta. Así, si es posible, hará de ellos unos amigos. Cuando menos será fiel a sí mismo mostrando siempre y a todos sus frutos de la misma forma. Nuestro Señor y Dios, Jesucristo, mostrándonos el amor que nos tiene sufrió por la humanidad entera y a todos por igual dio la esperanza de la resurrección, aunque cada uno, según sus obras, se haga digno de la gloria o del castigo.

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