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MATEO 28, 16-20

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (28, 16-20):

16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.

17 Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.

18 Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.

19 Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

Id, y Haced Discípulos MATEO 28.19

20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».

MATEO 28.20

Basilio Magno

Sobre el Bautismo [atribuido]: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos

«Haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19)
Lib 1, 1-2: PG 31,1514-1515
PG

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de san Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.

Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos, y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.

El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.

Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna; con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».

mateo-28-20

León Magno

Sermón: Lo que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado a los ritos sacramentales

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)
Tratado 74, 1-2: CCL 138A 455-457

El misterio de nuestra salvación, amadísimos, que el Creador del universo estimó en el precio de su sangre, ha sido llevado a cabo según una economía de humildad desde el día de su nacimiento corporal hasta el término de la pasión. Y aunque bajo la condición de siervo irradiaron muchos signos manifestativos de su divinidad, sin embargo toda la actividad de este período estuvo orientada propiamente a demostrar la realidad de la humanidad asumida. En cambio, después de la pasión, rotas las cadenas de la muerte, que, al recaer en el que no conoció el pecado, había perdido toda su virulencia, la debilidad se convirtió en fortaleza, la mortalidad en eternidad, la ignominia en gloria, gloria que el Señor Jesús hizo patente ante muchos testigos por medio de numerosas pruebas, hasta el día en que introdujo en los cielos el triunfo de la victoria que había obtenido sobre los muertos.

Y así como en la solemnidad de Pascua la resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades hasta compartir el trono de Dios Padre. Hemos sido establecidos y edificados por este modo de obrar divino, para que la gracia de Dios se manifestara más admirablemente, y así, a pesar de haber sido apartada de la vista de los hombres la presencia visible del Señor, por la cual se alimentaba el respeto de ellos hacia él, la fe se mantuviese firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido.

En esto consiste, en efecto, el vigor de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles: creer sin vacilación lo que no ven nuestros ojos, tener fijo el deseo en lo que no puede alcanzar nuestra mirada. ¿Cómo podría nacer esta piedad en nuestros corazones, o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera tan sólo en lo que nos es dado ver? Por eso dijo el Señor a aquel apóstol que no creía en la resurrección de Cristo mientras no explorase con la vista y el tacto, en su carne, las señales de la pasión: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

Pues bien, para hacernos capaces, amadísimos, de semejante bienaventuranza, nuestro Señor Jesucristo, después de haber realizado todo lo que convenía a la predicación evangélica y a los misterios del nuevo Testamento, cuarenta días después de la resurrección, elevándose al cielo a la vista de sus discípulos, puso fin a su presencia corporal para sentarse a la derecha del Padre, hasta que se cumplan los tiempos divinamente establecidos en que se multipliquen los hijos de la Iglesia, y vuelva, en la misma carne con que ascendió a los cielos, a juzgar a vivos y muertos. Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ritos sacramentales; y para que nuestra fe fuera más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la instrucción, de modo que, en adelante, nuestros corazones, iluminados por la luz celestial, deben apoyarse en esta instrucción.

 

 

LUCAS 13,22-30

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (13,22-30): facebook pq

22 Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

23 Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió:

24 «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

Lucas 13.24

25 En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes».

26 Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas».

27 Pero él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!».

28 Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.

29 Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

30 Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

ESCALON

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, Carta a Deogratias, n. 102

Si Cristo dice que él es el camino de la salvación, la gracia y la verdad, si él es el camino único de retorno al Padre para los creen en él (Jn 16,6), hay algunos que se preguntan por la suerte de todos aquellos que han vivido antes de su venida…
Respondemos que Cristo es la palabra de Dios por la que se hizo todo. Es el Hijo porque es la Palabra, no una palabra que se extingue al ser pronunciada, sino la Palabra inmutable y eterna que está junto al Padre inmutable, que rige el universo espiritual y corporal según la conveniencia de los tiempos y los lugares.

Este Verbo es la sabiduría y la ciencia en persona. Le corresponde regir todo, gobernar todo según el tiempo y de la manera que le parece conveniente… Es siempre él mismo…siempre ha sido el mismo y lo es también hoy…

Por esto, desde la creación del género humano, todos aquellos que han creído en él, de la manera que fuera, todos aquellos que han vivido en la piedad y la justicia según sus preceptos, todos estos, sin duda alguna, han sido salvados por él en cualquier tiempo y lugar en que hayan existido…Así, al igual que nosotros que creemos en el que permanece junto al Padre y que ha venido a nosotros, asumiendo nuestra carne, los antiguos profetas creían en él que permanecía junto al Padre y tenía que venir al mundo. El transcurso del tiempo hace que ahora proclamemos como hecho consumado lo que entonces era el anuncio de un acontecimiento futuro, pero la fe no ha variado y la salvación es la misma.

LUCAS 13.30

San Próspero de Aquitania (?-v. 460), teólogo laico, La vocación de todos los gentiles, 9

Los que acuden a Dios, apoyándose en él, con el deseo de ser salvados, son realmente salvados: es la inspiración divina la que les hace concebir este deseo de salvación; son iluminados por Él que los llama a que lleguen al conocimiento de la verdad. Son en efecto, los hijos de la promesa, la recompensa de la fe, la descendencia espiritual de Abraham, “una raza elegida, un sacerdocio real” (1P 2,9), previsto desde antiguo y predestinado a la vida eterna… A través de Isaías, el Señor nos dio a conocer su gracia, que hizo de todo hombre una criatura nueva: “He aquí que voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes de agua en la estepa…, para dar a beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado, para que proclame mi alabanza”. Y en otro lugar dice: “Ante mí se doblará toda rodilla, por mi jurará toda lengua” (Is 43,19s; 45,23).

Es imposible que todo esto no llegue, porque la providencia de Dios nunca falla; sus designios no cambian; su voluntad perdura y sus promesas no son erróneas. Por consiguiente, todos los que asuman estas palabras serán salvados. Deposita, en efecto sus leyes en sus conciencias, las inscribe con su dedo en sus corazones (Rm 2,15); acceden al conocimiento de Dios, no por el conducto de la enseñanza humana sino bajo la dirección del maestro supremo: «Así pues, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios que hace crecer» (1Co 3,7)… A todos da la posibilidad de cambiar el corazón, tener un juicio justo y una voluntad recta. En el interior de cada hombre, Dios infunde el temor, para que se instruyan con sus mandamientos… celebren la paciencia de su misericordia, y los milagros que ha realizado: porque Dios los ha elegido, los ha hecho sus hijos, herederos de la nueva alianza (Jr. 31,31).

lucas-13-24

PADRES DE LA IGLESIA

San Cirilo: «No parece que el Salvador satisface al que pregunta si son muchos los que se salvan, cuando dice cuál es el camino por donde cada uno puede justificarse. Pero debe advertirse que el Salvador no acostumbraba a responder a los que le preguntaban, según lo que pensaban, cuando lo hacían sobre cosas sin importancia, sino atendiendo a lo que pudiera ser útil a los que le escuchaban. ¿Qué podría importar a los que oían si eran muchos o pocos los que se salvaban? Más necesario era saber el modo por el cual podría salvarse cada uno. Así que por su bondad, o contestando a las preguntas vanas directamente, lo hace hablando de lo que es más necesario».

San Basilio: «Así como en la vida humana el camino que se aparta de la rectitud es muy ancho, así el que sale del que conduce al reino de los cielos se encuentra en una gran extensión de errores. El camino recto es estrecho y tiene pendientes peligrosas, tanto a la izquierda como a la derecha; como sucede en un puente, desde el cual se cae al agua inclinándose a un lado o a otro».

San Cirilo: «La puerta estrecha significa los trabajos y la paciencia de los santos. Así como la victoria atestigua el valor del soldado en las batallas, así también se hace preclaro el que sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable».

San Juan Crisóstomo: «¿Cómo, pues, dice el Señor en otro lugar (Mt 11,30), “mi yugo es suave y mi carga ligera”? No se contradice ciertamente, sino que dice esto por la naturaleza de las tentaciones y aquello por el afecto de los que las sufren. Porque cuando tomamos una cosa con gusto, la consideramos ligera, por muy pesada que sea. Y si bien es verdad que el camino de la salvación es estrecho a la entrada, sin embargo, por él se llega a la mayor anchura. Por el contrario el camino ancho conduce a la perdición».

CATECISMO DE LA IGLESIA

La Iglesia del Señor es «católica»

830: La palabra «católica» significa «universal» en el sentido de «según la totalidad» o «según la integridad». La Iglesia es católica en un doble sentido:

Es católica porque Cristo está presente en ella. «Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica» (S. Ignacio de Antioquía). En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (ver Ef 1,22-23), lo que implica que ella recibe de Él «la plenitud de los medios de salvación» (AG 6) que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (ver AG 4) y lo será siempre hasta el día de la Parusía.

831: Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (ver Mt 28,19):

Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos… Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu (LG 13).

«Allí será el llanto y el rechinar de dientes»

1036: Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7,13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (LG 48).

TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODÁLITE

“Es lugar común en los grandes Padres y santos de la Iglesia señalar que en el camino de la santidad aquel que no avanza, retrocede. San Bernardo de Claraval exhortaba a tomar conciencia de que ‘si tender a la perfección significa ser perfecto, no querer avanzar equivale a retroceder’. Así, si no queremos volver atrás, es necesario que siempre caminemos y procuremos ir hacia delante, avanzar. ¡Cuán real es esta sana advertencia y qué peligroso desoírla! El mismo San Bernardo proponía el siguiente diálogo con un monte flojo y mediocre:

—‘Ya nos basta, no queremos ser mejores que nuestros padres.
—Monje, ¿no quieres progresar?
—No.
—¿Quieres entonces retroceder?
—Tampoco.
—¿En qué quedamos?
—Quiero vivir tal como soy, y permanecer en lo adquirido. No soporto ser peor ni deseo ser mejor.
—Pretendes lo imposible’.

Ciertamente en el camino de la configuración con el Señor Jesús no hay terreno neutral en el que uno pueda parar a tomarse un receso, una licencia evasiva. El Señor mismo sentencia: ‘El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama’. El Papa San Gregorio Magno subrayaba que ‘al no crecer con intención solícita lo que se debe hacer, también decrece lo que hasta entonces no se hubiera hecho correctamente. Y es que el alma humana es como una la nave que va corriente arriba: en ningún lugar le está permitido pararse, porque si no se esfuerza en ir hacia arriba, regresa aguas abajo’. Tenemos un enemigo que ronda como león rugiente para devorarnos, y vivimos en una cultura de muerte que se aleja y nos aleja de Dios y de su Plan. Si dejamos de bogar hacia delante, la corriente nos arrastrará hacia atrás. Resuenan fuerte las palabras del Señor: ‘El Reino de los Cielos sufre violencia y los esforzados son los que lo arrebatan’”.

(Ignacio Blanco Eguiluz, El camino de la santidad. Vida y Espiritualidad, Lima 2009)

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MARCOS 12, 1-12

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (12, 1-12): facebook pq

1 Jesús se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lugar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

2 A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía.

3 Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías.

4 De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes.

5 Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros.

6 Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: “Respetarán a mi hijo”.

7 Pero los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra”.

8 Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros.

10 ¿No han leído este pasaje de la Escritura: “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:

MARCOS 12.10

11 esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”?».

12 Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.

San Juan Crisóstomo (v. 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 11ª sobre la 2ª carta a los Corintios
«Todavía le quedaba alguien: su hijo muy amado»

«Cristo nos confió el ministerio de la reconciliación» (2Co 5,18). Pablo destaca la grandeza de los apóstoles mostrándonos qué ministerio les ha sido confiado, al mismo tiempo que manifiesta el amor con que Dios nos amó. Después de que los hombres se hubieran negado a escuchar al que les había enviado, Dios no hizo estallar su cólera, no les rechazó. Sino que persiste en llamarlos por sí mismo y por los apóstoles… «Dios puso en nuestra boca la palabra de la reconciliación « (v. 19).
Venimos pues, no para una obra penosa, sino para hacer a todos los hombres amigos de Dios. Ya que no escucharon, nos dice el Señor, continúa exhortándolos hasta que alcancen la fe. Por eso Pablo añade: «Somos embajadores Cristo; es Dios mismo quien os llama por nuestro medio. Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios «…
¿Qué podríamos comparar con un amor tan grande? Después de que hemos pagado sus bienes con ultrajes, lejos de castigarnos, nos dio a su Hijo para reconciliarnos con él. Entonces, lejos de querer reconciliarse, los hombres lo mataron. Dios envió a otros embajadores para exhortarlos y, después de eso, él mismo se hace súplica por ellos. Siempre nos pedía: «Reconciliaos con Dios». No dice: «Que se reconcilie Dios con vosotros». No es él quien nos rechaza; somos nosotros los que nos negamos a ser sus amigos. ¿Acaso Dios puede anidar un sentimiento de odio?

MARCOS 12.6

San Basilio (c 330-379), monje y obispo de Cesarea en Capadocia, doctor de la Iglesia. Grandes Reglas monásticas, § 2
«Todavía le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado»

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien…
La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa.
Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.

Gunther Schiwy, «Iniciación al Nuevo Testamento», Ed. Sígueme, España, 1.969

Al rechazar los dirigentes del judaismo a su mesías, se condenaron a sí mismos, y a su propio pueblo: ellos los malos viñadores. La parábola (cf. Mt 13, 24A) está penetrada de rasgos particulares que piden interpretación alegórica. Se habla sin duda de un gran terrateniente (cf. 13, 24B), que por añadidura vive en el extranjero. El vallado (aquí positivamente; más negativamente en Ef. 2,14) sirve para proteger contra las alimañas salvajes «cazadnos las raposas… que desvastan la viña; nuestra vida está en flor» (Cant 2, 15) y contra ladrones: «Donde falta una tapia, se esquilma la viña» (Ecli 36, 27). El lagar posibilita pisar la uva en el propio terreno; la torre se destina a vigilar contra bandas de ladrones y, a par, para alojamiento de los renteros durante la vendimia. A quien simbolizara la viña, era cosa evidente para todos los oyentes, pues en realidad Jesús se apoya claramente en un famoso texto de Isaías:

«Cantaré a mi amigo la canción de su amor por su viña. Adquirió mi amigo una viña en un collado fértil. La cavó, la despedregó y la plantó de cepas escogidas, y edificó una torre en medio de ella, y construyó en ella un lagar, y esperó hasta que diese uvas, y dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros, ¿oh varones de Judá!, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué es lo que debí hacer, y que no haya hecho por mi viña? ¿Por qué esperé que llevase uva y ella dió agraces?. Pues ahora os diré claramente lo que voy ahacer con mi viña; le quitaré su cerca, y será talada; derribaré su tapia, y será hollada. Y la dejaré que se convierta en un erial; no será podada ni cavada, y crecerán en ella zarzas y espinas, y mandaré a las nubes que no lluevan gotas sobre ella. La viña del señor de los ejercitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá, su plantel delicioso, y me prometí de ellos justicia y no veo más que sangre; equidad, y no oigo sino gritos de espanto» (Is 5, 1-7).

La parábola de Jesús narra en que se pone sobre todo de manifiesto la maldad del pueblo escogido. -Evidentemente aquí se alude a la persecución de los criados de Dios, los profetas (cf. Mt 21, 34-36). -La narración pierde ahora verosimilitud en gracia de la verdad religiosa, pues no hay nadie en el mundo que obre así. Efectivamente, con paciencia humanamente incomprensible el amo envía ahora a su hijo, pudiérase decir que francamente lo «sacrifica». Así habló Dios un día a Abrahám: «Toma a Isaac, tu hijo único, a quien amas, y ve al país de Moriyá, y allí me lo ofrecerás en holocausto sobre uno de los montes que yo te mostraré» (Gén 22,2). -Pero los viñadores no saben de respeto de ningún género, quieren demostrar al dueño con la mayor claridad posible que no están dispuestos a reconocerle sus derechos y hasta que quieren heredarle a la fuerza (cf. Lc 12, 13). No enterrar a uno, era la mayor ignominia que se le podía infligir: «Mas tú has sido arrojado sin sepulcro, como carroña abominable» (Is 14,19).

MATEO 21,33-46

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (21,33-46):

33 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

34 Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

35 Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

36 El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: «Respetarán a mi hijo».

38 Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia».

39 Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

40 Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».

41 Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».

42 Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: «La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos»?

MATEO 21.42

43 Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

44 [El que caiga sobre esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre quien caiga será aplastado].

45 Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.

46 Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

MATEO 21 33-43

 

San Basilio, Homilía 5 sobre el Hexaemeron, 6
«Un propietario que plantó una viña» (Mt 21, 33)

El Señor no cesa de comparar las almas humanas a las viñas: «Mi amigo tenía una viña en un fértil collado» (Is 5,1); «Planté una viña y la rodeé de una cerca» (Mt 21,33). Evidentemente que Jesús llama su viña a las almas humanas, que las ha cercado, como con una clausura, con la seguridad que dan sus mandamientos y la guarda que les proporcionan sus ángeles, porque «el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege» (Sl 33,8). Seguidamente plantó alrededor nuestro como una empalizada poniendo en la Iglesia «en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros» (1C 12,28). Además, por los ejemplos de los santos hombres de otros tiempos, hace elevar nuestro pensamiento sin dejar que caiga en tierra donde serían pisados. Quiere que los ardores de la caridad, como los zarcillos de una vid, nos aten a nuestro prójimo y nos hagan descansar en él. Así, manteniendo constantemente nuestro deseo hacia el cielo, nos levantaremos como vides que trepan hasta las más altas cimas.

Nos pide también que consintamos en ser escardados. Ahora bien, un alma está escardada cuando aleja de ella las preocupaciones del mundo que no son más que una carga para nuestros corazones. Así, el que aleja de sí mismo el amor carnal y esta atado a las riquezas o que tiene por detestable y menospreciable la pasión por esta miserable y falsa gloria ha sido, por decirlo así, escardado, y respira de nuevo, desembarazado ya de la carga inútil de las preocupaciones de este mundo.

Pero, para mantenernos en la misma línea de la parábola, es preciso que no produzcamos únicamente madera, es decir, que no vivamos con ostentación, ni que busquemos ansiosamente la alabanza de los de fuera. Es necesario que demos fruto reservando nuestras obras para ser mostradas tan sólo al verdadero propietario de la viña.

San Juan Crisóstomo
Homilía 68,2

«Y justamente se les propuso una parábola, fue porque ellos mismos pronunciaran su sentencia. Lo mismo sucedió con David, cuando él mismo sentenció en la parábola del profeta Natán (2 Re 12,6). Mas considerad, os ruego, cuán justa es la sentencia aun por el solo hecho de que los mismos que han de ser castigados se condenan a sí mismos. Luego, para hacerles ver que no solo la justicia pedía su castigo, sino que de antiguo lo había predicho la gracia del Espíritu Santo, y era, por lo mismo, sentencia de Dios, el Señor les alega la profecía y vivamente los reprende diciendo: »¿Nunca habéis leído de la piedra que los constructores rechazaron?»… Modos todos de manifestarles que ellos, por su incredulidad, habían de ser rechazados e introducidas en su lugar las naciones»

La Biblia, La Casa de la Biblia, Ed. Verbo Divino, 1992
Comentarios a Mt 21, 33-46

«Segunda comparación: Los labradores homicidas. En su forma más antigua esta parábola estaba centrada en la muerte del hijo. Con ella Jesús expresó la certeza de su íntima relación con el Padre y el presentimiento de su trágico final. Mateo, sin embargo, ha hecho de la parábola una alegoría, en la que la viña es Israel (véase Is 5, 1-7) y los viñadores son los jefes del pueblo. A ellos y a toda la descendencia de Abrahán, les había sido encomendado el reino, pero no han dado los frutos en el tiempo oportuno. Por eso, esta misión pasará a otro pueblo que sepa darlos. Esta alegoría colocada en el centro de la sección, tiene una gran importancia en el conjunto del evangelio. Al principio, la buena noticia se dirige sólo a Israel (Mt 10,5-6), para comunicarle que ha llegado el momento de anunciar y llevar la salvación a todas las naciones. Pero como el pueblo elegido rechaza esta invitación, Jesús congrerará en torno a sus doce discípulos un «nuevo» Israel que de frutos y anuncie a todos los pueblos la salvación».

MARCOS 10, 17-30

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (10,17-30): facebook pq

audio MISA DESDE EL CONVENTO DE LAS CARMELITAS DESCALZAS DE OURENSE CON LA HOMILIA DEL PADRE DON FRANCISCO MARTÍN

 

17 Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?».

18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».

20 El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

21 Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».

MARCOS 10.21

22 El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!».

24 Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.

25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».

26 Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?».

27 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible».

MARCOS 10.27

28 Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».

29 Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,

30 desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 103 111,16
Mucho dejó quien no sólo dejó lo que poseía, sino también lo que deseaba poseer

Allí anidarán los pájaros. La casa de la gallina de río es guía para ellos (Sal 103,17). ¿Dónde anidarán los pájaros? En los cedros del Líbano. Ya hemos oído qué son los cedros del Líbano: los nobles del mundo, los preclaros por su linaje, riquezas u honores. También esos cedros se sacian, pero los que plantó el Señor. En ellos anidarán los pájaros. ¿Quiénes son los pájaros? A decir verdad, son pájaros las aves y los animales que vuelan por el cielo; pero se suelen llamar pájaros a los voladores pequeños.

Hay, pues, ciertos espirituales que anidan en los cedros del Líbano; es decir, hay ciertos siervos de Dios que escuchan las palabras del evangelio: Deja todas tus cosas, o vende todos tus bienes y dalos a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme (Mt 19,21).

Esto lo oyeron no sólo los grandes; lo han escuchado también los pequeños; y también los pequeños quisieron cumplirlo y hacerse espirituales: no se unen en matrimonio, no se consumen con la preocupación de los hijos, no tienen morada propia que les ligue, sino que eligen una forma de vida común. Pero ¿qué abandonaron estos pájaros? En efecto, los pájaros parecen los seres más pequeños del mundo. ¿Qué abandonaron? ¿Qué dejaron que fuera grande?

Un hombre se convirtió, dejó la pobre casa paterna, apenas un lecho y un arca. Pero se convirtió, se hizo pájaro, buscó los bienes espirituales. Bien, muy bien; no le insultemos ni le digamos: «No has abandonado nada». Sabemos que Pedro era pescador; cuando siguió al Señor, ¿qué pudo abandonar? Dígase lo mismo de su hermano Andrés, de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, también ellos eran pescadores (Mt 4,18.21).

Y, con todo, ¿qué le dijeron? He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Mt 19,27). El Señor no les replicó: «¿Has olvidado tu pobreza? ¿Qué dejaste a cambio de recibir el mundo entero?». Mucho dejó, hermanos míos, mucho dejó, quien no sólo dejó lo que poseía, sino también todo lo que deseaba poseer. ¿Qué pobre, en efecto, no se exalta con sus esperanzas mundanas? ¿Quién no desea a diario aumentar lo que posee?

Tal ambición ha sido cortada: crecía desmesuradamente y se la ha contenido dentro de unos límites, ¿y no ha dejado nada? En verdad, Pedro dejó el mundo entero y el mundo entero recibió. Como quien nada tiene y lo posee todo (2 Cor 5,10). Son muchos los que lo hacen; lo hacen quienes tienen poco, y vienen y se convierten en pájaros útiles. Parecen pequeños porque no poseen la altura de las dignidades seculares, pero hacen sus nidos en los cedros del Líbano.

Mas he aquí que también los cedros del Líbano, los nobles y los ricos y los encumbrados en este mundo oyen con temor: Dichoso quien mira por el necesitado y el pobre (Sal 40,2); ponen la mirada en sus bienes, sus posesiones, todas sus riquezas superfluas que les hacen parecer encumbrados y las entregan a los siervos de Dios: donan campos, donan huertos, edifican iglesias, monasterios, recogen pájaros, para que éstos aniden en los cedros del Líbano.

Así, pues, se sacian los cedros del Libano que plantó el Señor y en ellos anidan los pájaros. Echad una mirada a la tierra entera y ved si no es así. Al decir todo esto, no me guiaba sólo por lo oído sino también por lo visto: la experiencia me lo ha hecho comprender. Preguntad a las extensas fincas que poseéis y considerad en cuántos cedros del Líbano anidan aquellos pájaros de que he hablado.

SAN JUAN CRISÓSTOMO (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia Homilía sobre el deudor de diez mil talentos, 3; PG 51, 21
«Entonces ¿quién puede salvarse?»

 Jesús, contestando a la pregunta que le había hecho un hombre rico, reveló como se puede llegar a la vida eterna. Pero es la idea de tener que abandonar sus riquezas lo que hizo que este hombre se quedara triste y se marchara. Entonces Jesús dijo: «Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios». A su vez, Pedro, que se había despojado de todo renunciando a su oficio y a su barca, que no poseía ni tan solo un anzuelo, se acerca a Jesús y le pregunta: «Entonces ¿quién puede salvarse?»

Fíjate al mismo tiempo en la reserva y en el celo de este discípulo. No ha dicho: «Mandas lo imposible, este mandamiento es demasiado difícil, esta ley es demasiado exigente». Tampoco se queda callado. Sino que, sin faltar al respeto y mostrando cuán atento estaba hacia los demás, dijo: «Entonces ¿quién puede salvarse Es porque incluso antes ya de ser pastor tenía alma de éste; ya antes de estar investido de autoridad…, se preocupaba del mundo entero.  Un hombre rico, probablemente habría preguntado lo mismo pero por interés, preocupado por su situación personal y sin pensar en los otros. Pero Pedro, que era pobre, no puede ser sospechoso de haber hecho esta pregunta por semejantes motivos. Ello es señal de que se preocupaba por la salvación de los demás, y que deseaba aprender  de su Maestro tal como se debe.

De aquí la respuesta alentadora de Cristo: «Es imposible para los hombres, no para Dios». Lo cual quiere decir: «No penséis que yo os abandono. Yo mismo os asistiré en las cuestiones importantes, y haré que sea fácil y sencillo lo que es difícil».

cuando crees saber todas las respuestas la vida te cambia las preguntas

San Juan Crisóstomo, Homilía 3 sobre San Mateo: PG 58, 603s
«Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Mc 10, 17)

No era una prisa mediocre la que el joven había demostrado; era como la de un amante. Cuando los demás hombres se acercaban a Cristo para probarlo o para hablarle de sus enfermedades, de las de sus padres o aún de otras personas, él se acerca para conversar con Jesús sobre la vida eterna. El terreno era rico y fértil, pero también lleno de espinas y abrojos para ahogar la simiente (Mt 13,7). Considera cuán dispuesto está a obedecer los mandamientos: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»… Nunca ningún fariseo manifestó tales sentimientos; éstos más bien estaban furiosos por verse reducidos al silencio. Nuestro joven, se marchó triste y con los ojos bajos, que es signo nada despreciable de que no había venido con malas disposiciones. Sólo era demasiado débil; tenía el deseo de la vida, pero le retuvo una pasión muy difícil se superar…

«Si quieres ser perfecto, va, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven, sígueme… al escuchar estas palabras, el joven se marchó muy triste». El evangelista nos muestra la causa de la tristeza: es que «tenía muchos bienes». Los que tienen poco y los que nadan en la abundancia, no poseen los bienes de la misma manera. En los últimos la avaricia puede llegar a ser una pasión violenta, tiránica. En ellos, cada nueva posesión les enciende una llama más viva todavía, y los que están afectados por ellas son más pobres que antes. Cada vez se les enciende más el deseo y, por tanto, sienten más fuerte su, digamos, indigencia. Considera en todo caso como la pasión muestra su fuerza… «¡Cuán difícil les será a los que poseen riquezas entrar en el reino de Dios!» No es que Cristo condene las riquezas, sino más bien a los que las poseen. ”

San Clemente de Alejandría, Homilía: “¿Se puede salvar el rico?”

«¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17)

Ignorar a Dios es morir;
conocerlo es vivir en Él,
amarlo, tratar de parecerse a él,
esa es la verdadera vida.

Si deseáis la vida eterna… primero tratad de conocerlo, aun si “nadie lo conoce, si no es por el Hijo y aquel a quien el hijo considere justo revelárselo” (Mt 11,27). Después de Dios, conoced la grandeza del Redentor y su gracia inestimable; “la Ley, dijo el apóstol Juan, nos fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos fueron dadas por Jesucristo” (1,17)… Si la Ley de Moisés pudiera darnos la vida eterna, ¿para qué habría venido nuestro Salvador al mundo a sufrir por nosotros desde su nacimiento hasta su muerte, llevando una vida totalmente humana? ¿Por qué el hombre que cumplía tan fielmente desde su juventud los mandamientos de la Ley se lanzaría a los pies de otro para pedir la inmortalidad?

Este joven observaba toda la Ley, y había estado apegado a ella desde su juventud… Pero él bien sabe que aunque no le falte nada a su virtud, la vida aún le hace falta. Por eso va a pedirle al único que lo puede conceder; él está seguro de cumplir con la Ley, pero le implora al Hijo de Dios… Las amarras de la Ley no lo defendían bien del balanceo; inquieto, abandona estas aguas peligrosas y lanza su ancla al puerto del Salvador.

Jesús no le reprocha haber faltado a la Ley, sino que comienza a amarle, conmovido por esta muestra de dedicación. Sin embargo, se declara aún imperfecto…: es un buen obrero de la Ley, pero es perezoso en lo que respecta a la vida eterna. La santa Ley es como un pedagogo que encamina a los mandamientos perfectos de Jesús (Pablo a los Gálatas 3,24) y hacia su gracias. Jesús es “el resultado de la Ley para que sea dada la justicia a todos aquellos que creen en Él” (Rom 10,4)

San Basilio, Homilía sobre la riqueza : PG 31, 278

«Él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.» (Mc 10, 22)

El caso del joven rico y de los que se asemejan a él me hace soñar en aquel viajero que, deseando visitar una ciudad, llega hasta el pie de su muralla, encuentra allí una posada, baja hasta ella y, desalentado al ver los últimos pasos que le quedan por hacer, pierde todo el beneficio del cansancio de su viaje y se priva de ver las bellezas de la ciudad. Así mismo son los que observan los mandamientos, pero se revelan ante la idea de perder sus bienes. Conozco muchos que ayunan, oran, hacen penitencia y practican muy bien toda clase de obras de piedad, pero no sueltan ni un óbolo para los pobres. ¿De qué les sirven las demás virtudes?

Esos no entrarán en el Reino de los cielos, porque «más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos». Palabras claras, y su autor no miente, pero son raros los que se dejan afectar por ellas. «¿Cómo vamos a vivir cuando nos hayamos despojado de todo?» exclaman. «¿Qué existencia vamos a llevar cuando se haya vendido todo y no tengamos ya ninguna propiedad?» No me preguntéis qué intención profunda hay bajo los mandamientos de Dios. El que ha establecido nuestras leyes conoce también el arte de conciliar lo imposible con la ley.

Beata Teresa de Calcuta, El amor más grande, p. 41

«Se marchó triste, porque tenía muchos bienes» (Mc 10, 22)

No tenemos ningún derecho a juzgar a los ricos. Por nuestra parte, lo que buscamos no es una lucha de clases sino un encuentro de las clases, para que los ricos salven a los pobres y los pobres a los ricos.

Con respecto a Dios, nuestra pobreza es nuestro humilde reconocimiento y aceptación de nuestro pecado, impotencia y absoluta nada, así como el reconocimiento de nuestra indigencia ante Él, expresado en forma de esperanza en Él, en apertura para recibir todas las cosas de Él como de nuestro Padre. Nuestra pobreza deberá ser la verdadera pobreza evangélica: amable, tierna, alegre y generosa, siempre dispuesta a dar una expresión de amor. La pobreza es amor antes de ser renuncia. Para amar es necesario dar. Para dar es necesario estar libre de egoísmo.

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LUCAS 17, 11-19

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (17,11-19):

11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.

12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

13 y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».

14 Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.

15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta

LUCAS 17.15

16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

17 Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?

LUCAS 17, 11-19

18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».

19 Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

limpiar-corazon

San Bruno de Segni
Comentarios: Conversión interior
Sobre el evangelio de san Lucas n. 2, 40: PL 165, 426-428
Grande es el poder de la fe

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos.
¿Qué otra cosa son esos diez leprosos sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, psíquicamente todos los hombres eran leprosos; corporalmente no todos lo eran. Es verdad que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo. Pero veamos lo que sigue: Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Igual nos pasa a nosotros: nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Para sanar, para ser curados de la lepra de nuestros pecados, gritemos a voz en cuello y digamos: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón. El grito del corazón es más agudo. El clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más sublime ante el trono de Dios. Al verlos, les dijo Jesús: Id a presentaros a los sacerdotes. En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Escuchen esto los pecadores y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados. En efecto, muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas, antes de presentarse al sacerdote. Arrepentimiento y perdón coinciden en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente vivirá y no morirá. Pero considere bien cómo ha de convertirse. Que escuche lo que dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto.
Rasgad los corazones y no las vestiduras. Que quien se convierte, conviértase interiormente, de corazón, pues Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. En este uno están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales o han sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo, sino que imitan a Cristo, lo siguen, le alaban, lo adoran, le dan gracias y no se apartan de su servicio.

Y Jesús le dijo: levántate, vete: tu fe te ha salvado. Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual —como dice el Apóstol— es imposible agradar a Dios. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente.

FE SANA

San Basilio Magno

Grandes Reglas monásticas: Sus heridas nos curaron

«¿Dónde están los otros nueve?» (Lc 17, 17)

Después de haber ofendido a nuestro Bienhechor por nuestra indiferencia ante las muestras de su benevolencia, no hemos sido abandonados por la bondad del Señor ni excluidos de su amor, antes bien, Nuestro Señor Jesucristo nos ha sacado de la muerte y restituido a la vida. La manera de haber sido salvados es digno de una admiración mayor todavía. “El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable es ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres.” (Flp 2, 6-7)

El tomó nuestra debilidad, cargó con nuestros dolores, fue muerto por nosotros para salvarnos, sus heridos nos curaron. El nos ha rescatado de la maldición haciéndose maldito por nosotros. Padeció la muerte más infame para conducirnos a la vida de la gloria. Y no sólo restituyó la vida a los que yacían en la muerte, sino que los revistió con la dignidad divina y les preparó en el descanso eterno una felicidad que sobrepasa toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo lo que nos ha hecho? Es tan bueno que no nos pide nada como recompensa de sus beneficios: se contenta con que le amemos.

LUCAS 17.17

Benedicto XVI, papa

Ángelus: curación completa y radical

Plaza de San Pedro, 14-10-2007

El evangelio presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los cuales  sólo  uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias (cf. Lc  17,  11-19).  El Señor le dice:  “Levántate, vete:  tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.

Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación:  uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el “corazón”, y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la “salvación”. Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre “salud” y “salvación”, nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.

Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión:  “Tu fe te ha salvado”. Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra:  “gracias”!

Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada una “impureza contagiosa” que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.

“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con esta invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también la santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en Fátima donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos:  Lucía, Jacinta y Francisco…

Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, a fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.

Discurso: La Fe es comunitaria

Encuentro con el clero de Roma por el inicio de la Cuaresma (23-02-2012)

[…] Bautismo y fe son inseparables. El Bautismo es el sacramento de la fe y la fe tiene dos aspectos. Es un acto profundamente personal: yo conozco a Cristo, me encuentro con Cristo y pongo mi confianza en él. Pensemos en la mujer que toca sus vestiduras con la esperanza de ser salvada (cf. Mt 9,20-21); confía totalmente en él y el Señor dice: «Tu fe te ha salvado» (Mt 9,22). También a los leprosos, al único que vuelve, dice: «Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Así pues, la fe inicialmente es sobre todo un encuentro personal, un tocar las vestiduras de Cristo, un ser tocado por Cristo, estar en contacto con Cristo, confiar en el Señor, tener y encontrar el amor de Cristo y, en el amor de Cristo, también la llave de la verdad, de la universalidad. Pero precisamente por esto, porque es la clave de la universalidad del único Señor, esa fe no es sólo un acto personal de confianza, sino también un acto que tiene un contenido. La fides qua exige la fides quae, el contenido de la fe, y el Bautismo expresa este contenido: la fórmula trinitaria es el elemento sustancial del credo de los cristianos. De por sí, es un «sí» a Cristo, y de este modo al Dios Trinitario, con esta realidad, con este contenido que me une a este Señor, a este Dios, que tiene este Rostro: vive como Hijo del Padre en la unidad del Espíritu Santo y en la comunión del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, esto me parece muy importante: la fe tiene un contenido y no es suficiente, no es un elemento de unificación si no hay y no se vive y confiesa este contenido de la única fe.

Magisterio

Denzinger: De la confesión

c. 5, nn. 1679-1683)

1679 Dz 899. De la institución del sacramento de la penitencia ya explicada, entendió siempre la Iglesia universal que fue también instituida por el Señor la confesión íntegra de los pecados (Jc 5,16 1Jn 1,9 Lc 17,14), y que es por derecho divino necesaria a todos los caídos después del bautismo [Can. 7], porque nuestro Señor Jesucristo, estando para subir de la tierra a los cielos, dejó por vicarios suyos (Mt 16,19 Mt 18,18 Jn 20,23) a los sacerdotes, como presidentes y jueces, ante quienes se acusen todos los pecados mortales en que hubieren caído los fieles de Cristo, y quienes por la potestad de las llaves, pronuncien la sentencia de remisión o retención de los pecados.

Consta, en efecto, que los sacerdotes no hubieran podido ejercer este juicio sin conocer la causa, ni guardar la equidad en la imposición de las penas, si los fieles declararan sus pecados sólo en general y no en especie y uno por uno.

1680. De aquí se colige que es necesario que los penitentes refieran en la confesión todos los pecados mortales de que tienen conciencia después de diligente examen de sí mismos, aun cuando sean los más ocultos y cometidos solamente contra los dos últimos preceptos del decálogo (Ex 29,17 Mt 5,28), los cuales a veces hieren más gravemente al alma Y son más peligrosos que los que se cometen abiertamente. Porque los veniales, por los que no somos excluidos de la gracia de Dios y en los que con más frecuencia nos deslizamos, aun cuando, recta y provechosamente y lejos de toda presunción, puedan decirse en la confesión [Can. 7], como lo demuestra la practica de los hombres piadosos; pueden, sin embargo, callarse sin culpa y ser por otros medios expiados. Mas, como todos los pecados mortales, aun los de pensamiento, hacen a los hombres hijos de ira (Ef 2,3) y enemigos de Dios, es indispensable pedir también de todos perdón a Dios con clara y verecunda confesión. Así, pues, al esforzarse los fieles por confesar todos los pecados que les vienen a la memoria, sin duda alguna todos los exponen a la divina misericordia, para que les sean perdonados [Can. 7]. Mas los que de otro modo obran y se retienen a sabiendas algunos, nada ponen delante a la divina bondad para que les sea remitido por ministerio del sacerdote. «Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora»[1].

1681. Colígese además que deben también explicarse en la confesión aquellas circunstancias que mudan la especie del pecado [Can. 7], como quiera que sin ellas ni los penitentes expondrían íntegramente sus pecados ni estarían éstos patentes a los jueces, y sería imposible que pudieran juzgar rectamente de la gravedad de los crímenes e imponer por ellos a los penitentes la pena que conviene. De ahí que es ajeno a la razón enseñar que estas circunstancias fueron excogitadas por hombres ociosos, o que sólo hay obligación de confesar una circunstancia, a saber, la de haber pecado contra un hermano.

1682 Dz 900. Mas también es impío decir que es imposible la confesión que así se manda hacer, o llamarla carnicería de las conciencias; consta, en efecto, que ninguna otra cosa se exige de los penitentes en la Iglesia, sino que, después que cada uno se hubiera diligentemente examinado y hubiere explorado todos los senos y escondrijos de su conciencia, confiese aquellos pecados con que se acuerde haber mortalmente ofendido a su Dios y Señor; mas los restantes pecados, que, con diligente reflexión, no se le ocurren, se entiende que están incluidos de modo general en la misma confesión, y por ellos decimos fielmente con el Profeta: De mis pecados ocultos límpiame, Señor (Ps 18,13). Ahora bien, la dificultad misma de semejante confesión y la vergüenza de descubrir los pecados, pudiera ciertamente parecer grave, si no estuviera aliviada por tantas y tan grandes ventajas y consuelos que con toda certeza se confieren por la absolución a todos los que dignamente se acercan a este sacramento.

1683 Dz 901. Por lo demás, en cuanto al modo de confesarse secretamente con solo el sacerdote, si bien Cristo no vedó que pueda alguno confesar públicamente sus delitos en venganza de sus culpas y propia humillación, ora para ejemplo de los demás, ora para edificación de la Iglesia ofendida; sin embargo, no está eso mandado por precepto divino ni sería bastante prudente que por ley humana alguna se mandara que los delitos, mayormente los secretos, hayan de ser por pública confesión manifestados [Can. 6]. De aquí que habiendo sido siempre recomendada por aquellos santísimos y antiquísimos Padres, con grande y unánime sentir, la confesión secreta sacramental de que usó desde el principio la santa Iglesia y ahora también usa, manifiestamente se rechaza la vana calumnia de aquellos que no tienen rubor de enseñar sea ella ajena al mandamiento divino y un invento humano y que tuvo su principio en los Padres congregados en el Concilio de Letrán [Can. 8]. Porque no estableció la Iglesia por el Concilio de Letrán que los fieles se confesaran, cosa que entendía ser necesaria e instituida por derecho divino, sino que el precepto de la confesión había de cumplirse por todos y cada uno por lo menos una vez al año, al llegar a la edad de la discreción. De ahí que ya en toda la Iglesia, con grande fruto de las almas, se observa la saludable costumbre de confesarse en el sagrado y señaladamente aceptable tiempo de cuaresma; costumbre que este santo Concilio particularmente aprueba y abraza como piadosa y que debe con razón ser mantenida [Can. 8; v. 437 s].

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LUCAS 12, 13-21

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (12,13-21): facebook pq

13 Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia».

14 Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?».

15 Después les dijo: «Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».

LUCAS 12.15

16 Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

17 y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha».

18 Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida».

20 Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?».

LUCAS 12.20

21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».

San Basilio, Homilía 6, sobre las riquezas; PG 31, 261 s.

«¿Qué voy a hacer? ¡Construiré graneros más grandes!» ¿Por qué habían producido tanto las tierras de este hombre que no iba a hacer más que un mal uso de sus riquezas? Para que se manifiesta con mayor esplendor la inmensa bondad de Dios que da su gracia a todos, «porque hace caer la lluvia sobre justos e injustos, hace salir el sol tanto sobre los malvados como sobre los buenos» (Mt 5,45)… Los beneficios de Dios para este hombre rico eran: una tierra fecunda, un clima templado, abundantes semillas, bueyes para labrar, y todo lo que asegura la prosperidad. Y él ¿qué le devolvía? Un mal humor, misantropía y egoísmo. Es así como agradecía a su bienhechor.
Olvidaba que todos pertenecemos a la misma naturaleza humana; no pensó que era necesario distribuir lo superfluo a los pobres; no tuvo en cuenta ninguno de los preceptos divinos: «No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo» (Pr 3, 27), «la piedad y la lealtad no te abandonen» (3,3), «parte tu pan con el hambriento» (Is 58,7). Todos los profetas y los sabios le proclamaban estos preceptos, pero él se hacía el sordo. Sus graneros estaban a punto de romperse por demasiado estrechos para el trigo que metía, pero su corazón no estaba saciado…

No quería despojarse de nada aunque no llegara a poder guardar todo lo que poseía. Este problema le angustiaba: «¿Qué haré?» se repetía. ¿Quién no tendría lástima de un hombre tan obsesionado? La abundancia le hace desdichado… se lamenta igual como los indigentes: «¿Qué haré? ¿Qué comeré? ¿Con qué me vestiré?» Eso es lo que dice este rico. Sufre su corazón, la inquietud le devora, porque lo que a los demás les alegra, al avaro lo hunde. Que todos sus graneros estén llenos no le da la felicidad. Lo que atormenta a su alma es tener demasiadas riquezas al rebosar sus graneros…

Considera bien, hombre, quién te ha llenado de sus dones. Reflexiona un poco sobre ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha confiado? ¿De quién has recibido ese encargo? ¿Por qué te ha preferido a muchos otros? El Dios de toda bondad ha hecho de ti su intendente; te ha encargado preocuparte de tus compañeros de servicio: ¡no vayas a creer que todo se ha preparado para tu estómago solamente! Dispón de los bienes que tienes en tus manos como si fueran de otros. El placer que te procuran dura muy poco, muy pronto van a escapársete y desaparecer, y sin embargo te pedirán cuenta rigurosa de lo que has hecho con ellos. Luego lo guardas todo, puertas y cerraduras bien cerradas; pues aunque lo hayas cerrado todo, la ansiedad no te deja dormir…

«¿Qué haré?» Tenía una respuesta a punto: «Llenaré las almas de los hambrientos; abriré mis graneros e invitaré a todos los que pasan necesidad… Haré que oigan una palabra generosa: Venid a mí todos los que no tenéis pan, tomad la parte que os corresponde de los dones que Dios ha concedido, cada uno según su necesidad».

San Juan Crisóstomo: Hom. 77

Síguese un tercer consuelo: que juntamente con ellos será injuriado el Padre. Les dice: Todo esto harán con vosotros por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. O sea que también a El lo injurian en eso. Además, declarando indignos a ésos de todo perdón, pone otro motivo de consuelo con estas palabras: Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; con lo cual hace manifiesto que procederán injustamente contra El y contra los discípulos. Luego, como si éstos le dijeran: ¿Entonces por qué nos arrojaste a semejantes males? ¿Acaso no preveías las guerras y odios?, añade respondiendo: El que me odia a Mí, odia también a mi Padre. No es pequeño el castigo que de antemano les anuncia. Puesto que continuamente alegaban que por amor al Padre lo perseguían. Con lo dicho les quita El toda defensa. No les queda ya excusa alguna. El los adoctrinó con sus palabras y los confirmó con palabras y obras, conforme a la Ley de Moisés; y El mismo a quien tal hace y dice, si sus palabras llevan a la piedad y están apoyadas en grandes milagros, ordena que se le obedezca como a El mismo en persona.

Pero no sólo se refirió Jesús a sus milagros, sino a que eran tales cuales nunca ningún otro llevó a cabo. Y testigos de esto eran los mismos judíos, pues decían: Jamás se vio cosa parecida en Israel; y también: Nunca jamás se oyó decir que alguien abrió los ojos a un ciego de nacimiento. Y lo mismo fue cuando lo de Lázaro. Y se podrían citar muchos milagros y también el modo de verificarlos, pues todo ahí era nuevo y estupendo. Entonces ¿por qué dices que a ti y a nosotros nos perseguirán?: Porque no sois de este mundo. Si fuerais de este mundo, el mundo amaría lo que es suyo.

Les trae desde luego a la memoria las palabras que ya había El dicho a sus hermanos; aunque allá las dijo más cautamente para no ofenderlos, mientras que acá lo revela todo. Pero ¿cómo se demuestra que por causa de El se nos persigue? Por lo que conmigo han hecho, les dice. ¿Cuál de mis palabras o de mis obras que pudieron acusar no utilizaron para no recibirme? Y como esto mismo fuera para nosotros increíble y admirable, añade la razón: es a saber, la perversidad de ellos. Y no se contentó con eso, sino que adujo al profeta, haciendo ver que éste, ya de antiguo, había anunciado y había dicho: Me odiaron gratuitamente.

Lo mismo hace Pablo. Pues como muchos se admiraran de la incredulidad de los judíos, les pone delante los profetas que ya antiguamente predijeron eso y pusieron el motivo de semejante incredulidad, que fue la arrogancia y perversidad de los mismos judíos. Pero entonces, Señor, si no obedecieron tus palabras, tampoco creerán en las nuestras; y si a Ti te persiguieron, también nos perseguirán a nosotros; y si presenciaron milagros tales como nadie nunca los hizo iguales; y si escucharon discursos como nunca se habían escuchado; y todo eso de nada sirvió, sino que odiaron a tu Padre y también a Ti ¿cómo podremos ser testigos fidedignos? ¿cuál de nuestros conciudadanos nos prestará oídos?

Para que semejantes pensamientos no los perturbaran, advierte el consuelo que les da. Cuando viniera el Paráclito que Yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, El dará testimonio de Mí. Y también vosotros daréis testimonio, ya que desde el principio estáis conmigo. El será fidedigno, puesto que será Espíritu de la verdad. Por tal motivo no lo llama Espíritu Santo, sino Espíritu de la verdad. Que procede del Padre quiere decir que todo lo conoce con exactitud, lo cual afirma también el mismo Cristo de Sí: Yo sé de dónde vengo y a dónde voy, lo dice hablando de la verdad.

Al cual Yo enviaré. De modo que no lo envía el Padre solo, sino juntamente lo envía el Hijo. Y también vosotros seréis fidedignos, pues habéis estado conmigo y no oísteis la doctrina de boca de otro. Los mismos apóstoles más tarde lo aseveran y dicen: Los que con El comimos y bebimos. Y que no les dijera eso únicamente por adulación, lo testifica el mismo Espíritu. Estas cosas os digo para que no desfallezcáis, cuando veáis que muchos no creen y que vosotros soportáis duros trabajos. OÍ echarán de las sinagogas. Ya habían decretado los judíos que si alguno confesaba a Cristo, fuera arrojado de la sinagoga.

Llega ya la hora en que todo el que os dé muerte crea que rinde un servicio a Dios. Tramarán vuestra muerte como quien piadosamente procede y agradando a Dios. Luego nuevamente los consuela diciendo: Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a Mí. Os sirve de suficiente consuelo que lo sufriréis por el Padre y por Mí. De modo que les trae a la memoria aquella bienaventuranza que profirió allá a los principios: Seréis bienaventurados cuando os insultaren y persiguieren y dijeren falsamente todo género de maldad contra vosotros, por causa mía. Gozaos y alegraos porque vuestra recompensa será grande en los Cielos.

Esto os he dicho para que cuando llegue la hora de estos sufrimientos, os acordéis de esto que Yo os predije; y así también todo lo demás lo tengáis por digno de fe. No podréis decir que Yo por adulación o por conseguir vuestro favor he dicho estas cosas, ni que mis palabras eran falaces. Si alguien quisiera engañaros, no os haría estas predicciones que podrían aterrorizaros. Os las he predicho para que no os tomen de repente y os conturben; y también no podáis decir que Yo no supe de antemano lo futuro. Acordaos, pues, de que os lo predije. Los judíos constantemente propalaban como causa de perseguir a los apóstoles el mal que éstos hacían, por lo cual los echaban fuera como a gente perniciosa. Pero esto ya no perturbaba a los discípulos, pues habían oído que así sucedería y sabían el motivo por el que padecían, motivo que era suficiente para levantarles el ánimo. Por esto en todas partes lo presenta Jesús diciendo: No me han conocido; y por mi causa lo harán; y por mi nombre sufrirán los discípulos y por mi Padre; y también: Yo el primero he padecido; y además: al hacer eso los perseguidores obran con injusticia.

Pues bien, al tiempo de las pruebas y tentaciones, meditemos estas cosas, sobre todo cuando algo padezcamos de parte de los malos. Atendamos a nuestro jefe y consumador de nuestra fe; ya que lo sufrimos de parte de los perversos, lo sufrimos por la virtud y por Cristo. Si esto meditamos, todo nos será fácil y tolerable. Si cualquiera se gloría de lo que ha sufrido por aquellos a quienes ama, ¿qué pena puede sentir por sus males aquel que los sufre por Dios? Cristo, por amor nuestro, a la cruz, cosa llena de oprobio, la llama gloria; pues mucho más debemos nosotros estimarla así.

Si de este modo podemos despreciar los sufrimientos, mucho más podremos después despreciar los dineros y la avaricia. De modo que es conveniente, cuando habernos de sufrir alguna cosa pesada, que pensemos no únicamente en el trabajo, sino además en las coronas. Así como los mercaderes piensan no sólo en los peligros del mar, sino también en las ganancias, así conviene que nosotros pensemos en el Cielo y tengamos la confianza según Dios. Si las riquezas te parecen agradables, piensa que Cristo no las quiere, y al punto dejarán de agradarte. Lo mismo, si te es molesto hacer limosna a los pobres, no pienses únicamente en lo que das, sino levanta tu ánimo rápidamente de la siembra a la cosecha. Si te parece duro abstenerte del amor a la mujer ajena, medita en la corona que esto te adquiere, y fácilmente apartarás el fuego y soportarás el trabajo. Dura cosa es la virtud, pero rodeémosla de las grandes promesas de bienes futuros. Los buenos tienen por hermosa la virtud por sí misma, haciendo a un lado las demás consideraciones, y por eso la ejercitan; y proceden en eso correctamente, no atendiendo a la recompensa sino al beneplácito divino. Estiman sobremanera la continencia no para evitar el castigo, sino porque ella es un mandato de Dios.

Mas, si alguno es más débil, piense en los premios. Y lo mismo procedamos respecto de la limosna y compadezcámonos de nuestros conciudadanos, y no los despreciemos al verlos muertos por el hambre. ¿Cómo no ha de ser absurdo estar nosotros sentados a la mesa riendo y entre placeres, mientras escuchamos a otros que lloran en las calles y ni siquiera los miramos, sino que se lo tomamos a mal y los llamamos mentirosos? ¿Qué dices, oh hombre? ¿Hay acaso alguno que por un pan teja mentiras? Pues bien, de éstos en especial debes moverte a compasión, si dices que sí los hay. A éstos sobre todo hay que librarlos de su necesidad. Y si nada quieres darles, a lo menos no los cargues de injurias. Si no quieres librarlos del naufragio, a lo menos no los precipites al abismo. Cuando rechazas a quien te pide, considera lo que tú podrás conseguir cuando ruegas a Dios. Porque El dice: Con la medida que midiereis seréis medidos. Considera cómo ese pobre a quien rechazaste se aparta con la cabeza inclinada, llorando y llevando una doble herida: la de la pobreza y la de la injuria. Si piensas que pedir limosna es una maldición, piensa también cuán grave tempestad se levanta en el alma de quien pide y no recibe y ha de apartarse cargado de injurias.

¿Hasta cuándo seremos semejantes a las fieras? ¿hasta cuándo, a causa de nuestra avaricia, despreciaremos nuestra propia naturaleza? Muchos de vosotros ahora lloráis. Pero yo deseo que no únicamente ahora, sino perpetuamente obtenga ella de vosotros esa misericordia. Piensa en aquel día en que nos presentaremos ante el tribunal de Cristo y cómo necesitaremos entonces de misericordia. ¿Qué será cuando nos diga: por un pan o por un óbolo suscitasteis en éstos tan horrible tempestad? ¿Qué responderemos? ¿qué defensa hallaremos? Y que El nos presentará así en público, óyelo con sus mismas palabras: Cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos tampoco conmigo lo hicisteis. !!

Porque no serán entonces ellos quienes nos lo dirán, sino el mismo Cristo quien nos lo reprochará. El rico Epulón vio a Lázaro, pero Lázaro nada le dijo. Fue Abrahán quien habló en favor de Lázaro. Lo mismo sucederá con los pobres que ahora despreciamos. No los veremos extendiendo su mano, con míseros vestidos, sino ya puestos en descanso. Y seremos nosotros quienes nos vestiremos de sus hábitos; y ojalá sea solamente de sus hábitos y no, lo que es cosa más grave, nos revista el castigo. Porque el rico Epulón ahí no anhelaba saciarse de las migajas, sino que sufría el fuego y era horriblemente atormentado; y le dijeron: Recibiste bienes en tu vida y Lázaro

No pensemos que las riquezas son alguna cosa grande, puesto que nos servirán de viático que nos llevará al suplicio si no nos cuidamos; así como si nos cuidamos, la pobreza será para nosotros un complemento de quietud y de gozo. Si la llevamos con acciones de gracias, lavaremos nuestros pecados y lograremos ante Dios grande confianza. En conclusión: no busquemos siempre y en todo el descanso, sino emprendamos los trabajos de la virtud. Cortemos lo superfluo y no busquemos más. Todo lo que poseemos démoslo a los pobres. ¿Qué excusa podemos alegar cuando Cristo nos promete el Cielo y nosotros en cambio ni siquiera un pan le suministramos; y eso que El hace nacer cada día el sol para ti?

El pone a tu servicio todas las criaturas y tú en cambio no le suministras ni siquiera un vestido, ni lo alojas bajo tu techo. Pero ¿qué digo el sol y las demás creaturas? Te ha dado su cuerpo y su sangre preciosa, ¿y tú no le das ni siquiera de beber? Dirás que ya le diste una vez. Pero eso no es misericordia. Mientras teniendo tú algo que dar no lo dieres, todavía no has cumplido con El. También las vírgenes necias tenían sus lámparas y tenían su aceite, pero no era suficiente en cantidad. Convenía que dieras de lo tuyo y no fueras tan parco en dar. Ahora, en cambio, cuando no das de lo tuyo, sino de lo que a Dios pertenece ¿por qué eres tan corto en dar, tan tenaz en retener?

¿Queréis que os exponga el motivo de semejante inhumanidad? Los que por avaricia amontonan riquezas, son siempre lentos para dar; porque quien ha aprendido ese modo de amontonar ganancias, no sabe gastar. Mas ¿cómo se convertirá quien así se halla dispuesto para la rapiña? El que anda arrebatando lo ajeno ¿cómo podrá dar de lo suyo? El perro que ya se acostumbró a devorar carne no puede en adelante ser guardián del rebaño. Por tal motivo los pastores a tales perros los matan. Pues bien, nosotros, para que eso no nos acontezca, abstengámonos de semejante alimento. Se alimentan de carne quienes causan la muerte por hambre al necesitado.

¿No adviertes cómo Dios todas las cosas las hizo comunes para todos? Si permitió que hubiera pobres fue en gracia de los ricos, para que éstos pudieran mediante la limosna redimir sus pecados. Pero tú te vuelves inhumano y cruel. Por donde se ve que si tuvieras esa potestad en cosas mayores, cometerías cantidad de asesinatos y habrías privado de la luz del día y de la vida a todos. Para que esto no sucediera, cortó el Señor, mediante esa tendencia insaciable, el camino para aquello.

Si os molestáis con estas cosas, mucho más me molesta a mí el verlas. ¿Hasta cuándo serás tú rico y el otro será pobre? Hasta la tarde de la vida. Más allá es imposible. Tan corta es la existencia de acá. Todo lo futuro está ya a las puertas y todo lo hemos de juzgar como el breve tiempo de una hora. ¿Qué necesidad tienes de una despensa rebosante, ni de rebaños de criados y de administradores? ¿Por qué, en vez de eso, no te apañas miles de pregoneros tuyos mediante la limosna? La despensa repleta sin lanzar voces atrae a cantidad de ladrones; en cambio la despensa dedicada a los pobres sube hasta Dios, suaviza la vida presente, libra de todos los pecados y logra gloria ante Dios y honra ante los hombres.

¿Por qué, pues, te privas de bienes tan numerosos y grandes? Más que a los pobres a ti mismo te beneficias, puesto que a ellos tú les proporcionas bienes de la vida presente, y en cambio te apañas la gloria futura y la confianza ante Dios. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Juan Pablo II, Homilía el 3-8-1980 (Domingo XVIII Tiempo Ordinario)

En el conjunto de las lecturas de la liturgia de hoy está contenida una profunda paradoja, la paradoja entre “la vanidad y el valor”. Las primeras palabras del libro del Qohelet hablan de la vanidad de todas las cosas; en cierto sentido, de la vanidad de los esfuerzos, de las actividades del hombre en esta vida, de la vanidad de todas las criaturas en cierto modo; de la vanidad del hombre, él también una criatura a pasar y a la muerte.

En este Salmo que cantamos en la liturgia de hoy, escuchamos, inmediatamente después, el elogio a lo creado. Por otra parte, ese elogio es un lejano eco primogénito contenido en todo el Génesis, del elogio a la creación: cuando Dios dijo que toda su obra fue un bien, o más aún, vio que fue un bien del hombre, creado a su imagen y semejanza, dijo que era muy bueno. Vio que era muy bueno. Por tanto nos encontramos ante un interrogante: ¿por qué la vanidad y por qué el valor? ¿Qué relación los une entre sí? La respuesta, al menos la principal, se encuentra en el Evangelio que hemos leído hoy. No se trata de dar un juicio sobre lo creado. Se trata del camino de la sabiduría. No olvidemos que el Génesis es, ante todo, un libro (tengo presente sus primeros capítulos). Es pues un libro sobre el mundo, en cierto sentido un libro-manual teológico sobre la cosmología y la creación. El libro del Cohelet, en cambio, es un libro sobre la sabiduría. Enseña cómo vivir. Y lo que dice Cristo en el Evangelio de hoy es una prolongación de esa sabiduría del Antiguo Testamento. Cristo habla a través de ejemplos y parábolas: habla del hombre que ha limitado el sentido de su vida a los bienes de este mundo. Los ha poseído en tan cantidad que ha tenido que construir nuevos graneros para poder contenerlos todos. El programa de la vida, pues, es acumular y usar. Y a esto debe limitarse la felicidad. A un hombre así, Cristo le contesta: “necio, esta misma noche pedirán tu alma”.

Si has interpretado así el sentido del valor, entonces se volverá contra ti la ley de la vanidad. Y ésta es ya una respuesta. No se trata, pues, de juicio sobre el mundo, sino de sabiduría del hombre; de su manera de actuar. Es necesario establecer, en la propia vida, una jerarquía de valores. Cristo, a través de todo lo que ha dicho y, sobre todo, a través de todo lo que Él ha sido, a través de todo el misterio pascual, ha establecido la jerarquía de valores en la vida del hombre.

En la segunda lectura de hoy, San Pablo enlaza precisamente con esta Jerarquía cuando dice que debemos buscar lo que está en lo alto. Por tanto, el hombre no puede encerrar el horizonte de su vida en la temporalidad; no puede reducir el sentido de su vida al usufructo de los bienes que le han sido concedidos por la naturaleza, por la creación, que lo rodean y se encuentran también dentro de él. No puede encerrar así la primacía de su existencia, sino que tiene que ir más allá de sí mismo. Estando hecho a imagen y semejanza de Dios, debe verse a sí mismo en un lugar más alto y debe buscar para sí mismo un sentido en aquello que está por encima de él.
El Evangelio contiene la verdad sobre el hombre porque contiene todo aquello que está por encima del hombre y que, al mismo tiempo, el hombre puede alcanzar en Cristo colaborando con la acción de Dios que actúa dentro del hombre. Este es el camino de la sabiduría. Y sobre este camino de la sabiduría se resuelve la paradoja entre la vanidad y el valor; la paradoja que a menudo vive el hombre.

Muchas veces el hombre es propenso a mirar su vida desde el punto de vista de la vanidad. Sin embargo Cristo quiere que la veamos desde el punto de vista del valor, pero teniendo siempre cuidado de utilizar la justa jerarquía de valores, la justa escala de valores.

Y cuando la liturgia de hoy, junto con la palabra aleluya, nos recuerda también la bienaventuranza “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, resume en ella ese programa de vida.

Cristo ha exhortado al hombre a la pobreza, a adquirir una actitud que no le haga encerrarse en la temporalidad, que no le haga ver en ella el fin último de la propia existencia y no le haga basar todo en el consumo, en el goce. Un hombre así es pobre en este sentido, porque está continuamente abierto. Abierto a Dios y abierto a estos valores que nos vienen de su acción, de su gracia, de su creación, de su redención y de su Cristo.

Es éste el breve resumen de los pensamientos encerrados en la liturgia de hoy; pensamientos siempre importantes. Nunca pierden su significado; permanecen perpetuamente actuales.

En cierto sentido buscábamos siempre una contestación a la pregunta: ¿qué quiere decir ser un cristiano? ¿Qué quiere decir ser un cristiano en el mundo moderno?: ¿ser cristiano cada día, siendo, al mismo tiempo, un profesor de universidad, un ingeniero, un médico, un hombre contemporáneo y, antes aún, un o una estudiante?
¿Qué quiere decir ser cristiano? Y descubriendo este valor y, sobre todo, este contenido de la palabra “cristiano” y el valor congénito en ella, encontrábamos también la alegría. No sólo un consuelo inmediato, sino una afirmación continua. Y aquí encuentra su afirmación una respuesta a la pregunta sobre si vale la pena vivir. Con tal comprensión de la jerarquía de valores vale la pena vivir. Y vale la pena esforzarse y padecer, porque la vida humana no está libre de ello.

En esta perspectiva vale la pena esforzarse y padecer, porque “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

“Así se formaba la Iglesia en sus comienzos, así empezó a formarla Cristo mismo, y así ella se formaba gracias al ministerio de los Apóstoles y de sus Sucesores, y así se forma aún hoy. Construid la Iglesia en esta dimensión de la vida de la que sois partícipes”.

Benedicto XVI

Ángelus del 5-8-2007

En este XVIII domingo del tiempo ordinario, la palabra de Dios nos estimula a reflexionar sobre cómo debe ser nuestra relación con los bienes materiales. La riqueza, aun siendo en sí un bien, no se debe considerar un bien absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación; más aún, podría incluso ponerla seriamente en peligro. En la página evangélica de hoy, Jesús pone en guardia a sus discípulos precisamente contra este riesgo. Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar se halla en las “cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo que nuestra vida “está oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 1-3).

…La Virgen, que participó en el misterio de Cristo más que ninguna otra criatura, nos sostenga en nuestro camino de fe para que, como la liturgia nos invita a orar hoy, “al trabajar con nuestras fuerzas para subyugar la tierra, no nos dejemos dominar por la avaricia y el egoísmo, sino que busquemos siempre lo que vale delante de Dios” (cf. Oración colecta).

Ángelus del 1-8-2010

Estos días se celebra la memoria litúrgica de algunos santos… Empeño común de estos santos fue salvar a las almas y servir a la Iglesia con sus respectivos carismas, contribuyendo a renovarla y a enriquecerla. Estos hombres adquirieron «un corazón sabio» (Sal 89, 12) acumulando lo que no se corrompe y desechando cuanto irremediablemente es voluble en el tiempo: el poder, la riqueza y los placeres efímeros. Al elegir a Dios, poseyeron todo lo necesario, pregustando desde la vida terrena la eternidad (cf. Qo 1, 1-5).

En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno entre la multitud: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (Lc 12, 13). Jesús, respondiendo, pone en guardia a quienes le oyen sobre la avidez de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien, habiendo acumulado para él una abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte. Pero Dios le dijo: “Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, para quién serán?” (Lc 12, 20).

El hombre necio, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta, desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder. Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por lo tanto, necedad.

El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido «un corazón sabio», como los santos…

Catena Aurea: Comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón 34, sobre el salmo 149

“Ser rico según la mirada de Dios”

Hermanos, examinad con atención vuestras moradas interiores, abrid los ojos y considerad cual es vuestro mayor amor, y después aumentad la cantidad que habréis descubierto en vosotros mismos. Poned atención a este tesoro vuestro a fin de ser ricos interiormente. Decimos que son caros los bienes que tienen un gran precio y con razón…

Pero ¿qué hay de más apreciado que el amor, hermanos míos? Según vuestro parecer ¿cuál es su precio? Y, ¿cómo pagarlo? El precio de una tierra, el del trigo, es tu dinero; el precio de una perla, es tu oro; pero el precio de tu amor, eres tú mismo. Si quieres comprar un campo, una joya, un animal, buscas los fondos necesarios, miras alrededor tuyo. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, es preciso que te encuentres a ti mismo.

¿Qué es lo que temes dándote? ¿Perderte? Al contrario, es rechazando darte que te pierdes. El mismo Amor se expresa por boca de la Sabiduría y con una palabra apacigua el desasosiego en la que te mete esta palabra: “¡Date a ti mismo!” Si alguien quisiera venderte un terreno te diría: “Dame tu dinero” o para otra cosa: “Dame tu moneda”. Escucha lo que te dice el Amor por boca de la Sabiduría: “Hijo, dame tu corazón” (Pr 23,26). Tu corazón estaba mal cuando era tuyo; eras presa de tus futilezas, es decir, de las malas pasiones. ¡Quítalas de ahí! ¿Dónde llevarlas? ¡A quién ofrecérselas? “Hijo, ¡dame tu corazón!” dice la Sabiduría. Que sea mío, y no lo perderás…

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Mt 22,37)… El que te creó te quiere todo entero.

AUTOESTIMA

San Ambrosio

13-15 Todo lo que precede nos enseña a sufrir por confesar al Señor, o por el menosprecio de la muerte, o por la esperanza del premio, o por la amenaza del castigo eterno, del que nunca se obtiene el perdón. Y como la avaricia suele tentar con frecuencia la virtud, nos da un precepto y un ejemplo para combatir esta pasión; por eso cuando dice: “Entonces le dijo uno del pueblo: Maestro, di a mi hermano que me dé la parte que me toca de la herencia”.

Por esta causa prescinde de lo terreno Aquel que había descendido por las cosas divinas. No quiere ser juez de los pleitos, ni árbitro de las facultades, siendo juez de los vivos y de los muertos y el árbitro de los méritos. Por esto hay que considerar no lo que pides sino de quién lo pides; además procura no llamar hacia cosas de menor importancia la atención del que se ocupa de otras más interesantes [ref] “La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda de Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús. Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida (…) Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición” Catecismo de la Iglesia Católica, 2632-2633.[/ref].

Por esta causa es rechazado con razón aquel hermano que procuraba ocupar al Dispensador de las gracias celestiales en las cosas corruptibles, cuando entre hermanos no debe ser el juez, sino el cariño, el que medie en la partición del patrimonio. Y los hombres han de mirar más al patrimonio de la inmortalidad que al de las riquezas.

16-21  En vano amontona riquezas el que no sabe si habrá de usar de ellas; ni tampoco son nuestras aquellas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la virtud es la que acompaña a los difuntos. Unicamente nos sigue la caridad, que obtiene la vida eterna a los que mueren.

San Basilio, hom. de divit. agri fertilis

16-21 Si este hombre no hizo buen uso de la abundancia de sus frutos -frutos en los que se patentiza la generosidad divina, que extiende su bondad hasta los malos, lloviendo lo mismo sobre los justos que sobre los injustos-, ¿de qué modo paga, pues, a su bienhechor? Este hombre olvida la condición de su naturaleza y no cree que debe darse lo que sobra a los pobres. Los graneros no podían contener la abundancia de los frutos, pero el alma avara nunca se ve llena. Y no queriendo dar los frutos antiguos por la avaricia, ni pudiendo recoger los nuevos por su abundancia, sus consejos eran imperfectos y sus cuidados estériles. Por lo cual sigue: “Y él pensaba entre sí mismo”, etc. Se quejaba también como los pobres, pues el el oprimido por la miseria se pregunta, ¿qué haré?, ¿en dónde comeré?, ¿dónde me calzaré? También este rico dice lo mismo, porque oprimen su alma las riquezas que proceden de sus rentas. Y no quiere desprenderse de ellas para que no aprovechen a los pobres, a semejanza de los glotones que prefieren morir de hartura a dar a los pobres lo que les sobra.

Debía haber dicho “abriré mis graneros y convocaré a los pobres”. Pero piensa, no en repartir, sino en amontonar. Continúa, pues: “Y dijo, esto haré; derribaré mis graneros”. Hace bien, porque son dignos de destrucción las adquisiciones de la maldad: destruye tu también tus graneros, porque de ellos nadie ha obtenido consuelo. Añade: “Y los haré mayores”. Y si también llenas éstos, ¿volverás acaso a destruirlos? ¿Qué cosa más necia que trabajar indefinidamente? Los graneros son para ti -si tú quieres- las casas de los pobres; pero dirás: ¿a quién ofendo conservando lo que es mío? Y prosigue: “Y allí recogeré todos mis frutos y mis bienes”. Dime, ¿qué bienes son los tuyos? ¿De dónde los has tomado para llevarlos en la vida? Como los que llegan temprano a un espectáculo, impiden que participen los que llegan después, tomando para sí lo que está ordenado para el uso común de todos, así son los ricos, que apoderándose antes de lo que es común, lo estiman como si fuese suyo. Porque si cualquiera que habiendo recibido lo necesario para satisfacer sus necesidades, dejase lo sobrante para los pobres, no habría ni ricos ni pobres.

Pero si confiesas que los frutos provienen del cielo, ¿será injusto Dios cuando nos distribuye sus dones de una manera desigual? ¿Por qué tú vives en la abundancia y el otro pide limosna, sino para que consiga el primero el mérito de la caridad y el último el que se alcanza con la paciencia? ¿No serás por ventura despojador, reputando tuyo lo que has recibido para distribuirlo? Es el pan del hambriento el que tú tienes, el vestido del desnudo el que conservas en tu guardarropa, es el calzado del descalzo el que amontonas y la plata del indigente la que escondes bajo la tierra. Cometes, pues, tantas injusticias cuantas son las cosas que puedes dar.

San Basilio, hom 6 super destruam horrea mea

16-21 Piensas tan poco en los bienes de tu alma, que ofreces a ésta los alimentos del cuerpo. Sin embargo si tiene virtud, si es fecunda en buenas obras, si se unió a Dios, posee muchos bienes y disfruta de grande alegría. Pero como eres todo carnal y estás sujeto a las pasiones, tu devoción depende del vientre y no del alma.

Se le permite deliberar sobre todas las cosas y manifestar su propósito con el fin de que reciban sus pasiones el castigo que merecen. Pero mientras habla en secreto, sus palabras son examinadas en el cielo, de donde le viene la respuesta. Y continúa: “Mas Dios le dijo: necio, esta noche te vuelven a pedir el alma”, etc. Atiende al nombre de necio, que te corresponde, que no te ha impuesto ningún hombre, sino el mismo Dios.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr

16-21 Es de notar lo inconsiderado de sus palabras cuando dice: “Allí recogeré todos mis frutos”, creyendo que sus riquezas no le vienen de Dios, sino que son el fruto de sus trabajos.

El rico no prepara graneros permanentes, sino caducos y, lo que es más necio, se promete una larga vida. Sigue pues: “Y diré a mi alma: alma, muchos bienes tienes allegados para muchos años”. Pero, oh rico, tienes frutos en tu granero ciertamente, pero ¿cómo podrás obtener muchos años de vida?

Crisóstomo, varios escritos

16-21 También se equivoca el que toma como bienes lo que es indiferente; porque hay cosas que son buenas, otras malas y otras medianas. La castidad, la humildad y otras virtudes semejantes, son de las primeras; y cuando el hombre las elige, hace el bien. Las opuestas a éstas son las malas, y hace el mal el hombre que las acepta. Y, en fin, las medianas, como por ejemplo las riquezas, son las que se destinan al bien, como en la limosna, o al mal, como en la avaricia. Lo mismo sucede respecto de la pobreza, que lleva a la blasfemia o a la sabiduría, según los sentimientos de los que la padecen. (hom 8 in ep. 2 ad Tim)

No conviene, pues, darse a las delicias de la vida, engordar el cuerpo y enflaquecer el alma, cargarla de peso, envolverla en tinieblas y en un espeso velo; porque en las delicias se avasalla el alma que debe ser la que domine, y domina el cuerpo que debe ser esclavo. El cuerpo no necesita de placeres sino de alimento, para que se aliente, y no se destruya y sucumba; y no solamente para el alma, sino que también para el cuerpo son nocivos los placeres, porque el que es fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo el joven. (hom. 39, in 1 ad Cor)

“Te pedirán”. Pedía, pues, su alma sin duda algún valioso poder enviado al efecto. Porque, si cuando pasamos de una ciudad a otra necesitamos quien nos guíe, con mucha mayor razón necesitará el alma separada del cuerpo ser guiada cuando pase a la vida futura. Por esto el alma resiste muchas veces y se abisma cuando debe salir del cuerpo; porque siempre nos asusta el conocimiento de nuestros pecados especialmente cuando debemos ser presentados ante el juicio terrible de Dios. Entonces se presenta a nuestra vista la serie de nuestros crímenes, y teniéndolos delante de nuestros ojos, nuestra imaginación se estremece. Además, como los encarcelados que siempre están afligidos, pero particularmente cuando deben presentarse al juez, así el alma se atormenta y duele por sus pecados, sobre todo en este momento, y mucho más al salir del cuerpo. (in Matthaeum hom. 29)

Aquí lo dejarás todo, no solamente no recibiendo ventaja ninguna, sino llevando sobre tus hombros la carga de tus pecados. Y todo lo que has amontonado, acaso vendrá a parar a mano de tus enemigos, siendo tú, sin embargo, a quien se pedirá cuenta de ello. Prosigue: “Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios”. (in Cat. grac. Patr., ex hom. 23, in Gener)

San Atanasio, contra Antigonum ex eadem Cat. graec

16-21 Si alguno vive como si hubiese de morir todos los días -porque es incierta nuestra vida por naturaleza-, no pecará, puesto que el temor grande mata siempre la mayor parte de las voluptuosidades; y al contrario, el que se promete una vida larga, aspira a ellas. Prosigue, pues: “Descansa -esto es, del trabajo-, come, bebe y goza”; esto es, disfruta de gran aparato.

San Gregorio moralium 22, 12, super Iob 31,24 y 15, 1 super Iob 34,19

16-21 Desaparece aquella misma noche el que se prometía vivir mucho tiempo; de modo que el que había previsto una larga vida para él, amontonando medios de subsistencia, no vio el día siguiente de aquel en que vivía.

Es arrebatada el alma por la noche, cuando se exhala en la oscuridad del corazón; es arrebatada por la noche cuando no quiso tener la luz de la inteligencia con que debía prever lo que podía padecer.
Añade pues: “¿Lo que has allegado para quién será?”.

Comentarios y resumenes generales

Manuel Garrido Bonaño, OSB, Año litúrgico patrístico

Antífonas y oraciones de la Misa
Entrada: «Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes» (Sal 69,2.6).

  • Colecta (del Veronense, retocada con textos del Gelasiano y Gregoriano): «Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía».
  • Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Santifica, Señor, estos dones; acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
  • Comunión: «Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos» (Sab 16,20); o bien: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed, dice el Señor» (Jn 6,35).
  • Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «A quienes has renovado con el pan del cielo, protégelos siempre, Señor, y, ya que no cesas de reconfortarlos, haz que sean dignos de la redención eterna».

La codicia de que nos habla el Evangelio de hoy está relacionada con la primera lectura: «Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad». Nueva vida, nos dice San Pablo, han de vivir los que han sido bautizados, pues son un hombre nuevo. Esto hace que caminemos hacia el encuentro del Señor.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan el «principio y fundamento» de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Todo lo demás vale «tanto» en «cuanto». Caminamos hacia Dios. Somos peregrinos. Nos realizamos en Cristo.

–Eclesiástico 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?. El insondable misterio de la muerte y de la limitación de la felicidad humana, sin perspectivas de eternidad, son una fuente permanente de defraudación, que sólo la fidelidad en Dios puede esperar». Dice San Gregorio Magno:
«Cosas vanas hacemos cuando pensamos en las cosas transitorias; y de aquí es que se dice envanecer lo que de repente es quitado de los ojos de los que lo miran… Así que “las cosas que pasan son vanas”, según que dice Salomón (Ecl. 1,2). Pero convenientemente después de la vanidad sigue luego la maldad, porque, cuando somos llevados por algunas cosas transitorias, somos atados culpablemente en algunas de ellas; y como el alma no tiene estado de firmeza, procediendo de sí misma con inconstancia, cae en los vicios. Así que de la vanidad se cae en la maldad, porque el alma, acostumbrada a las cosas mudables, como siempre salta de unas cosas a otras, allégase a las culpas que nuevamente nacen» (Tratados morales sobre el libro de Job  10,20-21).

–El Salmo 94 recuerda al pueblo judío, y ahora a nosotros, las prevaricaciones de tiempos pasados: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto». Podemos encontrarnos también nosotros en situaciones semejantes. Es mejor: «aclamar al Señor, postrados por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro», no sólo con nuestros labios, sino, sobre todo, con el corazón y las obras buenas.

Colosenses 3,1-5.9-11: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo. Incorporado al misterio redentor por la renuncia al «hombre viejo» y por la «nueva vida en Cristo», el auténtico cristiano puede superar a diario el riesgo de frustración de su vida para la eternidad. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje paulino en sus sermones. Escogemos un sermón predicado en Hipona en la octava de Pascua:
«Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo… ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con esas palabras? ¿Acaso Él hubiera resucitado si o hubiera muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto?
« Ved lo que dice: “si habéis resucitado con Cristo saboread las cosas de arriba, buscad las cosas de arriba…” Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa muera para no morir? Cambie para no ser condenado… A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vive mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado… Por tanto, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida, y vivamos con Cristo, mediante el amor a la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a Aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros»
(Sermón 231,3ss).

Lucas 12,13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será? La misión redentora de Cristo de Cristo Jesús no fue la de solucionarnos la felicidad materialista en el tiempo, sino la de abrir nuestras vidas íntegras a los verdaderos valores de la eternidad, que nos llevan hasta el Padre. Lo afirma San Ambrosio:
«El que había descendido para razones divinas, con toda justicia rechaza las terrenas, y no se digna hacerse juez de pleitos ni repartidor de herencias terrenas, puesto que Él tenía que juzgar y decidir sobre los méritos de los vivos y de los muertos. Debes, pues, mirar no lo que pides, sino a quien se lo pides, y no creas que un espíritu dedicado a cosas mayores puede ser importunado por menudencias. Por esto, no sin razón es rechazado este hermano que pretendía que el Dispensador de los bienes celestiales se ocupara en cosas materiales, cuando precisamente no debe ser un juez el mediador en el pleito de la repartición de un patrimonio, sino el amor fraterno.
«Aunque, en realidad, lo que debe buscar un hombre no es el patrimonio del dinero, sino el de la inmortalidad; pues vanamente reúne riquezas el que no sabe si podrá disfrutar de ellas, como aquél que, pensando derribar los graneros repletos para recoger las nuevas mieses, preparaba otros mayores para las abundantes cosechas, sin saber para quien las amontonaba (Sal 38,7). Ya que todas las cosas de este mundo se quedan en él y nos abandona todo aquello que acaparamos para nuestros herederos; y, en realidad, dejan de ser nuestras todas esas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la virtud acompaña a los difuntos, sólo la misericordia nos sirve de compañera, esa misericordia que actúa en nuestra vida como norte y guía hacia las mansiones celestiales, y logra conseguir para los difuntos, a cambio del despreciable dinero los eternos tabernáculos»
(Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,122).

Julio Alonso Ampuero, Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico

Necedad y sensatez
El evangelio nos presenta el reverso de lo que es el núcleo esencial del mensaje de Cristo. Jesús ha venido a comunicarnos que somos hijos de Dios, que nuestro Padre nos cuida y que, por consiguiente, es preciso hacerse como niños, confiar en el Padre que sabe lo que necesitamos y dejarnos cuidar (Mt 6,25-34).
El pecado del hombre del evangelio es que no se ha hecho como un niño: ha atesorado, fiándose de sus propios bienes, en vez de confiar en el Padre. La clave la dan las palabras de Jesús al principio: «Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Por eso este hombre es calificado como «necio». Su absurda insensatez consiste en olvidarse de Dios buscando apoyarse en lo que posee, creyendo encontrar seguridad fuera de Dios.

En efecto, la autosuficiencia es el gran pecado y la raíz de todos los pecados, desde Adán hasta nosotros. La autosuficiencia que nace de no querer depender de Dios, sino de uno mismo, y lleva a acumular dinero, conocimientos, bienestar, ideas, amistades, poder, cariño e incluso virtudes o prácticas religiosas. Justamente lo contrario del hacerse como niño es el sensato; su humildad y confianza le abren a recibir todo como un don, incluidas las inmensas riquezas de «los bienes de allá arriba». El que busca afianzarse en sí mismo en lugar de recibirlo todo como don es necio y antes o después acabará percibiendo que todo es «vaciedad sin sentido».

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MATEO 6, 19-23

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (6, 19-23): facebook pq

19 No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.

20 Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.

21 Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.

22 La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado.

23 Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

MATEO 6.21

San Basilio (hacia 330-379), monje y obispo de Cesarea de Capadocia, doctor de la Iglesia
Homilía sobre la caridad: PG 31, 266-267; 275
«No os hagáis tesoros en la tierra»

¿Por qué tanto atormentarte y tanto esfuerzo para poner tu riqueza a salvo detrás de la argamasa y ladrillos? «Más vale buen nombre que muchas riquezas» (Pr. 22,1). Amas el dinero por la consideración que te procura. Sueñas que serás considerado mucho más si puedes ser llamado el padre, el protector de millares de niños, que si guardas millares de piezas de oro en tus sacos. Quieras que no un día tendrás que abandonar tu dinero; por el contrario, la gloria de todo el bien que habrás hecho podrás llevártela contigo al presentarte ante el soberano Señor, cuando todo un pueblo, apresurándose a defenderte ante el común juez, te llamará con los nombres de aquellos que dirán que les has alimentado, les has asistido, has sido bueno con ellos. Cuán agradecido estarás, feliz y orgulloso del honor que te hacen: no eres tú quien debe ir a importunarles a su puerta, son los otros que se presentan ante la tuya.
Pero en este momento te entristeces, no se te puede decir nada, huyes los encuentros por miedo a tener que dejar algo de lo que tan celosamente guardas. Y no sabes decir otra cosa: «No tengo nada, no os daré nada porque soy pobre». En realidad eres pobre, pobre de todo: pobre de amor, pobre de bondad, pobre de confianza en Dios, pobre de esperanza eterna.

La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos

San Vicente de Paúl (1581-1660), presbítero, fundador de la Congregación
de la Misión y las Hijas de la Caridad
Conferencia sobre la indiferencia, 16 de mayo 1659
«Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón»

¿Dónde está el corazón del amante? En la cosa que ama: por consiguiente, allí donde está nuestro amor, allí es donde nuestro corazón permanece cautivo. No puede salir de allí, no puede elevarse más alto, no puede ir ni a derecha ni a izquierda; vedle parado. Allí donde está el tesoro del avaro, allí tiene su corazón; allí donde está nuestro corazón, éste es nuestro tesoro.
¡Y qué! Una nonada, una imaginación, una palabra seca que alguien nos ha dicho, una falta de acogida gratuita, un pequeño rechazo, el solo pensamiento de que alguien no cuenta con nosotros…¡todo esto nos hiere y nos indispone hasta el punto de no poder curar! El amor propio ataca a estas heridas imaginarias, no sabemos salir de ellas, estamos siempre metidos en ellas y ¿por qué? Porque estamos cautivos de esta pasión. ¿Qué es lo que nos hace cautivos? ¿Estamos en «la libertad de los hijos de Dios»? (Rm 8,21) ¿O estamos atados a los bienes, a las comodidades, a los honores?
Oh Salvador, nos habéis abierto la puerta de la libertad, enseñadnos a encontrarla. Hacednos conocer la importancia de esta sinceridad, haced que recurramos a vos para llegar a ella. Iluminadnos, mi Salvador, para ver a qué cosas estamos atados, y metednos, por favor en la libertad de los hijos de Dios.

Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón

 

San Cesareo de Arlés (470-543), monje y obispo
Sermón 32, 1-3; SC 243
«Donde está tu tesoro, allí también está tu corazón»

Dios acepta nuestras ofrendas de dinero y se complace en los dones que les hacemos a los pobres, pero con esta condición: que todo pecador, cuando le ofrece a Dios su dinero, le ofrezca al mismo tiempo su alma… Cuando el Señor dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mc 12,17), es como decir: «como devolvéis al César su imagen sobre la moneda de plata, le devolvéis también a Dios la imagen de Dios» (cf Gn 1,26)…
Por eso, como ya dijimos, cuando le damos dinero a los pobres, le ofrecemos nuestra alma a Dios con el fin de que allí dónde está nuestro tesoro, allí también pueda estar nuestro corazón. En efecto, ¿por qué Dios nos pide dar dinero? Seguramente porque sabe que particularmente nos gusta y que pensamos en eso sin cesar; y que allí dónde está nuestro dinero, allí también está nuestro corazón.
Por eso Dios nos exhorta a tener tesoros en el cielo dando a los pobres; para que nuestro corazón siga allí donde ya enviamos nuestro tesoro y donde, cuando el sacerdote dice: «Levantemos el corazón», pudiéramos responder con una conciencia tranquila: «Lo tenemos levantado hacia el Señor».

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San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre Nabaot, 58
“No acumuléis tesoros en la tierra… acumulad mejor tesoros en el cielo”

Tú que escondes tu tesoro en la tierra (Mt 25,25) eres su esclavo y no su dueño.
Cristo dice: “Donde está tu tesoro allí está tu corazón.” (Mt 6,21) Con el tesoro has enterrado también tu corazón. Más vale vender tu tesoro y comprar la salvación. Vendes un mineral y adquieres el reino de Dios, vendes el campo y adquieres para ti vida eterna.
Diciendo esto, estoy diciendo la verdad porque me apoyo en la palabra misma de aquel que es la Verdad: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en los cielos.” (Mt 19,21) No te entristezcas con estas palabras, por miedo que te dirijan a ti las mismas palabras que al joven rico: “Os aseguro que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos.” (Mt 19,23) Aún más, si tú lees esta frase, considera que la muerte te puede arrancar tus bienes, que la violencia de un poderoso te los puede quitar. A fin de cuentas, no te habrás preocupado más que por bienes minúsculos en lugar de grandes riquezas. No son más que tesoros de dinero en lugar de tesoros de gracia. Por el mismo hecho son corruptibles en lugar de eternos.

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