Archivo del sitio
MATEO 28, 16-20
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (28, 16-20):
16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
17 Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
18 Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
Basilio Magno
Sobre el Bautismo [atribuido]: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos
«Haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19)
Lib 1, 1-2: PG 31,1514-1515
PG
Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de san Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.
Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos, y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.
El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.
Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna; con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».
León Magno
Sermón: Lo que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado a los ritos sacramentales
«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)
Tratado 74, 1-2: CCL 138A 455-457
El misterio de nuestra salvación, amadísimos, que el Creador del universo estimó en el precio de su sangre, ha sido llevado a cabo según una economía de humildad desde el día de su nacimiento corporal hasta el término de la pasión. Y aunque bajo la condición de siervo irradiaron muchos signos manifestativos de su divinidad, sin embargo toda la actividad de este período estuvo orientada propiamente a demostrar la realidad de la humanidad asumida. En cambio, después de la pasión, rotas las cadenas de la muerte, que, al recaer en el que no conoció el pecado, había perdido toda su virulencia, la debilidad se convirtió en fortaleza, la mortalidad en eternidad, la ignominia en gloria, gloria que el Señor Jesús hizo patente ante muchos testigos por medio de numerosas pruebas, hasta el día en que introdujo en los cielos el triunfo de la victoria que había obtenido sobre los muertos.
Y así como en la solemnidad de Pascua la resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades hasta compartir el trono de Dios Padre. Hemos sido establecidos y edificados por este modo de obrar divino, para que la gracia de Dios se manifestara más admirablemente, y así, a pesar de haber sido apartada de la vista de los hombres la presencia visible del Señor, por la cual se alimentaba el respeto de ellos hacia él, la fe se mantuviese firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido.
En esto consiste, en efecto, el vigor de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles: creer sin vacilación lo que no ven nuestros ojos, tener fijo el deseo en lo que no puede alcanzar nuestra mirada. ¿Cómo podría nacer esta piedad en nuestros corazones, o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera tan sólo en lo que nos es dado ver? Por eso dijo el Señor a aquel apóstol que no creía en la resurrección de Cristo mientras no explorase con la vista y el tacto, en su carne, las señales de la pasión: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Pues bien, para hacernos capaces, amadísimos, de semejante bienaventuranza, nuestro Señor Jesucristo, después de haber realizado todo lo que convenía a la predicación evangélica y a los misterios del nuevo Testamento, cuarenta días después de la resurrección, elevándose al cielo a la vista de sus discípulos, puso fin a su presencia corporal para sentarse a la derecha del Padre, hasta que se cumplan los tiempos divinamente establecidos en que se multipliquen los hijos de la Iglesia, y vuelva, en la misma carne con que ascendió a los cielos, a juzgar a vivos y muertos. Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ritos sacramentales; y para que nuestra fe fuera más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la instrucción, de modo que, en adelante, nuestros corazones, iluminados por la luz celestial, deben apoyarse en esta instrucción.
JUAN 10, 11-18
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (10,11-18):
11 Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
12 El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
13 Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
14 Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
15 –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas.
16 Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
18 Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre».
COMENTARIO:
El evangelio de Juan está escrito en griego… me resulta curioso observar que en el capítulo 10,11 de del evangelio de S. Juan, Jesús dice:
«Yo soy el BUEN pastor que DA LA VIDA por sus ovejas»
Interesante observar esta traducción que tenemos en nuestras biblias. En el original griego se dice:«εγω ειµι ο ποιµην ο καλος ο ποιµην ο καλος την ψυχην αυτου τιθησιν υπερ των προβατων»
En realidad usa el adjetivo KALÓS que se traduce habitualmente como «BELLO».
¿Entonces por qué traducimos el BUEN pastor si en el original griego quizás sería más apropiado el BELLO pastor?
Probablemente porque está hablando de la Belleza de la Bondad.
Hay tres principios que atribuimos en su estado de perfección a Dios:Lo Bello
Lo bueno
y lo VerdaderoDios es suma Belleza, la excelsa Bondad y la auténtica Verdad.
Pedro Crisólogo
Sermón: Nos conduce a los pastos de la vida
«Yo doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,15)
Sermón 6: CCL 24, 44-47
CCL
Que el regreso del pastor fue bueno, cuando Cristo vino a la tierra, él mismo acaba de proclamarlo hoy: Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. De aquí que el mismo maestro va buscando por toda la tierra compañeros y colaboradores, diciendo: Aclamad al Señor, tierra entera; de aquí que confíe a Pedro sus ovejas para que las pastoree en su nombre y tome el relevo al subir él al cielo. Pedro –dice–, ¿me amas? Pastorea mis ovejas. Y para no turbar con un comportamiento autoritario los frágiles comienzos de un retorno, sino sostenerlo a base de comprensión, repite: Pedro, ¿me amas? Apacienta mis corderos. Encomienda las ovejas, encomienda el fruto de las ovejas, porque el pastor conocía ya de antemano la futura fecundidad de su rebaño. Pedro, ¿me amas? Apacienta mis corderos. A estos corderos, Pablo, colega del pastor Pedro, les ofrecía como alimento espiritual las ubres llenas de leche, cuando decía: Os alimenté con leche, no con comida. Esto es lo que sentía el santo rey David, y por eso exclamaba como con piadoso balido: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas.
A quien retorna a los pastos de la paz evangélica después de tantos gemidos de guerras, después de una triste vida de sangre, el siguiente versículo anuncia la alegría a quienes yacen en la servidumbre. El hombre era siervo del pecado, gemía cautivo de la muerte, sufría las cadenas de sus vicios. ¿Cuándo el hombre no estuvo triste bajo el pecado? ¿Cuándo no gimió atenazado por la muerte? ¿Cuándo no desesperó bajo la tiranía de los vicios? Por esta razón, lanzaba el hombre desesperados gemidos, cuando no le quedaba otro remedio que soportar tales y tan crueles señores. Con razón, pues, el profeta al vernos liberados de tales señores y convertidos al servicio del Creador, a la gracia del Padre y a la libre servidumbre del único Señor bueno, exclama: Servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Porque los que la culpabilidad había arrojado y la conciencia había expulsado, a éstos la gracia los reconduce y la inocencia los reintroduce.
Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Quedó ya demostrado con la autoridad de un proverbio, que del cielo se esperaba un pastor que, con gran júbilo, recondujera a los pastos de la vida a las ovejas descarriadas y desahuciadas a causa de un alimento letal. Entrad —dice– por sus puertas con acción de gracias. Únicamente la acción de gracias nos hace entrar por las puertas de la fe: por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. Nombre por el que hemos sido salvados, Nombre ante el cual dobla la rodilla el cielo, la tierra y el abismo, y por el que toda criatura ama al Señor Dios. El Señor es bueno. ¿Por qué es bueno? porque su misericordia es eterna. En verdad es bueno por su misericordia. En virtud únicamente de su misericordia se dignó revocar la amarguísima sentencia que pesaba sobre todo el mundo. Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Hilario de Poitiers
Sobre los Salmos: Cristo regirá como pastor las naciones que se le han confiado
«Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11)
Salmo 2, 31. 34. 35. 37: CSEL 22, 60. 63. 64. 65
CSEL
Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Recibió en herencia las naciones que pidió. Y las pidió cuando dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. En esto consiste su herencia: en dar a toda carne la vida eterna, en que todas las naciones bautizadas y adoctrinadas, sean regeneradas para la vida: no ya sometidas –según el famoso cántico de Moisés– a la dominación de Israel ni divididas según el número de los hijos de Dios, sino integradas en la familia del Señor y consideradas como domésticas de Dios, trasladadas finalmente del injusto, culpable y perverso derecho de los dominadores al eterno reino de Dios. Pues ya no es sólo Israel la porción del Señor, ni Jacob el único lote de su heredad, sino la totalidad de las naciones, divididas antes según el número de los hijos de Dios, pero reducidas ahora a la unidad y constituyendo el único pueblo del único Dios. Y del eterno Heredero, primogénito de entre los muertos, todos estos resucitados son la eterna herencia.
Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. A muchos que, o piensan equivocadamente o ignoran la fuerza o propiedad del lenguaje del Señor, este texto les parece contrario a la bondad de Dios, es decir, que a las naciones que pidió en posesión y se le concedieron en heredad, el Hijo de Dios vaya a gobernarlas con el terror del cetro de hierro y las quiebre como si fuesen objetos de alfarería. Ningún hombre honrado da o recibe algo que tiene la intención de destruir. Y el que no quiere la muerte sino la conversión del pecador, no parece que actuaría según la predisposición de su naturaleza, ni quebrara con cetro de hierro a los que pidió se le dieran como herencia. Los gobernarás, es decir, los regirás como pastor, teniendo buen cuidado de regirlos con afecto de pastor: pues él es el buen pastor y nosotros somos sus ovejas, por las que dio su vida.
Por el antiguo Testamento sabemos que a la predicación de la palabra se la llama «cetro». Leemos en efecto: Cetro de rectitud es tu cetro real. Cetro de rectitud es aquel que con su doctrina nos guía por el camino justo y útil; cetro real es indudablemente la doctrina del reino. Isaías llama «cetro» al Señor en persona en razón de la útil y moderada predicación de su doctrina: Brotará –dice– un cetro del tronco de Jesé. Y para que la palabra «cetro» no sugiriese a alguno la idea de una tiránica severidad, se apresuró el profeta a añadir: Y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor. De esta manera con la suavidad de la flor mitiga la severidad del cetro, pues el terror de la doctrina nos hace anhelar a todos el estado de una felicidad perfecta. Con este cetro regirá el Señor los pueblos que le han sido entregados: un cetro incorruptible, no caduco ni frágil, sino de hierro, es decir, inflexible y, debido a la solidez de su naturaleza, firmísimo.
San Agustín
Tratado 46: Comentario a Jn 10, 11-13
Predicado en Hipona un domingo, al día siguiente del tratado 45
Quiénes son buenos, y quiénes malos
1. Al hablar el Señor Jesús a sus ovejas presentes y futuras —éstas estaban entonces presentes porque las que eran sus futuras ovejas estaban donde las ovejas ya suyas—, muestra por igual a las presentes y a las futuras, a ellos, a nosotros y a cuantos también después de nosotros fueren sus ovejas, quién había sido enviado a ellas. Todas, pues, oyen la voz de su pastor, el cual dice: Yo soy el buen pastor(Jn 10,11). No añadiría «bueno» si no hubiera pastores malos. Pero los pastores malos, esos mismos, son ladrones y asesinos o, como muchas veces, ciertamente mercenarios. Por cierto, debemos indagar acerca de todos los personajes que ha presentado aquí, distinguirlos y reconocerlos. De hecho, el Señor ha aclarado ya dos cosas que había propuesto escondidas de alguna manera: ya sabemos que la puerta es él mismo, sabemos que el pastor es él mismo. Quiénes son ladrones y asesinos quedó claro en la lectura de ayer; hoy, en cambio, hemos oído «mercenario», hemos oído también lobo ayer se mencionó también al portero. Entre los buenos, pues, están la puerta, el portero, el pastor y las ovejas; entre los malos, los ladrones y asesinos, los mercenarios, el lobo.
¿Quién es el portero?
2. Por la puerta tomamos al Señor Cristo; por el pastor, a él mismo; por el portero ¿a quién? En efecto, él mismo expuso estas dos cosas; al portero nos lo dejó por investigar. ¿Y qué asevera del portero? A éste, afirma, le abre el portero(Jn 10,3). ¿A quién abre? Al pastor. ¿Qué abre al pastor? La puerta. Y ¿quién es la puerta misma? El pastor mismo. Si el Señor Cristo no hubiese expuesto, no hubiese dicho él mismo «Yo soy el pastor» y «Yo soy la puerta»(Jn 10,9. 7), ¿acaso osaría alguno de nosotros decir que Cristo mismo es el pastor y la puerta?De hecho, si dijera «Yo soy el pastor» y no dijera «Yo soy la puerta», íbamos a preguntar cuál es la puerta y, al suponer que es otra cosa, íbamos quizá a quedarnos ante la puerta. Por su gracia y misericordia nos ha puesto a la vista al pastor, ha dicho que es él mismo; ha puesto a la vista la puerta, ha dicho que es él mismo; al portero nos lo dejó por investigar. ¿De quién vamos a decir nosotros que es el portero? Cualquiera sea a quien hallemos, hay que cuidar de que, porque en las casas de los hombres el portero es más que la puerta, no se lo estime mayor que la puerta misma. En efecto, el portero está colocado delante de la puerta, la puerta no está colocada delante del portero, porque el portero guarda la puerta, no la puerta al portero. No oso decir que alguien es mayor que la puerta, pues ya he oído cuál es la Puerta; no se me oculta, no estoy abandonado a mi conjetura, no tengo opinión humana libre; Dios ha hablado, la Verdad ha hablado, no puede cambiarse lo que el Inmutable ha dicho.
Las metáforas y la realidad, aplicadas a Cristo
3. En medio, pues, de la profundidad de esta cuestión diré lo que me parece; cada uno elija lo que le plazca; opine empero piadosamente, como está escrito: Acerca del Señor opinad con bondad y buscadle con sencillez de corazón(Sab 1,1). Por el portero debemos quizá tomar al Señor en persona. De hecho, en las cosas humanas, un pastor y una puerta son entre sí mucho más diversos que un portero y una puerta; y, sin embargo, el Señor ha dicho que él es el pastor y la puerta. ¿Por qué, pues, no entenderemos que él mismo es también el portero? En efecto, si consideramos las propiedades, el Señor Cristo no es pastor como los pastores que acostumbramos ver y conocer; tampoco es puerta, pues a él no lo hizo un carpintero; si, en cambio, según alguna analogía es la Puerta y el Pastor, oso decir que es también oveja; de seguro, la oveja está sometida al pastor; sin embargo, él es pastor y oveja. ¿Dónde está como pastor? He ahí que lo tienes aquí, lee el evangelio: Yo soy el buen pastor. ¿Dónde está en cuanto oveja? Interroga al profeta: Fue conducido como oveja para ser inmolada(Is 53,7). Interroga al amigo del Novio: He ahí el cordero de Dios; he ahí el que quita el pecado del mundo(Jn 1,29). Según esas analogías, aún voy a decir algo más asombroso. Cordero, oveja y pastor son realidades amigas entre sí; ahora bien, los pastores suelen proteger a las ovejas contra los leones y, sin embargo, de Cristo, aunque es oveja y pastor, leemos que está dicho: Venció el león de la tribu de Judá(Ap 5,5). Entended, hermanos, todo esto según las analogías, no según las propiedades. Solemos ver a los pastores sentarse sobre una roca y desde ahí custodiar los ganados encomendados a ellos; evidentemente, el pastor es mejor que la roca sobre la que se sienta el pastor; y, sin embargo, Cristo es el Pastor y la Roca. Todo esto según analogía. Ahora bien, si me preguntas por la propiedad, en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Si me preguntas por la propiedad, es el Hijo único, engendrado del Padre para siempre desde siempre, igual al Engendrador, mediante el cual se hizo todo, inconmutable con el Padre y no cambiado al tomar la forma de hombre, hombre en virtud de la encarnación, Hijo de hombre e Hijo de Dios. Todo esto que acabo de decir es no analogía, sino realidad.
Quién es el portero
4. No nos contraríe, pues, hermanos, tomar, según ciertas analogías, por la puerta misma al portero mismo. ¿Qué es, en efecto, la puerta? Por donde entramos. ¿Quién es el portero? El que abre. ¿Quién, pues, se abre a sí mismo, sino quien a sí mismo se pone a la vista? He ahí que el Señor había dicho puerta; no habíamos entendido; cuando no entendimos, estaba cerrada; quien ha abierto, ese mismo es el portero. No hay, pues, ninguna necesidad de buscar alguna otra cosa, ninguna necesidad; pero tal vez hay voluntad. Si hay voluntad, no te salgas de órbita, no te separes de la Trinidad. Si buscas otra persona de portero, venga a tu pensamiento el Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo no se desdeñará de ser el portero, siendo así que el Hijo se ha dignado ser la Puerta misma. Mira que el Espíritu Santo es quizá el portero: el Señor mismo dice a sus discípulos sobre el Espíritu Santo: este mismo os enseñará toda la verdad(Jn 16,13). ¿Cuál es la puerta? Cristo. ¿Qué es Cristo? La Verdad. ¿Quién abre la puerta sino quien enseña toda la verdad?
El asalariado
5. Del asalariado, por otra parte, ¿qué decimos? No se le ha recordado aquí entre los buenos. El buen pastor, asevera, da su vida por las ovejas. El asalariado y quien no es pastor, propias del cual no son las ovejas, ve venir al lobo y abandona las ovejas y huye; y el lobo arrebata y dispersa las ovejas (Jn 10,11-12). No desempeña aquí el asalariado un papel bueno, y empero es útil en algo y no se le llamaría asalariado si del empresario no recibiera un salario. ¿Quién es, pues, ese asalariado, culpable y necesario? Aquí, hermanos, ilumínenos de verdad el Señor mismo, para que conozcamos a los asalariados y no seamos asalariados.
¿Quién es, pues, el asalariado? Hay en la Iglesia algunos jefes, de quienes el apóstol Pablo dice: los que buscan lo suyo, no lo de Jesucristo(Flp 2,21). ¿Qué significa «los que buscan lo suyo»? Los que no quieren gratis a Cristo, no buscan a Dios por Dios, persiguen ventajas temporales, codician ganancias, de los hombres apetecen honores. Cuando un jefe ama esto y en atención a esto se sirve a Dios, cualquiera que es así, es asalariado, no se cuente a sí mismo entre los hijos, pues de individuos tales dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su salario(Mt 6,5). Escucha qué dice de san Timoteo el apóstol Pablo: Ahora bien, espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para estar también yo de buen ánimo cuando haya sabido lo que hay acerca de vosotros; de hecho no tengo a nadie unánime que por vosotros esté solícito sinceramente, pues todos buscan lo suyo, no lo de Jesucristo(Flp 2,19-21). Entre asalariados gimió el pastor; buscó a alguien que quisiera sinceramente a la grey de Cristo, mas no lo halló cerca de sí entre quienes en ese tiempo habían estado con él. Por cierto, en la Iglesia de Cristo sí había entonces quien, además del apóstol Pablo y de Timoteo, estuviese solícito fielmente por el rebaño; pero había sucedido que, en el tiempo en que envió a Timoteo, no tenía cerca de sí a otro de entre los hijos, sino que estaban con él solos los asalariados, los que buscan lo suyo, no lo de Jesucristo. Y empero él mismo, solícitofielmente por el rebaño, prefirió enviar un hijo y permanecer entre asalariados. Hemos descubierto también a los asalariados; no los examina sino el Señor; quien inspecciona el corazón, ese mismo lo examina; sin embargo, a veces nosotros nos damos cuenta de ellos, pues el Señor mismo no ha dicho en vano sobre los lobos: Por sus frutos los conoceréis(Mt 7,16). A muchos interrogan las tentaciones y entonces aparecen las intenciones; muchos, en cambio, están ocultos. El aprisco del Señor tenga como jefes a hijos y a asalariados. Ahora bien, pastores son los jefes que son hijos. Si son pastores, ¿cómo hay un único pastor, sino porque todos ellos son miembros del único pastor, propias del cual son las ovejas? Efectivamente, esos mismos son miembros de ese mismo único pastor, oveja también porque Fue conducido como oveja para ser inmolada?
También son necesarios los asalariados
6. Por otra parte, oíd que los asalariados son también necesarios. En efecto, muchos que en la Iglesia persiguen ventajas terrenas, predican empero a Cristo y mediante ellos se oye la voz de Cristo y las ovejas siguen no al asalariado, sino, mediante el asalariado, la voz del pastor. Oíd que el Señor en persona señala a los asalariados: Los escribas y los fariseos, afirma, se sientan en la cátedra de Moisés; haced lo que dicen;en cambio, no hagáis lo que hacen(Mt 23,2-3). ¿Qué otra cosa ha dicho, sino «mediante los asalariados escuchad la voz del pastor»? En efecto, sentándose en la cátedra de Moisés, enseñan la ley de Dios; Dios, pues, enseña mediante ellos; pero, si quieren ellos enseñar lo suyo, no escuchéis, no lo hagáis, pues esos tales buscan lo suyo, no lo de Jesucristo. Ningún asalariado osó decir al pueblo de Cristo: «Busca lo tuyo, no lo de Jesucristo». Por cierto, no predica desde la cátedra de Cristo lo que hace mal; lesiona precisamente por los males que hace, no por las cosas buenas que dice. Tú coge el racimo, guárdate de la espina. Bien, porque habéis entendido; pero en atención a los más torpes diré con toda claridad esto mismo. ¿Cómo he dicho: «Coge el racimo, guárdate de la espina», aunque el Señor dice: ¿Acaso recogen de los espinos uva, o de los abrojos higos?(Mt 7,16). Es absolutamente verdad y empero yo he dicho también una verdad: «Coge el racimo, guárdate de la espina». Es que, a veces, un racimo nacido de la raíz de la vid cuelga entre el seto, crece el sarmiento, se entrelaza con las espinas y la espina lleva un fruto no suyo, pues la vid no produjo la espina, sino que el sarmiento se apoyó en las espinas. No interrogues sino a las raíces. Busca la raíz de la espina, la encuentras fuera de la vid; busca el origen de la uva, la vid la produjo en virtud de la raíz.
La cátedra de Moisés era, pues, la vid; las costumbres de los fariseos eran las espinas; la doctrina verdadera transmitida mediante los malos era el sarmiento en el seto, el racimo entre las espinas. Coge cautamente, no sea que, mientras buscas el fruto, te laceres la mano y, cuando oyes a quien dice cosas buenas, no imites a quien hace maldades. Haced lo que dicen: coged las uvas; en cambio, no hagáis lo que hacen: guardaos de las espinas. Escuchad aun mediante los asalariados la voz del Pastor, pero no seáis asalariados, pues sois miembros del Pastor. Por su parte, el santo apóstol Pablo en persona, quien ha dicho: «No tengo a nadie que por vosotros esté solícito fielmente, pues todos buscan lo suyo, no lo de Jesucristo»(Flp 2,20-21), mirad qué ha dicho en otro lugar, mientras distingue entre asalariados e hijos: Algunos predican al Mesías por envidia y rivalidad; otros, en cambio, incluso con buena voluntad; algunos por amor, pues saben que he sido puesto para defensa del Evangelio; otros, en cambio, anuncian al Mesías por contumacia, no limpiamente, pues estiman que se suscita tribulación a mis cadenas (Flp 1,15-17). Ésos eran asalariados, miraban con malos ojos al apóstol Pablo. ¿Por qué le miraban con malos ojos, sino porque buscaban afanosamente lo temporal? Pero observad qué añade: ¿Pues qué? Mientras de todos modos, aprovechando la ocasión o con sinceridad, sea Cristo anunciado, de esto me alegro; pero también me alegraré (Flp 1,18). La Verdad es Cristo; la Verdad sea anunciada, aprovechando la ocasión , por los asalariados; la Verdad sea anunciada con sinceridad por los hijos; los hijos aguardan pacientemente la eterna herencia del Padre; los asalariados desean vivamente con premura el salario temporal del empresario; la gloria humana, que veo a los asalariados envidiar, méngüese para mí, y empero mediante las lenguas de los asalariados y de los hijos divúlguese la divina gloria de Cristo, siempre que aprovechando la ocasión o con sinceridad sea Cristo anunciado.
Pastores, miembros del Pastor
7. Acabamos de ver también quién es el asalariado. ¿Quién es el lobo sino el diablo? ¿Y qué está dicho del asalariado? Aunque haya visto al lobo venir, huye porque las ovejas no son suyas propias ni se preocupa de las ovejas(Jn 10,12-13) . ¿Acaso era tal el apóstol Pablo? ¡Ni pensarlo! ¿Acaso Pedro era tal? ¡Ni pensarlo! ¿Acaso eran tales los demás apóstoles, exceptuado Judas, el hijo de la perdición? ¡Ni pensarlo! ¿Ellos, pues, eran pastores? Pastores, lisa y llanamente. ¿Y cómo hay un único pastor? Ya lo he dicho: eran pastores por ser miembros del Pastor. Gozaban de esa cabeza, concordaban bajo esa cabeza, gracias al único Espíritu vivían en la trabazón del único cuerpo y por eso pertenecían todos al único Pastor. Si, pues, eran pastores y no asalariados, exponnos, oh Señor, por qué huían cuando padecían persecución. En una carta he visto a Pablo huir: por el muro fue descolgado en una espuerta, para escapar de las manos del perseguidor(Cf 2Co 11,33). ¿No se preocupó, pues, de las ovejas que abandonaba al venir el lobo? Se preocupó simple y llanamente; pero con oraciones las encomendaba al Pastor que está sentado en el cielo; en cambio, él, huyendo, se conservaba para utilidad de ellas, como asevera en cierto lugar: Permanecer en la carne es necesario por vosotros(Flp 1,24). De hecho, todos habían oído al Pastor en persona: Si os persiguieren en una ciudad, huid a otra (Mt 10,23). Dígnese el Señor exponernos esta cuestión: «Señor, tú, a quienes evidentemente querías que fueran pastores fieles, a los que formabas para ser miembros tuyos, has dicho: Si os persiguieren, huid. Les haces, pues, una injuria cuando reprendes a los asalariados que ven al lobo venir y huyen. Te rogamos, pues, que nos indiques qué tiene la profundidad de la cuestión». Aldabeemos; acudirá a abrirse a sí mismo el portero de la puerta, la cual es él en persona.
Pastores y ovejas al mismo tiempo
8. ¿Quién es el asalariado, que ve al lobo venir y huye? Quien busca lo suyo, no lo de Jesucristo: no osa denunciar libremente al pecador (Cf 1Tm 5,20). He ahí que ha pecado no sé quién, ha pecado gravemente; ha de ser increpado, ha de ser excomulgado; pero excomulgado será enemigo, insidiará, dañará cuando pudiere. El que busca lo suyo, no lo de Jesucristo, se calla ya, no corrige, para no perder lo que persigue, la ventaja de la amistad humana, ni exponerse a la molestia de las enemistades humanas. He ahí que el lobo agarra la oveja por la garganta; el diablo ha inducido al adulterio a un fiel; tú callas, no increpas; oh asalariado, has visto al lobo venir y has huido. Quizá responde y dice: «Mira, estoy aquí, no he huido». Has huido porque has callado; has callado porque has temido. El temor es la huida del ánimo. Te has mantenido con el cuerpo, con el espíritu has huido, cosa que no hacía el que decía: Aunque con el cuerpo estoy ausente, con el espíritu estoy con vosotros(Col 2,5). En efecto, ¿cómo huía con el espíritu quien aun ausente con el cuerpo denunciaba por carta a los fornicadores? Nuestros sentimientos son los movimientos de los ánimos. La alegría es la expansión del ánimo; la tristeza, el encogimiento del ánimo; el deseo, el avance del ánimo; el temor, la huida del ánimo. En efecto, te expandes en el ánimo cuando algo te atrae; te encoges en el ánimo cuando algo te apena; avanzas en el ánimo cuando deseas algo; huyes en el ánimo cuando tienes miedo. He ahí por qué se dice que el asalariado, visto el lobo, huye. ¿Por qué? Porque no se preocupa de las ovejas. ¿Por qué no se preocupa de las ovejas? Porque es asalariado. ¿Qué significa «es asalariado»? Uno que busca salario temporal y en la casa no habitará para siempre.
Aún hay aquí cosas que investigar y examinar con vosotros, pero no es de buen juicio abrumaros, pues a consiervos sirvo los alimentos del Señor; en los pastos del Señor apaciento las ovejas y a la vez soy apacentado. Como no ha de rehusarse lo que es necesario, así tampoco la gran cantidad de comida ha sobrecargar al corazón débil. No sea, pues, molesto a Vuestra Caridad el que no examine hoy todo lo que supongo que aún ha de examinarse aquí; pero, en el nombre del Señor, de nuevo se nos leerá públicamente idéntica lectura en los días de pagar el sermón y, con la ayuda de aquél, será tratada más concienzudamente.
JUAN 3, 1-8
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (3,1-8):
1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
2 Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él».
3 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»
4 Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?».
5 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
6 Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu.
7 No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto».
8 El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu».
San Justino, Apología primera en favor de los cristianos
Cap. 61: PG 6, 419-422
El baño de regeneración
Vamos ahora a explicar cómo nos consagramos a Dios los renovados por Cristo.
A todos los que han aceptado como verdadero lo que les hemos enseñado y explicado, y se han comprometido a vivir según estas enseñanzas, se los exhorta a que pidan perdón a Dios de los pecados cometidos, con oraciones y ayunos, y nosotros nos unimos también a sus oraciones y ayunos.
Después los conducimos hasta el lugar donde se halla el agua bautismal, y allí son regenerados del mismo modo que lo fuimos nosotros, es decir, recibiendo el baño de agua en el nombre del Padre, Dios y Señor de todos, y de nuestro salvador Jesucristo y del Espíritu Santo.
Jesucristo dijo, en efecto: El que no nace de nuevo no podrá entrar en el reino de los cielos. Y para todos es evidente que no es posible que, una vez nacidos, volvamos a entrar en el seno materno.
También el profeta Isaías nos enseña de qué manera apartan de sí el pecado los que han faltado y se arrepienten. He aquí sus palabras: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad lo que es justo, haced justicia al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como lana. Pero, si no sabéis obedecer, la espada os comerá. -Lo ha dicho el Señor-.
Los apóstoles nos explican la razón de todo esto. En nuestra primera generación, fuimos engendrados de un modo inconsciente por nuestra parte y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos también un nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra libre y consciente elección, y consigamos por el agua el perdón de los pecados anteriormente cometidos, se pronuncia sobre aquel que quiere ser regenerado y está arrepentido de sus pecados el nombre del Padre, Señor y Dios de todos; y éste es el único nombre que aplicamos a Dios, al llevar a la piscina bautismal al que va a ser bautizado.
Nadie hay, en efecto, que pueda llamar por su nombre propio al Dios inefable, y, si alguien se atreviese a decir que puede ser capaz de ello, daría pruebas de una locura sin remedio.
Este baño se llama iluminación, porque son iluminadas las mentes de los que aprenden estas cosas. Pero, además, el que es iluminado es también lavado en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilatos, y en el nombre del Espíritu Santo, que anunció de antemano, por boca de los profetas, todo lo referente a Jesús.
San Hipólito de Roma, Homilía atribuida
Homilía para la fiesta de la Epifanía, sobre la «santa Teofanía»: PG 10, 854-862
Renacer por el agua y el Espíritu Santo
Os ruego que me pongáis una atención constante. Quiero remontarme al manantial de la vida y hacer brotar de ella la fuente de los remedios. El Padre Inmortal ha enviado al mundo a su Hijo inmortal y su Verbo. Éste vino hacia el hombre para lavarlo con el agua y el Espíritu. Lo engendró de nuevo por la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. Nos infundió el Espíritu de vida y nos cubrió completamente con una armadura imperecedera. Si el hombre, pues, ha sido mortal, será también divinizado. Si después del renacimiento por el baño es divinizado a través del agua y del Espíritu Santo, se encontrará, después de la resurrección de los muertos, que es heredero del cielo.
Venid, todas las naciones a la inmortalidad del bautismo… Esta agua es la que nos hace participar del Espíritu, riega el paraíso, da de beber a la tierra, hace crecer las plantas, da a luz a los vivos y, por decirlo de una vez, engendra al hombre a la vida haciéndolo renacer. Cristo fue bautizado en ella, sobre ella el Espíritu descendió en forma de paloma…
El que con fe baja al baño de la regeneración rechaza el vestido de la esclavitud y se reviste de la adopción. Sube del bautismo brillante como el sol, resplandeciendo justicia. Aún mucho más: sale hijo de Dios y coheredero con Cristo a quien sean dadas la gloria y el poder, como también al santísimo Espíritu, bueno y vivificante, ahora y siempre por todos los siglos. Amén.
San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, lib. 2, c. 5, 5-7
«Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.» (Jn 3.6)
Porque, como el mismo san Juan dice en otra parte: El que no renaciere en Espíritu santo, no podrá ver este reino de Dios (3,5) que es el estado de perfección. Y renacer en Espíritu santo en esta vida, es tener un alma semejante a Dios en pureza, sin tener en sí alguna mezcla de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de unión, aunque no esencialmente.
Y para que se entienda mejor lo uno y lo otro, pongamos una comparación. Está el rayo de sol dando en una vidriera. Si la vidriera tiene algunos velos de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y transformar en su luz totalmente como si estuviera limpia de todas aquellas manchas y sencilla. Antes tanto menos la esclarecerá cuanto ella estuviere menos desnuda de aquellos velos y manchas, y tanto más cuanto más limpia estuviere. Y no quedará por el rayo, sino por ella; tanto, que, si ella estuviere limpia y pura del todo, de tal manera la transformará y esclarecerá el rayo, que parecerá el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo. Aunque, a la verdad, la vidriera, aunque se parece al mismo rayo, tiene su naturaleza distinta del mismo rayo; más podemos decir que aquella vidriera es rayo o luz por participación.
Y así, el alma es como esta vidriera, en la cual siempre está embistiendo, o por mejor decir, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios por naturaleza, que habemos dicho.
En dando lugar el alma, que es quitar de sí todo velo y mancha de criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfectamente unida con la de Dios, porque el amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios, luego queda esclarecida y transformada en Dios.
MARCOS 16, 1-7
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (16,1-7):
1 Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.
2 A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.
3 Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
4 Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
5 Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas.
6 pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
7 Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho».
PADRE EDUARDO
Fuente: https://dospuntodios.com/tag/marcos-16-1-8/
Si alguien le contara la historia de la vida de Jesús, a una persona que desconociera por completo quién era él, tal vez concluiría que se trata de un relato fantástico. Y esto, porque se cumplen las características de este tipo de literatura: Todo se desarrolla en un marco verdadero (en tiempos del Gobernador Pilato), suceden hechos que pueden ser calificados como ilógicos (los que alaban a Jesús como Rey, luego piden que lo crucifiquen), los personajes pasan por el miedo, la duda, el asombro, la incertidumbre (es lo que viven las mujeres del evangelio de hoy, y el resto de los apóstoles), y suceden cosas sobrenaturales (la Resurrección de Cristo). Entonces pienso, a nosotros, ¿Quién o qué nos asegura que todo esto fue verdad?
En nuestro caso, nos han contado acerca de quién es Dios y de cómo su hijo murió y resucitó para darnos una vida nueva, libre de pecado y de toda esclavitud. Y hemos creído. Por supuesto que después, con los años, fuimos reafirmando eso que le llamamos fe y no nos quedan dudas de que verdaderamente Jesús resucitó de entre los muertos. ¿O sí?
Y hoy, nos encontramos con los protagonistas principales, esos que dan testimonio de cómo sucedieron las cosas, a los que nosotros damos crédito y tenemos como verdaderos. Pero al mismo tiempo, y viendo lo que sucede en nuestra época, a veces me veo envuelto en muchas dudas porque, y sólo hablando de cristianos, descubro que no son pocos los que ponen en tela de juicio todo lo que, desde nuestra fe, afirmamos como verdad. Se pone en duda todo esto cuando decimos que creemos en Dios, pero al que primero ponemos en un pedestal es a nuestro propio ego, afirmamos que confiamos en el Señor, pero, por las dudas, a modo de chiste, me fijo lo que dice mi horóscopo o la carta astral. Estamos convencidos de que hay que honrar padre y madre, pero decimos que estamos hartos de ellos. Aseguramos que no hay que matar y, empezando por la indiferencia y a veces hasta derramar sangre, nos convertimos en perfectos asesinos. Juramos que Dios lo es todo para nosotros y nuestra mayor y única felicidad, pero en cuanto nos falta un mango ya no podemos dormir. ¿Y así decimos que Cristo ha resucitado? ¿Hace falta que nos encontremos a un hombre sentado, con vestiduras blancas, que nos diga que el sepulcro está vacío y que Jesús está vivo, para creer y vivir según nuestra fe?
No se preocupen, no hay que hacer ningún desagravio, ni empezar a golpearnos el pecho. Tampoco esto es motivo de molestia alguna, sino todo lo contrario. Porque lo fantástico de esta historia de la salvación es que no es sólo un recuerdo que hacemos, sino que, si queremos, podemos ser protagonistas del final de la historia. Es que creo que este gran relato salvífico tiene un final abierto. Es decir, deja la posibilidad de que esto tenga tantos finales como vidas existan.
El último capítulo escrito, el que nos han contado, nos dice que Jesucristo nos ha ganado la salvación y hemos quedado convencidos de que realmente sucedió así, como los apóstoles y aquellas mujeres que visitan el sepulcro vacío. Primero le tocó a aquellos seguidores del nazareno, que fueron a Galilea a encontrarse con el Resucitado y luego salieron a encarnar aquello que el Mesías les enseñó. Ahora nos toca a nosotros y podemos protagonizar varios capítulos más, con muchos finales posibles. De nosotros depende la creencia y aceptación de Jesús resucitado, por parte de los que vienen por detrás y a quienes les contamos esta historia y esta verdad.
Entonces, si creemos que él está vivo, empecemos a vivir esa alegría, sigamos rompiendo esquemas y moldes, porque no encajamos en vidas tristes y aburridas, desahuciadas y llenas de mal y de rencor. No estamos para hacer papeles de personajes mentirosos, deshonestos, ladrones y asesinos. Estamos hechos para encarnar la verdad, dando vida a la transparencia y la honestidad, salvando vidas, socorriendo a los más necesitados, lavando los pies a todo el que lo necesite. Esto es vivir como el Resucitado en quien creemos y de quien estamos convencidos que nos salva la vida. Entonces, nuestra existencia tendrá que ver más con la abnegación, la alegría, la dulzura, la humildad, la tolerancia, la amabilidad, el desapego, la pureza, la misericordia, el bien, la valentía, la entrega, la solidaridad. Sólo si estamos dispuestos a intentar vivir de este modo, arriesgándolo todo por Dios, si es necesario, entonces podremos decir que hemos resucitado con Cristo.
Esta es nuestra época, así es que hagamos historia. La cambiemos por una mejor. La medida del amor –decía san Agustín– es el amor sin medida, como lo tuvo Cristo con nosotros. Él ha resucitado y somos nosotros los que tenemos que anunciarlo para que otros también puedan resucitar, como nosotros hoy.
El amor con límites no es amor, pues el ser humano por naturaleza tiende a AMAR infinitamente…
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
JUAN 11, 45-56
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (11, 45-56):
45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
46 Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
47 Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.
48 Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación».
49 Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada.
50 ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?».
51 No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,
52 y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
53 A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.
54 Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.
55 Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.
56 Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?».
San Roberto Belarmino, Subida del alma hacia Dios
«Desde este día, decidieron darle muerte.» (Jn 11, 53)
Señor, todo esto que tu nos enseñas puede parecernos muy difícil, demasiado pesado, si tu hubieras hablado desde otra tribuna; pero desde que nos enseñas más por el ejemplo que por palabra, Tú que eres «Señor y Maestro» (Jn 13,14), ¿cómo nos atreveremos a decir lo contrario, nosotros que somos los siervos y los aprendices? Lo que dices es perfectamente cierto, lo que ordenas perfectamente justo. Esta Cruz desde donde hablas da testimonio. Esta sangre fluyendo también da testimonio; Gritó con todas sus fuerzas (Gn 4,10). Y, finalmente, incluso la muerte: si ha podido rasgar el velo del templo a distancia y la separación de las piedras más consistentes (Mt 27,51), ¿qué no hará por ella misma y más aún por el corazón de los creyentes?…
Señor, queremos devolverte amor por amor; y si el deseo de seguirte no procede todavía de nuestro amor por ti, porque es muy débil, por lo menos que nuestro amor provenga de tu amor. Si nos atraes hacia ti, «nosotros correremos tras el olor de tus perfumes» (Ct 1,4 LXX): Nosotros no deseamos solamente amarte, te seguimos, y estamos decididos a despreciar este mundo… puesto que vemos que Tú, nuestro líder, no te has dejado capturar por los placeres de esta vida. Te hemos visto enfrentar la muerte, no en una cama, sino sobre el madero de ajusticiado; y aunque eres rey, no quisiste tener otro trono que este patíbulo… Atraídos por tu ejemplo de rey sabio, rechazamos la llamada de este mundo y sus lujos, y tomando tu cruz sobre nuestros hombros, proponemos seguirte, sólo a Ti… Danos la ayuda necesaria; Haz que seamos lo suficientemente fuertes para seguirte.
MATEO 26, 27-66
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (26,27-66):
27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella,
28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre».
30 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
31 Entonces Jesús les dijo: «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.
32 Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea».
33 Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás».
34 Jesús le respondió: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces».
35 Pedro le dijo: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
36 Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar».
37 Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.
38 Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo».
39 Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
40 Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?
41 Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».
42 Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad».
43 Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.
44 Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
45 Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
46 ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».
47 Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.
48 El traidor les había dado la señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo».
49 Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: «Salud, Maestro», y lo besó.
50 Jesús le dijo: «Amigo, ¡cumple tu cometido!». Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.
51 Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
52 Jesús le dijo: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.
53 ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles.
54 Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?».
55 Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: «¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron».
56 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
57 Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.
58 Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.
59 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte;
60 pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos
61 que declararon: «Este hombre dijo: «Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días»».
62 El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?».
63 Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».
64 Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo».
65 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia.
66 ¿Qué les parece?». Ellos respondieron: «Merece la muerte».
Cirilo de Alejandría
Sobre el libro del profeta Isaías: La pasión de Cristo y su preciosa cruz son seguridad y muro inaccesible para quien cree en él
«La tierra y la roca se hendieron… y se abrieron los sepulcros»
(Mt 27, 51-52) Lib 4, or 4: PG 70, 1066-1067 – PG
Cristo, a pesar de su naturaleza divina y siendo por derecho igual a Dios Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Realmente su pasión saludable abatió a los principados y triunfó sobre los dominadores del mundo y de este siglo, liberó a todos de la tiranía del diablo y nos recondujo a Dios. Sus cicatrices nos curaron y, cargado con nuestros pecados, subió al leño; y de este modo, mientras él muere, a nosotros se nos mantiene en la vida, y su pasión se ha convertido en nuestra seguridad y muro de defensa. El que nos ha rescatado de la condena de la ley, nos socorre cuando somos tentados. Y para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la ciudad.
Por eso, repito, la pasión de Cristo, su preciosa cruz y sus manos taladradas se traducen en seguridad, en muro inaccesible e indestructible para quienes creen en él. Por lo cual dice justamente: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y también: Nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Y esto porque precisamente viven a la sombra del Omnipotente, protegidas por la ayuda divina como en una torre fortificada.
Desde el momento, pues, en que Dios Padre nos sostiene casi con sus manos, custodiándonos junto a él, sin permitir que seamos inducidos al mal o que sucumbamos a la malicia de los malvados, ni ser presa de la violencia diabólica, nada nos impide comprender que las murallas de Sión designadas por sus manos, signifiquen a los expertos en el arte espiritual que, poseídos por la gracia, se dan a conocer en el testimonio de la virtud.
En consecuencia, podríamos decir que las murallas de Sión construidas por Dios, son los santos apóstoles y evangelistas, aprobados por su propia palabra, que nunca se equivoca ni se devalúa. Sus nombres están escritos en el cielo y figuran en el libro de la vida. No hemos de maravillarnos si dice que los santos son los baluartes y las murallas de la Iglesia. Él mismo es el muro y el baluarte, como una fortaleza.
De igual modo que él es la luz verdadera y, no obstante, dice que ellos son la luz del mundo, así también, siendo él el muro y la seguridad de quienes creen en él, confirió a sus santos esta estupenda dignidad de ser llamados murallas de la Iglesia.
Ambrosio de Milán
Sobre los Salmos: Carguemos con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado
«Después de azotarle, le crucificaron…» (cf. Mt 26, 26)
Sobre el Salmo 118. Homilía 15, 37-40: PL 15, 1423-1424
PL
Quien ama los preceptos del Señor, sujeta con clavos la propia carne, sabiendo que cuando su hombre viejo esté con Cristo crucificado en la cruz, destruirá la lujuria de la carne. Sujétala, pues, con clavos y habrás destruido los incentivos del pecado. Existe un clavo espiritual capaz de sujetar esa tu carne al patíbulo de la cruz del Señor. Que el temor del Señor y de sus juicios crucifique esta carne, reduciéndola a servidumbre. Porque si esta carne rechaza los clavos del temor del Señor, indudablemente tendrá que oír: Mi aliento no durará por siempre en el hombre, puesto que es carne. Por tanto, a menos que esta carne sea clavada a la cruz y se le sujete con los clavos del temor de nuestro Dios, el aliento de Dios no durará en el hombre.
Está clavado con estos clavos, quien muere con Cristo, para resucitar con él; está clavado con estos clavos, quien lleva en su cuerpo la muerte del Señor Jesús; está clavado con estos clavos, quien merece escuchar, dicho por Jesús: Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo. Graba, pues, en tu pecho y en tu corazón este sello del Crucificado, grábalo en tu brazo, para que tus obras estén muertas al pecado.
No te escandalice la dureza de los clavos, pues es la dureza de la caridad; ni te espante el poderoso rigor de los clavos, porque también el amor es fuerte como la muerte. El amor, en efecto, da muerte a la culpa y a todo pecado; el amor mata como una puñalada mortal. Finalmente, cuando amamos los preceptos del Señor, morimos a las acciones vergonzosas y al pecado.
La caridad es Dios, la caridad es la palabra de Dios, una palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Que nuestra alma y nuestra carne estén sujetas con estos clavos del amor, para que también ella pueda decir: Estoy enferma de amor. Pues también el amor tiene sus propios clavos, como tiene su espada con la que hiere al alma. ¡Dichoso el que mereciere ser herido por semejante espada!
Ofrezcámonos a recibir estas heridas, heridas por las que si alguno muriere, no sabrá lo que es la muerte. Tal es, en efecto, la muerte de los que seguían al Señor, de los cuales se dijo: Algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad. Con razón no temía Pedro esta muerte, no la temía aquel que se decía dispuesto a morir por Cristo, antes que abandonarlo o negarlo. Carguemos, pues, con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado. Es el temor que crucifica la carne: El que no coge la cruz y me sigue, no es digno de mí. Es digno aquel que está poseído por el amor de Cristo, hasta el punto de crucificar el pecado de la carne. Este temor va seguido de la caridad que, sepultada con Cristo, no se separa de Cristo, muere en Cristo, es enterrada con Cristo, resucita con Cristo.
JUAN 11,1-45
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (11,1-45):
1 Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
2 María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo».
4 Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
6 Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
7 Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea».
8 Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?».
9 Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
10 en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él».
11 Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo».
12 Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará».
13 Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
14 Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto,
15 y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo».
16 Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».
17 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días.
18 Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
19 Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
20 Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
21 Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
22 Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».
23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
24 Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».
25 Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá:
26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?».
27 Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
28 Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama».
29 Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
30 Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
31 Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
32 María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».
33 Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado,
34 preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás».
35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!».
37 Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?».
38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,
39 y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».
40 Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?».
41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste.
42 Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!».
44 El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».
45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
Sermón “Las lágrimas de Cristo ante la tumba de Lázaro”, PPS, t. 3, n° 10 “Era necesario que guardara este perfume para el día de mi sepultura”
“Cuando Jesús llegó, Lázaro ya llevaba enterrado cuatro días… entonces Jesús lloró” (Jn 11,17.35). ¿Porqué lloró el Señor ante la tumba de Lázaro?… Lloró por compasión, por el duelo de los otros…; vió el desamparo de la gente… Por desgracia, otros pensamientos también provocaron sus lágrimas. ¿Cómo se pudo producir este hecho prodigioso en favor de estas hermanas? A coste propio… Cristo iba a devolverles la vida a los muertos no su propia muerte. Sus discípulos habían intentado disuadirlo de volver aJudea, por temor a que lo mataran (Jn 11,8); su temor se hizo realidad. Fue para resucitar a Lázaro, y la fama de este milagro fue la causa inmediata de su detención y de su crucifixión (Jn 11,53).
Él sabía todo esto de antemano…: vio la resurrección de Lázaro, la comida en casa de Marta, Lázaro en la mesa, la alegría por todas partes, María que lo honraba durante esta comida de fiesta derramando un perfume de gran precio sobre sus pies, numerosos judíos que venían no sólo para verlo a él sino también para ver a Lázaro, su entrada triunfal en Jerusalén, la muchedumbre que gritaba “Hosanna”, la gente que testimoniaba la resurrección de Lázaro, griegos venidos a adorar a Dios durante la Pascua que querían a toda costa verlo, los niños que participaban en la alegría general -y luego los fariseos que conspiraban contra él, Judas que le traicionaba, sus amigos que le abandonaban, y la cruz que le recibía …
Presentía que Lázaro volvía a la vida a causa de su propio sacrificio, que Él descendía a la tumba que Lázaro dejaba vacía, que Lázaro iba a vivir y Él a morir. Las apariencias iban a ser derribadas: celebraríamos la fiesta en casa de Marta pero la última pascua de la amargura únicamente sería la suya. Y sabía que aceptaba esta muerte voluntariamente; había descendido del seno de su Padre para expiar con su sangre los pecados de todos los hombres y resucitar así de la tumba a todos los creyentes.
Pedro Crisólogo
Sermón: Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos
«Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis.» (Jn 11, 14-15)
Sermón 6 : PL 52, 375-377
PL
Regresando de ultratumba, Lázaro sale a nuestro encuentro portador de una nueva forma de vencer la muerte, revelador de un nuevo tipo de resurrección. Antes de examinar en profundidad este hecho, contemplemos las circunstancias externas de la resurrección, ya que la resurrección es el milagro de los milagros, la máxima manifestación del poder, la maravilla de las maravillas.
El Señor había resucitado a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, pero lo hizo restituyendo simplemente la vida a la niña, sin franquear las fronteras de ultratumba. Resucitó asimismo al hijo único de su madre, pero lo hizo deteniendo el ataúd, como anticipándose al sepulcro, como suspendiendo la corrupción y previniendo la fetidez, como si devolviera la vida al muerto antes de que la muerte hubiera reivindicado todos sus derechos.
En cambio, en el caso de Lázaro todo es diferente: su muerte y su resurrección nada tienen en común con los casos precedentes: en él la muerte desplegó todo su poder y la resurrección brilla con todo su esplendor. Incluso me atrevería a decir que si Lázaro hubiera resucitado al tercer día, habría evacuado toda la sacramentalidad de la resurrección del Señor: pues Cristo volvió al tercer día a la vida, como Señor que era; Lázaro fue resucitado al cuarto día, como siervo.
Mas, para probar lo que acabamos de decir, examinemos algunos detalles del relato evangélico. Dice: Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Al expresarse de esta manera, intentan pulsar la fibra sensible, interpelan al amor, apelan a la caridad, tratan de estimular la amistad acudiendo a la necesidad. Pero Cristo, que tiene más interés en vencer la muerte que en repeler la enfermedad; Cristo, cuyo amor radica no en aliviar al amigo, sino en devolverle la vida, no facilita al amigo un remedio contra la enfermedad, sino que le prepara inmediatamente la gloria de la resurrección.
Por eso, cuando se enteró —dice el evangelista—de que Lázaro estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Fijaos cómo da lugar a la muerte, licencia al sepulcro, da libre curso a los agentes de la corrupción, no pone obstáculo alguno a la putrefacción ni a la fetidez; consiente en que el abismo arrebate, se lleve consigo, posea. En una palabra, actúa de forma que se esfume toda humana esperanza y la desesperanza humana cobre sus cotas más elevadas, de modo que lo que se dispone a hacer se vea ser algo divino y no humano.
Se limita a permanecer donde está en espera del desenlace, para dar él mismo la noticia de la muerte, y anunciar entonces su decisión de ir a casa de Lázaro. Lázaro —dice— ha muerto, y me alegro. ¿Es esto amar? Se alegraba Cristo porque la tristeza de la muerte en seguida se convertiría en el gozo de la resurrección. Me alegro por vosotros. Y ¿por qué por vosotros? Pues porque la muerte y la resurrección de Lázaro era ya un bosquejo exacto de la muerte y resurrección del Señor, y lo que luego iba a suceder con el Señor, se anticipa ya en el siervo. Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos.
«Cuando Jesús vio llorar a María, y que los judíos que llegaron con él estaban llorando, le embargó una profunda emoción». María llora, los judíos lloran, el mismo Cristo llora. ¿Crees que todos sienten la misma pena? María, la hermana del muerto, llora porque no pudo retener a su hermano, ni evitar la muerte. Ella está bien convencida de la resurrección pero la pérdida de su mejor apoyo, el pensamiento de una falta cruel, la tristeza de una larga separación, son lágrimas que ella no puede evitar. La imagen implacable de la muerte no puede ser que no nos toque y moleste, cualquiera que sea nuestra fe. Los judíos también lloraron, en recuerdo de su condición mortal, porque no esperan la eternidad. Un mortal no puede dejar de llorar ante la muerte.
¿Cuál de estas penas siente Cristo? ¿Ninguna? entonces ¿por qué llora? Él dijo: «Lázaro está muerto, y me alegro». Pero he aquí que derrama lágrimas como los mortales, al mismo tiempo que Él difunde una vez más el Espíritu de la vida. Hermanos, este es el hombre: bajo la influencia de la alegría, como bajo el efecto de la pena, derrama las lágrimas. Cristo no llora en la desolación de la muerte, en recuerdo de la alegría, aquel que por su palabra, una palabra, debe despertar a los muertos a la vida eterna (Jn 5,48). ¿Cómo podemos pensar que Cristo lloró por debilidad humana, cuando el Padre Celestial llora a su hijo pródigo, no cuando se marcha, sino a la hora del regreso? (Lc 15,20). Él permitió que Lázaro muriera, porque quería resucitar a un muerto y así mostrar su gloria, permitió que su amigo descendiera a los infiernos para que Dios apareciera, liberando al hombre del infierno.
JUAN 4, 5-42
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (4,5-42):
5 Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
6 Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».
8 Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
9 La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».
11 «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
12 ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».
13 Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».
15 «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».
16 Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».
17 La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido,
18 porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».
19 La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.
20 Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».
21 Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
23 Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».
25 La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».
26 Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
27 En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».
28 La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
29 «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».
30 Salieron entonces de al ciudad y fueron a su encuentro.
31 Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».
32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».
33 Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?».
34 Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
35 Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
36 Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
37 Porque en esto se cumple el proverbio: «Uno siembra y otro cosecha».
38 Y o los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».
39 Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice».
40 Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
41 Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
42 Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».
COMENTARIO:
Jesús pide de beber a la samaritana pero sabe que el diálogo no ha hecho más que comenzar. Y hay tanto de qué hablar… Jesús toca el corazón, sabe que está sediento y sabe que Él es el único capaz de calmar ciertas necesidades, ciertos anhelos que se guardan muy adentro.
También me sale a mí al paso muchas veces y también me pide de beber. A veces a través de un niño en el colegio, de una familia en dificultades, de un compañero que necesita un abrazo, de uno de mis hijos o de mi mujer… A veces con la voz de un hermano de comunidad o con el semblante de un refugiado que sale en las noticias… Me sale al paso sabiendo que ese encuentro, que esa petición, calmará mi propia sed. La sed de ser útil. La sed de no fallarle. La sed de no aspirar a más de lo que soy. La sed de tirar lastre y despreocuparme.
Señor, dame de beber.
Orígenes
Sobre la Oración: Sobre la oración pura
«Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23)
9-10: PG 11, 442-446 PG
Lo que acabamos de decir, hay que demostrarlo con el testimonio de las divinas Escrituras, por este orden:
El que ora ha de alzar las manos puras, perdonando a todos las injurias recibidas, rechazando de su alma de tal forma cualquier perturbación, que a nadie guarde resentimiento.
Más aún: para que ningún pensamiento extraño distraiga su mente es necesario que durante la oración olvide todo cuanto no dice relación con la oración. ¿Quién podrá dudar de que este estado de ánimo es el mejor, tal como enseña san Pablo en su primera carta a Timoteo,
diciendo: Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones?
En efecto, cuando los ojos de la mente están tan elevados que ya no se fijan en las realidades terrenas ni se recrean en la contemplación de cosas materiales, planean a tales alturas que pueden permitirse despreciar todo lo corruptible y dedicarse exclusivamente al Uno, de modo que no piensan más que en Dios, a quien hablan reverente y humildemente en la seguridad de ser escuchados. ¿Cómo tales ojos no van a progresar enormemente, si con la cara descubierta, reflejan la gloria del Señor y se van transformando en su imagen con resplandor creciente? Ahora bien, ¿cómo es posible que el alma, segregada del cuerpo y elevada en seguimiento del Espíritu, y que no sólo va en pos del Espíritu, sino que es transformada en él, no se convierta en espiritual, depuesta la naturaleza animal?
Y si ya es una gran cosa el olvido de las ofensas, hasta el punto de que en él, como en un compendio, se contiene toda la ley, según lo que dice el profeta Jeremías: No fue ésta la orden que di a vuestros padres cuando los saqué de Egipto, sino que les ordené: Que nadie entre vosotros recuerde allá en su corazón la injuria que recibió de su prójimo; cuando nos acercamos a la oración olvidando las ofensas, observamos el precepto del Salvador, que dice: Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros; está claro que cuando nos ponemos a orar con tales disposiciones, hemos ya obtenido un magnífico resultado.
Cuanto antecede, lo hemos dicho en la hipótesis de que de la oración no sacáramos ningún otro provecho: sería ya un óptimo resultado si llegáremos a comprender cómo hemos de orar y lo pusiéramos por obra. Es evidente que quien así ora, mientras todavía está hablando, fijos los ojos en el poder del que le escucha, oirá aquello: Aquí estoy, siempre que antes de la oración se haya liberado de toda ansiedad con respecto a la providencia. Es lo que significan aquellas palabras: Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia. Pues quien se contenta con cuanto sucede, está libre de toda atadura y jamás extenderá su mano contra Dios, el cual dispone todo lo que quiere para probarnos; más aún, no se le ocurrirá siquiera murmurar allá en lo íntimo de su corazón y menos en un lenguaje audible a los hombres. Parece como si los que no se atreven a maldecir la providencia de viva voz o con toda el alma por las cosas que ocurren, pretendieran ocultar al Señor del universo lo que de mala gana soportan, imitando a los malos siervos, que no se atreven a desobedecer abiertamente las órdenes de sus amos.
Bernardo
Sobre el Cantar de los Cantares: Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia
Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edic. cisterciense, 2, 1958, 150-151
Opera omnia, Edit Ci
¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.
Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.
Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza, y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.
Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.
Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.
Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios.
Agustín de Hipona
Sobre el Evangelio de san Juan: Llega una mujer de Samaria a sacar agua
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”» (Jn 4,7)
Tratado 15, 10-12. 16-17: CCL 36, 154-156
CCL
Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua.
Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.
Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.
Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.
Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».
Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?
De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.
MATEO 4,1-11
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (4,1-11):
1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
2 Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
3 Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes».
4 Jesús le respondió: «Está escrito: “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
5 Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo,
6 diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”».
7 Jesús le respondió: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
8 El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,
9 y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme».
10 Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”».
11 Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
CAPILLA SIXTINA – TENTACIONES DE CRISTO (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12; Lucas 4,1-13) y LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO (Mateo 8,1-4; Marcos 1,40-45; Lucas 5,12-16) – Sandro Botticelli Botticelli representa las tres promesas con las que el demonio tentó a Jesucristo en el fondo de la escena, mientras que en un primer plano tiene lugar la celebración del sacrificio judío que, según la antigua costumbre, se lleva a cabo diariamente en el templo, en referencia a la muerte de Cristo en la cruz. Tras la escena principal, Botticelli pintó las tres tentaciones de Cristo narradas en los Evangelios: en el episodio de la izquierda, el diablo, vestido de eremita, exhorta a Cristo para que convierta las piedras en panes; en el centro, le invita a lanzarse desde lo alto del templo de Jerusalén para ser recogido por los ángeles, y, a la derecha, le muestra las riquezas de los reinos del mundo que le dará si se postra y lo adora. Sin embargo, Cristo expulsa al demonio, quien por último desvela su verdadera faz. Tres ángeles preparan la mesa para la celebración de la Eucaristía, momento que tiene su correlación con el Sumo Sacerdote del primer plano, quien recibe la ofrenda de una bandeja llena de sangre.
San Juan Bautista de la Salle, Meditaciones : Primer domingo de Cuaresma, n. 1-2
El evangelio de este día, al indicarnos que Jesucristo se retiró al desierto, no dice que fuera para huir la compañía de los hombres ni para orar; sino a fin de ser tentado. Y eso, para darnos a entender que el primer paso de quien pretende consagrarse a Dios ha de ser dejar el mundo, con el fin de disponerse a luchar contra el mundo mismo y contra los demás enemigos de nuestra salvación. En el retiro, dice san Ambrosio, es donde precisamente ha de contar uno con ser tentado y expuesto a muchas pruebas. Lo mismo os advierte el Sabio al afirmar que cuantos se alistan en el servicio de Dios deben prepararse para la tentación. Ésta les resulta, efectivamente, muy provechosa; pues se convierte en uno de los mejores medios que puedan emplear para verse enteramente libres, tanto del pecado como de la inclinación a pecar. ¿Habéis creído siempre que, para daros de todo punto a Dios, debéis disponeros a ser tentados? ¿No os causa sorpresa el que a veces os acose la tentación? En lo sucesivo, vivid siempre preparados para ella; de modo que podáis sacar todo el fruto que con la tentación intenta Dios producir en vosotros.
Lo que debe alentar al alma puesta sinceramente en las manos de Dios, a estar siempre apercibida para las tentaciones, es que la vida del hombre, según Job, es tentación o, como dice la Vulgata, combate perpetuo. De donde puede el alma colegir que, si es voluntad de Dios que se vea tentada mientras permanece en la tierra, es porque ha de luchar de continuo contra el demonio y contra las propias pasiones e inclinaciones, los cuales no cesarán de hacerle guerra en tanto viva en el mundo. Por eso afirma san Jerónimo que le es imposible a nuestra alma dejar de ser tentada mientras viva y que, si el mismo Jesucristo nuestro Salvador fue tentado, nadie puede ilusionarse con atravesar el mar tormentoso de la vida sin verse combatido por la tentación. […] Convenceos de que sería desgracia no pequeña carecer de tentaciones, por ser ello indicio de no vencerse en cosa alguna, y de sucumbir fácilmente en la lucha con las propias pasiones.”
San Gregorio de Nacianzo, Discurso 40,10: PG 36, 370-371
El cristiano dispone de medios para superar las tentaciones
Si el tentador, el enemigo de la luz, te acomete después del bautismo –y ciertamente lo hará, pues tentó incluso al Verbo, mi Dios, oculto en la carne, es decir, a la misma Luz velada por la humanidad— sabes cómo vencerlo: no temas la lucha. Opónle el agua, opónle el Espíritu contra el cual se estrellarán todos los ígneos dardos del Maligno.
Si te representa tu propia pobreza —de hecho no dudó hacerlo con Cristo, recordándole su hambre para moverle a transformar las piedras en panes– recuerda su respuesta. Enséñale lo que parece no haber aprendido; opónle aquella palabra de vida, que es pan bajado del cielo y da la vida al mundo. Si te tienta con la vanagloria —como lo hizo con Jesús cuando lo llevó al alero del templo y le dijo: Tírate abajo, para demostrar tu divinidad— no te dejes llevar de la soberbia. Si en esto te venciere, no se detendrá aquí: es insaciable y lo quiere todo; se muestra complaciente, de aspecto bondadoso, pero acaba siempre confundiendo el bien con el mal. Es su estrategia.
Este ladrón es un experto conocedor incluso de la Escritura. Aquí el está escrito se refiere al pan; más abajo, se refiere a los ángeles. Y en efecto, está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos. ¡Oh sofista de la mentira! ¿Por qué te callas lo que sigue? Pero aunque tú lo calles, yo lo conozco perfectamente. Dice: caminaré sobre ti, áspid y víbora, pisotearé leones y dragones; protegido y amparado —se entiende— por la Trinidad.
Si te tienta con la avaricia, mostrándote en un instante todos los reinos como si te pertenecieran y exigiéndote que le adores, despréciale como a un miserable. Amparado por la señal de la cruz, dile: También yo soy imagen de Dios; todavía no he sido, como tú, arrojado del cielo por soberbio; estoy revestido de Cristo; por el bautismo, Cristo se ha convertido en mi heredad; eres tú quien debe adorarme. Créeme, a estas palabras se retirará, vencido y avergonzado, de todos aquellos que han sido iluminados, como se retiró de Cristo, luz primordial.
Estos son los beneficios que el bautismo confiere a aquellos que reconocen la fuerza de su gracia; éstos son los suntuosos banquetes que ofrece a quienes sufren un hambre digna de alabanza.
San Máximo de Turín, Sermón 16 : PL 57, 561
Alimentarse de la Palabra que sale de boca de Dios.
El Salvador responde al diablo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios”. Lo que significa: «Él no vive del pan de este mundo, ni del alimento material del que tú te serviste para engañar a Adán, el primer hombre, sino de la Palabra de Dios, de su Verbo, que contiene el alimento de la vida celeste». Por lo tanto, el Verbo de Dios, es Cristo nuestro Señor, como dice el evangelista: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios» (Jn 1,1). Todo el que se alimenta de la palabra de Cristo ya no tiene necesidad de alimento de la tierra. Como uno que se restaura con el pan del Señor, no puede ya desear el pan de este mundo. En efecto, el Señor es su propio pan, o más bien, el Señor es el mismo pan, como Él enseña por sus palabras: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo» (Jn 6,41). Y este pan hizo decir al Profeta: «El pan fortalece el corazón del hombre»(Sal 103,15).
¿Qué me importa el pan que me ofrece el diablo, si yo tengo el pan que reparte Cristo? ¿Qué me importa el alimento que ha expulsado al primer hombre del Paraíso, ha hecho perder a Esaú su derecho de primogenitura…(Gn 25,29), que ha convertido a Judas Iscariote en un traidor (Jn 13,26)? Adán perdió en efecto el Paraíso por causa del alimento, Esaú perdió su derecho de primogenitura por un plato de lentejas, y Judas renunció a su rango de apóstol por un bocado: pues en el momento que él cogió el bocado, dejó de ser un apóstol para ser un traidor… la comida que tenemos que tomar es aquella que abre el camino al Salvador, no al diablo, aquella que transforma al que la come en confesor de la fe y no en traidor.
El Señor tiene razón al decir, en este tiempo de ayuno, que es el Verbo de Dios el que alimenta, para enseñarnos que no debemos pasar nuestros ayunos preocupándonos de este mundo sino de la lectura de los textos sagrados. En efecto, aquel que se alimenta de la Escritura se olvida del hambre del cuerpo; aquel que se alimenta del Verbo celeste olvida el hambre. Pues bien, este es el alimento que nutre el alma y calma al hambriento…: da también la vida eterna y aleja de nosotros las trampas de la tentación del diablo. Esta lectura de textos sagrados es vida como dice el Señor: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63).
San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, n. 16
Examinando el proceso de la tentación del Señor, podremos comprender con qué amplitud hemos sido librados de la tentación. El enemigo en el origen se enfrentó al primer hombre, nuestro antepasado, por tres tentaciones: lo intentó por la glotonería, la vanagloria y la avaricia… Por la glotonería le mostró la fruta prohibida del árbol y lo persuadió a comerla. Lo tentó por la vanagloria diciendo: “Seréis como dioses” (Gn 3,5). Y lo tentó también por la avaricia diciendo: “Conoceréis el bien y el mal”. En efecto, la avaricia no tiene solo por objeto el dinero, sino también los honores…
Pero cuando tentó al segundo Adán (1 Co 15,47), los mismos medios que le habían servido para hacer caer al primer hombre vencieron al diablo. Lo tienta por la glotonería pidiéndole: “Manda que estas piedras se conviertan en panes”; lo tienta por la vanagloria diciéndole: “Si eres el Hijo de Dios, échate abajo”; lo tienta por el ávido deseo de honores, cuando le muestra todos los reinos del mundo y le dice: “Todo esto, te daré si, postrándote a mis pies, me adoras”… Así habiendo hecho prisionero al diablo, el segundo Adán lo expulsa de nuestros corazones por el mismo camino por donde había entrado. Hay otra cosa, que debemos considerar en la tentación del Señor: podía haber precipitado a su tentador al abismo, pero no hizo uso de su poder personal; se limitó a responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa. Lo hizo para darnos ejemplo de su paciencia, e invitarnos así a recurrir a la enseñanza más que a la venganza… ¡Ved qué paciencia tiene Dios, y cuál es nuestra impaciencia! Nos dejamos llevar por el furor tan pronto como la injusticia o la ofensa nos alcanzan…; el Señor, Él, aguanta la hostilidad del diablo, y le respondió sólo con palabras de dulzura.
TENTACIÓN
La tentación, el ansia, la locura,
la órbita del ojo iluminada
por la pupila turbia y acerada,
fijo astro de ardiente calentura.Y el árbol de la vida, en su espesura
guardando la manzana deseada,
subiéndola hacia el cielo, aprisionada
en una verde llama hacia la altura…Y Adán tendió su mano enfebrecida,
hundió sus labios rojos en la pulpa
que en un blanco crujido se entregaba.Y todo fue dolor, oh Dios. La culpa
se fundió con el hombre y con su vida.
El ansia se colmó… Y Adán lloraba.
SAN JUAN CRISÓSTOMO:
El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de el. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.
Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Seria inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.
Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros.
Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de que te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?
¿Que nos dice San Juan Crisóstomo con esta reflexión?
Que los días de ayuno deben de ser especialmente días de abstenernos del uso desordenado o incluso exagerado de los otros sentidos: No fijarme en lo que no debo, no hablar lo que no debo, no oír lo que no debo, no desear lo que no debo, no buscar satisfacer todas mis necesidades emocionales, espirituales; no buscar saciar mi soledad, buscando inmediatamente compañía; no querer saberlo todo; no requerir respuestas inmediatas a todo lo que se me ocurre en la mente, etc.
Ayunamos buscando conversión. Por lo tanto, ayunemos de todas esas actitudes contrarias a la virtud. Quizás tu ayuno va a consistir de ser mas servicial, (ayuna de tu pereza, comodidad), pues así como la Virgen nos pide que recemos con el corazón, debemos de ayunar con el corazón. Puede ser que tengamos que ayunar de nuestra ira, siendo los días de ayuno, mas amables, mas dulces, mas dóciles. Quizás tengo que ayunar de la soberbia, buscando activamente ser humillada, o hacer actos concretos de humildad, etc.
JUAN 1, 29-34
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (1, 29-34):
29 Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.
31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel».
32 Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».
COMENTARIO:
Somos hijos de Dios… herederos de las cosas de Dios y quizás no le estemos dando el valor que eso tiene…
Ser herederos de las cosas de Dios, implica profundizar en nuestro plano espiritual, y a eso si que es verdad que no le damos el suficiente valor.. porque creemos que es una herencia llena de sufrimiento… y por tanto nos quedamos más en el plano humano, con lo cual tendemos a racionalizar los actos y los pensamientos propios y ajenos..
Ojalá algún día, nuestro plano humano… se desvanezca tanto que no sintamos ningún dolor y podamos pasar a ese plano espiritual.
San Juan de Ávila
Audi filia, cap. 19, in fine
Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que muriendo Sansón murieron los filisteos (Jg 16,30). Y aunque tantos hubiésedes hecho tú como el mismo demonio que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn 1,29); del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (Mi 7,19), y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (Da 9,24). Pues si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por que enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?
San Juan Crisóstomo, Homilía 18, sobre san Juan
«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.» (Jn 1,29)
«Este es el Cordero de Dios!» dice Juan Bautista. Jesucristo no habla; es Juan quien dice todo. El Esposo tiene la costumbre de actuar así. No dice nada a la Esposa sino que se presenta y se mantiene en silencio. Otros lo anuncian y lo presentan a la Esposa. Cuando ella aparece, el Esposo no la coge él mismo sino que la recibe de manos de otro. Pero después de haberla recibido de este modo, se une tan fuertemente a ella que la Esposa ya no se acuerda de los que ha dejado para seguir al Esposo.
Esto se realiza en Cristo. Ha venido para unirse a su Esposa, la Iglesia. El mismo no ha dicho nada, sólo se presenta. Es Juan, el amigo del Esposo, que ha unido la mano del Esposo y de la Esposa. Con otras palabras: el corazón de los hombres que él ha preparado por su predicación. Entonces, Jesucristo los ha recibido y los ha colmado de tantos bienes que ya no han vuelto a aquel que los condujo hacia Cristo… Sólo Juan, el amigo del Esposo, ha estado presente en estas nupcias. El lo hizo todo en aquel momento. Dirigiendo su mirada hacia Jesús que venía, dijo: «Este es el Cordero de Dios!» Así mostraba que no era solamente por la voz sino también por los ojos que daba testimonio del Esposo. Admiraba a Cristo y, contemplándolo, su corazón saltaba de gozo. Aunque no anuncie por la predicación, lo admira presente y da a conocer el don que trajo Jesús con su venida. Enseña a la gente cómo prepararse a recibirlo. «Este es el Cordero de Dios!» Es él, dice, que quita los pecados del mundo. Lo hace sin cesar. Aunque una sola vez ofrece el sacrificio de su vida por los pecados del mundo, este único sacrificio tiene un efecto perenne.
San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan, (Lib 2: PG 73, 191-194)
Aquel Cordero, aquella víctima inmaculada, fue llevado al matadero por todos nosotros
Hemos de explicar quién es ése que está ya presente, y cuáles fueron las motivaciones que indujeron a bajar hasta nosotros al que vino del cielo. Dice en efecto: Este es el Cordero de Dios, Cordero que el profeta Isaías nos había predicho, diciendo: Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía. Cordero prefigurado ya antes por la ley de Moisés. Sólo que entonces la salvación era parcial y no derramaba sobre todos su misericordia: se trataba de un tipo y una sombra. Ahora, en cambio, aquel cordero, enigmáticamente en otro tiempo prefigurado, aquella víctima inmaculada, es llevada por todos al matadero, para que quite el pecado del mundo, para derribar al exterminador de la tierra, para abolir la muerte muriendo por todos nosotros, para cancelar la maldición que pesaba sobre la humanidad, para anular finalmente la vieja condena: Eres polvo y al polvo volverás, para que sea él el segundo Adán, no de la tierra, sino del cielo, y se convierta en origen de todo el bien de la naturaleza humana, en solución de la muerte introducida en el mundo, en mediador de la vida eterna, en causa del retorno a Dios, en principio de la piedad y de la justicia, en camino, finalmente, para el reino de los cielos.
Y en verdad, un solo cordero murió por todos, preservando así toda la grey de los hombres para Dios Padre: uno por todos, para someternos todos a Dios; uno por todos, para ganarlos a todos; en fin, para que todos no vivan ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
Estando efectivamente implicados en multitud de pecados y siendo, en consecuencia, esclavos de la muerte y de la corrupción, el Padre entregó a su Hijo en rescate por nosotros, uno por todos, porque todos subsisten en él y él es mejor que todos. Uno ha muerto por todos, para que todos vivamos en él.
La muerte que absorbió al Cordero degollado por nosotros, también en él y con él se vio precisada a devolvernos a todos la vida. Todos nosotros estábamos en Cristo, que por nosotros y para nosotros murió y resucitó. Abolido, en efecto, el pecado, ¿quién podía impedir que fuera asimismo abolida por él la muerte, consecuencia del pecado? Muerta la raíz, ¿cómo puede salvarse el tallo? Muerto el pecado, ¿qué justificación le queda a la muerte? Por tanto, exultantes de legítima alegría por la muerte del Cordero de Dios, lancemos el reto: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, infierno, tu aguijón?
Como en cierto lugar cantó el salmista: A la maldad se le tapa la boca, y en adelante no podrá ya seguir acusando a los que pecan por fragilidad, porque Dios es el que justifica. Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, para que nosotros nos veamos libres de la maldición del pecado.
San Cirilo de Alejandría, Sobre Isaías, IV, 2
«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»
«¡Gritad, cielos, de júbilo, porque el Señor ha tenido misericordia con Israel… Porque el Señor ha rescatado a Jacob!» (Is 44,23 LXX). De este pasaje de Isaías, se puede fácilmente concluir que el perdón de los pecados, la conversión y redención de todos los hombres anunciadas por los profetas, por Cristo se cumplirán en los últimos días. Efectivamente, cuando Dios, el Señor se nos apareció, cuando hecho hombre vivió con los habitantes de la tierra, él, el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo, la víctima totalmente pura, entonces ¡qué motivo de gozo para los poderes de lo alto y para los espíritus celestiales, para todos los órdenes de los santos ángeles! Cantaron, cantaron su nacimiento según la carne: «¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor!» (Lc 2,14).
Si es verdad, según la palabra del Señor –y es absolutamente verdad- que «hay alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte» (Lc 15,7), ¿cómo dudar que hay gozo y alborozo en los espíritus del cielo, cuando Cristo lleva a toda la tierra el conocimiento de la verdad, llama a la conversión, justifica por la fe, y hace brillar de luz por la santificación? «Los cielos se gozan porque Dios ha tenido misericordia» y no sólo con el Israel según la carne sino con el Israel según el espíritu. «Los fundamentos de la tierra» es decir, los sagrados ministros de la predicación del Evangelio hacen «sonar la trompeta». Su voz espléndida ha llegado a todo el orbe; como trompetas sagradas ha resonado por todas partes. Han anunciado la gloria del Salvador a todos los lugares, han llamado al conocimiento de Cristo tanto a los judíos como a los paganos.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, (Edith Stein), Las Bodas del Cordero, 14-09-1940
“El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
En el Apocalipsis, el apóstol Juan escribe: “Vi entonces en medio del trono…un Cordero en pie con señales de haber sido degollado” (Ap 5,6). Cuando el vidente de Patmos contempló esta visión, aún estaba vivo en él el recuerdo inolvidable de ese día junto al Jordán, cuando Juan el Bautista le señaló al “Cordero de Dios” que “quita el pecado del mundo”…
Pero, el Señor ¿por qué había elegido el cordero como símbolo privilegiado? ¿Por qué se mostró, incluso, de ese modo en el trono de la eterna gloria? Porque él estaba libre de pecado y era humilde como un cordero; y porque él había venido para “dejarse llevar como cordero al matadero” (Is 53,7). Todo eso también lo presenció Juan cuando el Señor se dejó atar en el Monte de los Olivos. Allí, en el Gólgota, fue llevado a cumplimiento el auténtico sacrificio de reconciliación. A partir de entonces los antiguos sacrificios perdieron su eficacia; y pronto desaparecerían del todo, igual que el antiguo sacerdocio, cuando el templo fue destruido. Todo esto lo vivió Juan de cerca. Por eso no le asombraba ver al Cordero en el Trono.
Igual que el Cordero tuvo que ser matado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así el camino hacia la gloria conduce a todos los elegidos para “el banquete de bodas” a través del sufrimiento y de la cruz. El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la cruz. Para esto están llamados todos los que están marcados con la sangre del Cordero (cf Ex 12,7), y éstos son todos los bautizados. Pero no todos entienden esta llamada y la siguen.