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JUAN 11, 45-56

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (11, 45-56):

45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

46 Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.

47 Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.

48 Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación».

49 Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada.

50 ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?».

51 No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,

52 y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

53 A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.

54 Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.

55 Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.

56 Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?».

CAIFAS

CAIFÁS

San Roberto Belarmino, Subida del alma hacia Dios
«Desde este día, decidieron darle muerte.» (Jn 11, 53)

Señor, todo esto que tu nos enseñas puede parecernos muy difícil, demasiado pesado, si tu hubieras hablado desde otra tribuna; pero desde que nos enseñas más por el ejemplo que por palabra, Tú que eres «Señor y Maestro» (Jn 13,14), ¿cómo nos atreveremos a decir lo contrario, nosotros que somos los siervos y los aprendices? Lo que dices es perfectamente cierto, lo que ordenas perfectamente justo. Esta Cruz desde donde hablas da testimonio. Esta sangre fluyendo también da testimonio; Gritó con todas sus fuerzas (Gn 4,10). Y, finalmente, incluso la muerte: si ha podido rasgar el velo del templo a distancia y la separación de las piedras más consistentes (Mt 27,51), ¿qué no hará por ella misma y más aún por el corazón de los creyentes?…

Señor, queremos devolverte amor por amor; y si el deseo de seguirte no procede todavía de nuestro amor por ti, porque es muy débil, por lo menos que nuestro amor provenga de tu amor. Si nos atraes hacia ti, «nosotros correremos tras el olor de tus perfumes» (Ct 1,4 LXX): Nosotros no deseamos solamente amarte, te seguimos, y estamos decididos a despreciar este mundo… puesto que vemos que Tú, nuestro líder, no te has dejado capturar por los placeres de esta vida. Te hemos visto enfrentar la muerte, no en una cama, sino sobre el madero de ajusticiado; y aunque eres rey, no quisiste tener otro trono que este patíbulo… Atraídos por tu ejemplo de rey sabio, rechazamos la llamada de este mundo y sus lujos, y tomando tu cruz sobre nuestros hombros, proponemos seguirte, sólo a Ti… Danos la ayuda necesaria; Haz que seamos lo suficientemente fuertes para seguirte.

MATEO 22, 34-40

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (22,34-40): facebook pq

34 Cuando los fariseos se enteraron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar,

35 y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?».

37 Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.

MATEO 22.37

38 Este es el más grande y el primer mandamiento.

39 El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

COMENTARIO:

El primero de estos mandamientos revela la vocación religiosa de toda persona.  Denuncia nuestras idolatrías. Y exige la aceptación de la voluntad de Dios, pero también las manifestaciones externas de la religión, como la oración y la alabanza a su misericordia.

El segundo de estos mandamientos resume la aspiración a la justicia y la solidaridad. Denuncia nuestro egoísmo. Y exige el respeto a los demás, pero también la acogida a los más pobres y necesitados, a los que son considerados como la basura del mundo.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo

San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia
Discurso: Octavo Discurso para la Novena de Navidad
«El grande y primer mandamiento» ().

Para poder amar mucho a Dios en el cielo, es necesario, en primer lugar, amarlo mucho en la tierra. El grado de nuestro amor a Dios, al final de nuestra vida, será la medida de nuestro amor de Dios durante la eternidad. ¿Queremos tener la certeza de no separarnos de este soberano Bien en la vida presente? Estrechémosle cada vez más por los vínculos de nuestro amor, diciéndole con la esposa del Cantar de los cantares: “Encontré al amor de mi alma: lo abracé y no lo solté”(3,4). ¿Cómo ha apresado la esposa sagrada a su amado? “Con el brazo de la caridad”, responde Guillermo…; “es con el brazo de la caridad con lo que se apresa a Dios”, afirma san Ambrosio.

Dichoso aquel que podrá escribir con San Pablo: «Que los ricos posean sus riquezas, que los reyes posean sus reinos: pero para nosotros, ¡nuestra gloria, nuestra riqueza y nuestro reino, es Cristo!».

Y con san Ignacio: «Dame sólo tu amor y tu gracia, eso me basta». Haz que te ame y que yo sea amado por Ti; no deseo ni desearé otra cosa.

Amar a Dios con la mitad de nuestra mente, es igual que amarlo con la mitad del corazón

Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado: Sobre la ascensión de la mente hacia Dios, Grado 1: Opera omnia 6 (Liturgia de las Horas, 17 de septiembre)
«¿Cuál es el gran mandamiento?» ().

¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? “Cargad, nos dices, con mi yugo”. ¿Y cómo es este yugo tuyo? “Mi yugo, añades, es llevadero y mi carga, ligera”. ¿Quién, no llevará de buena gana, un yugo que no oprime, sino que anima; una carga que no pesa, sino que reconforta? Con razón añades: ”y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29). ¿Y cuál es este yugo tuyo, que no fatiga sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón”. ¿Qué más fácil, más agradable, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor Dios mío?
¿Acaso no prometes además un premio, a los que guardan tus mandamientos “más preciosos que el oro y más dulce que la miel del panal”? (Sal. 18,11) Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice tu apóstol Santiago: “El Señor preparó la corona de vida para aquellos que lo aman” (1,12)… Y así dice san Pablo, inspirándose en el profeta Isaías: ”Ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman ” (1Co 2,9)
En verdad, es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios, perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso, si no lo alcanzas, eres un desdichado.

MATEO 22.37

San Francisco de Asís, religioso
Regla: Primera regla, § 23
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» ().

Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y poder, con todo el entendimiento, con todas las energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y quereres, al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará; que nos ha hecho y hace todo bien a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos.

Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total, verdadero y sumo bien; que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo, veraz, santo y recto; que es el solo benigno, inocente, puro; de quien, y por quien, y en quien está todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos.

Nada, pues, impida, nada separe, nada adultere; nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobresaltemos, engrandezcamos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, trinidad y unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo.

 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte, doctor de la Iglesia)
Sobre la Trinidad, VIII, 12; PL 42, 958B-959A
«Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él» (Mt 22,38-39)

«Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8). El apóstol Juan, con su gran autoridad, nos enseña claramente en este texto que el amor fraterno no sólo viene de Dios, sino que ese mismo amor que hace que nos amemos los unos a los otros, es Dios mismo.
Por consiguiente, amando a nuestro hermano con un amor verdadero, le amamos a según Dios. Y no es posible no amar por encima de todo a ese mismo amor gracias al cual amamos a nuestro hermano. De ahí se concluye que estos dos preceptos no pueden existir el uno sin el otro. En efecto, puesto que «Dios es amor» el que ama, ciertamente que ama a Dios que ama el amor; y el que ama a su hermano necesariamente ama el amor. Por eso un poco más adelante el apóstol Juan dice: «Quien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?» (1Jn 4,20); la razón que le priva de ver a Dios es que no ama a su hermano.
El que no ama a su hermano no está en el amor; y el que no está en el amor no está con Dios, porque «Dios es amor».

Santa Teresa de Jesús (1515-1582), fundadora del Carmelo Descalzo, mística, doctora de la Iglesia. Moradas quintas, 3
«El gran mandamiento»

Dios pide de nosotros dos cosas: amor de su Majestad y del prójimo; es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos a El. Más ¡qué lejos estamos de hacer como debemos a tan gran Dios estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está si queremos. La más cierta señal que -a mi parecer- hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos, más el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viera desaprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar. Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos en esto, que si es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho; porque creo yo que, según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo.

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