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ZACARÍAS 1,7-17

LECTURA DE LA PROFECÍA DE ZACARÍAS  (1,7-17)

Visión de los caballos y los caballeros

7 El vigésimo cuarto día del undécimo mes, que es el mes de Seta, en el segundo año de Darío, la palabra del Señor fue dirigida al profeta Zacarías, hijo de Berequías, hijo de Idó, en estos términos:

8 Yo tuve una visión durante la noche: Había un hombre montado en un caballo rojo. Estaba parado entre los mirtos que se encuentran en la hondonada, y detrás de él había caballos rojos, alazanes, negros y blancos.

9 Yo pregunté: «¿Quiénes son estos, mi Señor?». Y el ángel que hablaba conmigo me respondió: «Yo te indicaré quiénes son estos».

10 El hombre que estaba entre los mirtos dijo: «Estos son los que el Señor envió a recorrer la tierra».

11 Ellos se dirigieron al ángel del Señor que estaba entre los mirtos, y le dijeron: «Venimos de recorrer la tierra y hemos visto que toda la tierra está en calma y tranquila».

12 Entonces el ángel del Señor dijo: «Señor de los ejércitos, ¿hasta cuándo esperarás para compadecerte de Jerusalén y de las ciudades de Judá, contra las cuales estás irritado desde hace setenta años?».

13 El señor dirigió al ángel que hablaba conmigo palabras buenas, palabras consoladoras.

14 Entonces el ángel me dijo: «Proclama esto: Así habla el Señor de los ejércitos: Yo siento un gran celo por Jerusalén y por Sión,

15 y estoy violentamente irritado contra las naciones seguras de sí mismas; porque yo estaba un poco irritado, pero ellas agravaron la desgracia.

16 Por eso, así habla el Señor: Yo he vuelto a Jerusalén con piedad; allí será reconstruida mi Casa –oráculo del Señor de los ejércitos– y la cuerda de medir será tendida sobre Jerusalén.

17 Proclama también esto: Así habla el Señor de los ejércitos: Mis ciudades rebosarán de bienes; el Señor consolará de nuevo a Sión y elegirá otra vez a Jerusalén».

Visión de los caballos y los caballeros. ZACARÍAS

VISIÓN DE ZACARÍAS. Artísta italiano desconocido de Sicilia, sobre el 1300 en tempera.

COMENTARIO:

La visión es complicada y oscura, pues parece retocada en el texto. El profeta en esta visión se hace eco de las inquietudes de sus contemporáneos, que están ansiosos de la manifestación de la anunciada era mesiáníca, que debía ser precedida, según las profecías, de una gran conmoción de las naciones. Zacarías quiere salir al paso del desánimo general, y en esta serie de visiones anuncia la futura gloria de Jerusalén y del pueblo elegido después de un juicio punitivo sobre las naciones.

En la primera visión intervienen varios personajes, que complican la escena para después explicar el simbolismo de cada uno. Aparecen claramente en la escena el profeta que recibe la visión; el ángel intérprete, que explica al profeta el sentido de la visión (v.9.13.14), y Yahvé. Pero, además, aparece un ángel de Yahvé, que en los v. 11-12 se identifica con el caballero que está entre los montes. Detrás de él aparecen, según el texto hebreo, tres caballos: rojos, alazanes y blancos (v.8). Según los LXX, son cuatro caballos: rojos, alazanes, manchados y blancos. Y parece mejor este número cuádruple en paralelismo a los cuatro carros del c.6 que deben recorrer la tierra. Por otra parte, Zacarías en su simbolismo tiene preferencia por el número cuatro. También en nuestro capítulo los caballos deben recorrer la tierra (v.10).

En este supuesto, los cuatro caballos corresponderían a los cuatro puntos cardinales, que debían ser visitados por los emisarios de Dios para que se enterasen de la situación de toda la tierra y lo comunicaran al ángel de Yahvé que estaba entre los montes (v.11). Supuesta esta distribución, el simbolismo es fácil de captar. El ángel de Yahvé, o caballero entre los montes, es el valedor o ángel tutelar de los intereses del pueblo elegido. Los cuatro caballeros son cuatro mensajeros anónimos, que son una dramatización ideal de la Providencia divina, que alcanza a los cuatro confines del orbe (los colores de los caballos son convencionales, para distinguirlos entre sí). Los cuatro mensajeros divinos están a las órdenes del ángel tutelar (ángel de Yahvé o caballero entre los montes) para trasladarse a los cuatro confines del orbe c informarse de su situación y después entregar la información a su jefe ángel de Yahvé; y, en efecto, le dan cuenta de su misión (v.11).

La noticia que traen es poco confortadora para el ángel tutelar de los intereses de la comunidad judía: la tierra está quieta y tranquila; lo que equivalía a decir que las cosas continuarían como hasta ahora, es dedir, no se vislumbraba la conmoción deseada entre las naciones como preludio de la era mesiánica. De ahí la angustiosa interrogación del ángel de Yahvé (encarnación de los intereses del pueblo elegido): ¿Hasta cuándo no vas a tener piedad de Jerusalén y de las ciudades de Judá? (v.12). La tranquilidad reinante bajo Darío parece indicar que la situación actual, en plan de inferioridad, de Jerusalén y de Judá va a continuar indefinidamente a pesar de las antiguas promesas de restauración gloriosa después del juicio sobre los pueblos paganos.

En realidad, el castigo sobre Judá sobrepasa ya la antigua profecía de Jeremías, que hablaba de setenta años de opresión y cautividad, pues Yahvé sigue airado contra Judá desde hace setenta años (v.12). El número setenta indica una amplia generación como en la profecía de Jeremías; pero los años pasan y la restauración gloriosa de Judá no se vislumbra cercana. Esta es la preocupación angustiosa del ángel de Yahvé (caballero entre las montañas), que representa los intereses de Judá. La respuesta de Yahvé es consoladora, y es dirigida directamente al ángel intérprete del profeta: Yahvé dirigió al ángel que conmigo hablaba palabras amables y consoladoras (v.13).

El mensaje de éste es en extremo esperanzador, pues Yahvé declara que siente un amor especial por Jerusalén (v.14), y, por otra parte, va a exigir justicia de las naciones que ahora están tranquilas en razón del enojo transitorio de Yahvé contra su pueblo, permitiendo dominen sobre ella por algún tiempo; pero se han excedido en su papel de instrumentos de su justicia (pero ellas agravaron el mal decretado por Dios contra Judá), y por eso llega la hora de la revancha. Se acerca la hora de la rehabilitación gloriosa de Judá como colectividad. El templo de Yahvé, símbolo de la protección a su pueblo, volverá a reedificarse (v.16), y en Jerusalén se tenderá el cordel para reconstruirla como en los tiempos gloriosos pasados. Y de nuevo rebosarán las ciudades (de Judá) de abundancia de bienes en una nueva teocracia gloriosa .

ZACARÍAS 1,1-6

El-apostol-Zacarias-con-el-rostro-del-Papa-Julio-II

EL PROFETA ZACARÍAS – CAPILLA SIXTINA

ZACARIAS 1

El nombre de Zacarías, común a más de veinte personajes del Antiguo Testamento, tiene en hebreo el hermoso significado de «Dios se acuerda», o «el recordado de Dios», es decir que su sola enunciación significaba un acto de fe en el Dios vivo.

LECTURA DE LA PROFECÍA DE ZACARÍAS  (1,1-6)

Exhortación a la penitencia

1 En el octavo mes del segundo año de Darío, la palabra del Señor llegó al profeta Zacarías, hijo de Berequías, hijo de Idó, en estos términos:

2 El Señor se irritó violentamente contra los padres de ustedes.

3 Tú les dirás: Así habla el Señor de los ejércitos: Vuelvan a mí –oráculo del Señor de los ejércitos– y yo volveré a ustedes, dice el Señor de los ejércitos.

ZACARIAS 1.3

4 No sean como sus padres, a quienes los antiguos profetas interpelaron, diciendo: Así habla el Señor de los ejércitos: Vuelvan de sus malos caminos y de sus malas acciones. Pero ellos no escucharon, ni me prestaron atención –oráculo del Señor–.

5 ¿Dónde están sus padres? Y los profetas ¿viven para siempre?

6 Pero mis palabras y mis decretos, que yo había ordenado a mis servidores los profetas, ¿acaso no alcanzaron a sus padres? Por eso, ellos se convirtieron y dijeron: «El Señor de los ejércitos nos ha tratado según nuestros caminos y nuestras acciones, como había resuelto hacerlo».

DARIO I

En el relieve se ve al rey Darío (la figura más grande) acompañado de dos soldados (izq.) y enfrente a los nueve nobles levantiscos atados entre si. Bajo el pié de Darío

El Gran Darío I, Rey Persa entre el 522 y el 486 a.C., llegó al poder de forma un tanto sospechosa. Los historiadores no se han puesto de acuerdo si era un Rey legítimo que asesinó al ursurpador Esmerdis o si fue el mismo Darío quien ursurpó el trono al legitimo hijo de Ciro II.

De una forma o de otra se preocupó y mucho de dejar su versión de los hechos y de intentar demostrar que era el rey legítimo. Se ocupó de hacer una inscripción, llamada la inscripción de Behistún. Situada en Kermanshah, al norte de Irán, en el camino real desde Ecbatana a Babilonia.

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Detalle de la inscripción

La inscripción dice:

Yo soy Darío, el Gran Rey, Rey de Reyes, Rey de Persia, Rey de todos los países… así habla el Rey Darío: Ocho veces fueron reyes los de mi familia y yo soy el noveno Rey en sucesión. Así habla el Rey Darío. Soy Rey por la gracia de Ahura Mazda. Ahura Mazda me dio el reinado. Las siguientes tierras me pertenecen. Soy su Rey por la gracia de Ahura Mazda: Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, Los Pueblos del Mar (Fenicia), Lidia, Jonia, Media, Armenia, Capadocia, Partia, Drangiana, Ariana, Aracosia y Macan, 23 países en total… Así habla el Rey Darío: en esas tierras traté bien a los leales, castigué severamente a los impíos. Por la gracia de Ahura Mazda esas tierras obedecieron mi dominio, lo que yo ordené, se ejecutó…

La inscripción se realizó en 3 lenguas: Elamita, la lengua de los reyes de Babilonia, Arcadio, la lengua franca del Imperio y el Antiguo Persa. Al parecer nunca se había escrito en esta lengua, la lengua oficial de los reyes Persas, y se tuvo que crear una nueva escritura para la ocasión.
Durante el reinado de Darío se enfrentaron Persas y Griegos en las Guerras Médicas. La Batalla de Maratón procuró una gran derrota del Rey Aqueménida. Su Hijo Jerjes I continuó las guerras contra los griegos pero el resultado no mejoró para el Imperio y Salamina y Platea terminaron con la derrota Persa.

Fragmento de relieve con Darío I y Jerjes en audiencia, Persépolis

Fragmento de relieve con Darío I y Jerjes en audiencia, Persépolis

Este primer oráculo, o exhortación a la penitencia, tuvo lugar entre octubre-noviembre del 520 a.C. (octavo mes del segundo año de Darío, v.1). Luego la iniciación del ministerio profético comenzó unos meses después de la de Ageo. Las circunstancias históricas son las mismas: Judá está bajo el dominio persa, y la vida de la comunidad se desenvuelve en la mayor penuria económica y política, pues los enemigos circunvecinos hacen todo lo posible por evitar que la comunidad de repatriados se organice con vigor. Zacarías es de la clase sacerdotal, pero se le llama enfáticamente el profeta por su misión excepcional de mensajero de Dios.

El discurso de exhortación a la penitencia (v.2-6) es como una introducción teológica a la colección de oráculos visionarios que contiene el libro. El profeta insiste en el castigo infligido a los antepasados como lección para los presentes. Para ello recalca que la sociedad organizada y aparentemente gloriosa antigua ha desaparecido: Vuestros padres, ¿donde están? (ν.6). La situación ahora es bien triste, pues toda la grandeza, orgullo de las generaciones pasadas, ya no existe.

Por otra parte, no deben hacerse ilusiones, pues puede llegar el momento en que Dios abandone a su pueblo y le retire sus enviados los profetas: y los profetas, ¿viven siempre? Ciertamente que sus predicciones se cumplen infaliblemente, porque son mensajes de Dios; pero ellos mismos no son eternos. Zacarías recuerda que los antepasados reconocieron la mano de Dios en los castigos enviados, y ahora pide a sus contemporáneos que saquen las mismas consecuencias para que Yahvé vuelva a ellos.

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MATEO 3,13-17

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (3,13-17):

13 Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.

14 Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!».

15 Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.

16 Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él.

17 Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

BAUTISMO DE CRISTO- P. Perugino

CAPILLA SIXTINA – BAUTISMO DE CRISTO – P. Perugino (Mateos 3,13-17; Marcos 1,9-11; Lucas 3,21-22; Juan 1,29-34),

San Juan Crisóstomo (c 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia Homilía sobre el evangelio de Mateo, n° 12; PG 57, 201
“El Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma”

Consideremos el gran milagro que se produjo después del bautismo del Salvador; es el preludio de los que iban a venir. No se abre el antiguo Paraíso, sino el mismo cielo: “tan pronto como Jesús fue bautizado, se abrieron los cielos” (Mt 3,16). ¿Por qué razón, pues, se abren los cielos?—Para que os deis cuenta que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que no tengáis ya nada de común con la tierra… Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto.
La paloma apareció entonces para señalar como con el dedo a los allí presentes y a Juan mismo, que Jesús era Hijo de Dios. Más no sólo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo. Pero ahora ya no necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta totalmente.
Pero ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma?Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre aparece bajo la forma de paloma. La paloma por otra parte, nos recuerda también la antigua historia. Porque bien sabéis que cuando nuestro linaje sufrió el naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar el final de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir… Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a un estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio.
Lo que llegó en otro tiempo por el diluvio de las aguas, llega hoy como por un diluvio de gracia y de misericordia… No es tan solo a un hombre, a quien la paloma llama a salir del arca para repoblar la tierra: atrae a todos los hombres hacia el cielo. En lugar de una rama de olivo, trae a los hombres la dignidad de su adopción como niños de Dios.

Los ojos del amor

Homilía atribuida a san Hipólito de Roma (?-hacia 235)
Homilía del siglo IV para la Epifanía, la santa Teofanía; PG 10, 852
«En él he puesto todo mi amor»

Cristo, creador de todas las cosas descendió como lluvia, se dio a conocer como fuente, se derramó como río (Os 6,3; Jn 4,14; 7,38) y lo vemos bautizado en el Jordán… La Fuente inasequible, que hace brotar la vida para todos los hombres y que no tiene fin, fue escondido por unas pobres y efímeras aguas. Aquel que está presente en todo, que de ninguna parte está ausente, que es inasequible a los ángeles e invisible a los hombres, viene al bautismo por su propia voluntad…«Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto’.» El Hijo amado engendra amor, y la luz inmaterial engendra «la luz inaccesible» (1Tm 6,16). «Este es mi Hijo amado»… En el arca de Noé la paloma manifestó el amor de Dios para con los hombres (Gn 8,11). Ahora el Espíritu desciende bajo la apariencia de paloma, como la que trajo un ramo de olivo, se posa encima de aquel de quien da testimonio. ¿Por qué? Para que se comprenda con toda certeza que es la voz del Padre…: «La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales» (Sl 28,3) ¿Qué dice esta voz? «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. En él he puesto todo mi amor». Es aquel a quien llaman hijo de José, y es mi Hijo único según el ser divino. «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto»: tiene hambre y alimenta a innumerables multitudes, sufre y alivia a los que sufren. No tiene donde reclinar la cabeza y todo lo lleva en su mano, sufre y cura los sufrimientos. Le golpean, mas concede al mundo la libertad; le traspasan el costado mas repara el costado de Adán.

Embalsama tu templo, tu altar; Y la sombra feliz de tus alas de gracia

San Gregorio Nacianceno (c. 330-390), obispo y doctor de la Iglesia
Sermón 39; para la fiesta de la luz; PG 36, 359
“Así debemos cumplir lo que es justo.”

Juan bautiza, Jesús se acerca. Él mismo viene a santificar a aquel por quien es bautizado. Viene a sumergir en las aguas al viejo Adán, y por esto y antes que esto, consagra las aguas del Jordán. Él que es Espíritu y carne quiere perfeccionar al hombre por el agua y el Espíritu (Jn 3,4).
Juan Bautista rehúsa bautizar a Jesús y éste insiste. “Soy yo quien tengo que ser bautizado por ti” dice la lámpara al sol (Jn 5,35), el amigo al Esposo (Jn 3,29), el más grande entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación. (Mt 11,11; Col 1,15). El que había saltado en el seno de su madre dice al que había sido adorado en el seno de su madre, el precursor dice al que acaba de manifestarse y que se manifestará al final de los tiempos: «soy yo quien necesito ser bautizado por ti». Podría añadir: «dando mi vida por ti»; en efecto, sabía que recibiría el bautismo del martirio…
Jesús sube de las aguas llevando consigo en esta subida al universo entero. Ve los cielos abiertos, estos cielos que en otro tiempo Adán cerró para él y los suyos, este paraíso que estaba como borrado por la espada de fuego. (Gn 3,24) El Espíritu da testimonio de la divinidad de Cristo. Y una voz se oye desde el cielo, ya que viene del cielo aquel del que da testimonio la voz. Y aparece una paloma ante los ojos de carne para honrar nuestra carne divinizada.

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PRIMER LIBRO DE LOS REYES 9,9a.11-16

LECTURA DEL PRIMER LIBRO DE LOS REYES (19,9a.11-16):

EL ENCUENTRO DE ELÍAS CON DIOS

9 Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor.

10 El Señor le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?». El respondió: «Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida».

11 El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.

12 Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave.

13 Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: «¿Qué haces aquí, Elías?».

14 El respondió: «Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida».

15 El Señor le dijo: «Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Aram.

16 A Jehú, hijo de Nimsí, lo ungirás rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti.

1REYES 19-15

PADRE JUAN MOLINA

La tristeza es el veneno que el diablo siembra en el corazón de quien se acerca al autor de la Vida.

Dios restaura tu corazón abatido con una alegría que nada ni nadie en el mundo podrá darte… dile NO al padre de la mentira, dile que NO HAY LUGAR en tu corazón para la tristeza.

En la primera lectura de la misa de hoy, el Señor se hace presente en la vida de Elías como una suave brisa que acaricia su rostro y alivia su corazón asustado… se siente solo, abatido, triste.

La caricia de Dios le invita a ponerse en camino:

«DESANDA el camino hasta el desierto de Damasco…»

Desanda… vuelve sobre tus pasos, vuelve sobre el camino que has hecho hasta este momento en que te encuentras, reflexiona cómo estabas viviendo, por qué has llegado a esta tristeza y soledad…
Desanda… desármate del orgullo de pensar que sabes más y mejor que quien te ha creado…

Desanda…. y acepta con humildad y confianza al Dios de la Vida que puede y quiere hacerte feliz…. confía y desanda, vuelve sobre tus pasos, vuelve a tomar el «control» de tu vida, liberado de la esclavitud de las pasiones y egoísmos…

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MATEO 5, 1- 12

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (5, 1-12):

1 Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.

2 Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

3 «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

MATEO 5.3

4 Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

5 Felices los afligidos, porque serán consolados.

6 Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

7 Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

8 Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

9 Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

MATEO+5.9

10 Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

MATEO 5.10

11 Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

12 Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Martyn-Lloyd-Jones-Mateo-5_11-12

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 53; PL 38, 366

«Ellos verán a Dios»

Queremos ver a Dios, buscamos verle, ardientemente deseamos verle. ¿Quién no tiene este deseo? Pero fíjate en eso que dice el evangelio: «Dichosos los limpios de corazón: ellos verán a Dios». Procura verle. Para tomar una comparación entre las realidades materiales: ¿cómo querrás tu contemplar el sol naciente con los ojos enfermos? Si tus ojos están sanos, esta luz será un placer para ti; si están enfermos, te será un suplicio. Indudablemente, con un corazón impuro no podrás ver eso que se puede ver con un corazón puro. Tú serás apartado, alejado de verlo, no verás nada.

¿Cuántas veces el Señor ha proclamado «dichosos» a unos hombres? ¿Qué motivos de dicha eterna ha citado, qué obras buenas, qué dones, qué méritos y qué recompensas? Ninguna otra bienaventuranza afirma: «ellos verán a Dios». He aquí como se enuncian las otras: «Dichosos los pobres de corazón: de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los mansos: ellos  obtendrán la tierra prometida. Dichosos los que lloran: ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia: ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos: ellos obtendrán misericordia». Así pues, de ninguna otra se afirma. «Ellos verán a Dios».

La visión de Dios se promete cuando se trata de hombres de corazón puro. Esto no es sin más, sino porqué los ojos que permiten ver a Dios están en el corazón. De esos ojos habla el apóstol Pablo cuando dice: «Pueda él iluminar los ojos de vuestro corazón» (Ef 1,18) En el momento presente, estos ojos, a causa de su debilidad, son iluminados por la fe; más tarde, a causa de su vigor, serán iluminados por la visión… «Actualmente vemos como una imagen oscura en un espejo; aquél día, lo veremos cara a cara.» (1Co 13,12).

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Segundo discurso sobre el salmo 33; PL 36, 312
“Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto.” (Mt 6,6)

“Entrar en tu habitación”, quiere decir entrar en tu corazón. Felices aquellos que se alegran de entrar en su corazón y que no encuentran en él nada malo…Hay que tener lástima de aquellos que, volviendo a su casa, temen de ser echados fuera por ásperas discusiones con los suyos. Pero mucho peor están los que no se atreven a entrar en la propia conciencia, por miedo de ser echados fuera por el remordimiento de sus pecados. Si tú quieres entrar en tu conciencia con gusto, ¡purifícala! “Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8.) ¡Limpia tu corazón de la impureza de la codicia, de las manchas de la avaricia, de la úlcera de la superstición! ¡Quita los sacrilegios, los malos pensamientos, los odios, no sólo contra tus amigos sino contra tus enemigos! ¡Quita todo esto, luego, entra en tu corazón y serás feliz en tu morada!

los ojos que permiten ver a Dios están en el corazón SAN AGUSTIN

Juan Taulero (v. 1300-1361), dominico en Strasburgo, Sermón 71, para Todos los Santos
Tú le perdonarás

«Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos encontrarán misericordia» (Mt 5,7). De la misericordia, se dice que en Dios sobrepasa todas sus obras; y por ello un hombre misericordioso es un hombre realmente divino, ya que la misericordia nace de la caridad y de la bondad. Y por esta razón, los verdaderos amigos de Dios son misericordiosos, acogiendo más a los pecadores y a quienes sufren que otros que no tienen esta caridad. Y como la misericordia nace de la caridad que debemos tener los unos con los otros…, si no la ejercemos, nuestro Señor, nos la demandará de forma especial el día del juicio…

La misericordia no consiste solamente en hacer donativos, sino que se ejerce también en consideración de todos los sufrimientos que puedan recaer sobre tu próximo. El que con todo esto, no declara a sus hermanos una auténtica caridad y una verdadera solidaridad en todos sus sufrimientos y que no cierra los ojos a los errores ajenos, con un sentimiento de misericordia, ese hombre ha de temer que Dios le niegue su misericordia, ya que «con la medida que tu midas, se te medirá a ti»(Mt 7,2).

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LUCAS 7, 11-17

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (7,11-17): facebook pq

EL HIJO DE LA VIUDA

11 En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.

12 Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.

13 Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores».

LUCAS 7.13

14 Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate».

15 El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.

16 Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».

17 El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

18 Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos,

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COMENTARIO:

Conversación final de san Agustín con su madre, Mónica:

‘Cuando ya se acercaba el día de su muerte –día por ti conocido, Señor, y que nosotros ignorábamos—, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos.

Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres Tú, cómo sería la vida eterna de los santos…., y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras. Sin embargo, tú sabes, Señor, que cuando hablábamos aquel día de estas cosas…, ella dijo:

‘Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida.

Qué es lo que hago aquí, y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolonga­ra por algún tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?’

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación: ‘¿Dónde estaba?’

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tris­teza, nos dijo: ‘Enterrad aquí a vuestra madre…

‘Confesiones’ lib. 9,cc. 10.11

P. Eduardo Sanz de Miguel:

Hoy Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a cada persona que ha perdido un ser querido y nos dice: «Ánimo, que la muerte no puede tener la última palabra. Quien cree en mí, aunque muera, tendrá vida eterna porque yo lo resucitaré en el último día».

HOMILÍA:

San Agustín de Hipona, Sermón 98 (1-3: PL 38, 591-592)

La Madre Iglesia se regocija por los hombres que cada día resucitan espiritualmente

Los milagros de nuestro Señor y Salvador Jesucristo conmueven, es verdad, a todos los creyentes que los escuchan, pero a unos y a otros de muy diversa manera. Pues los hay que, impresionados por sus milagros corporales, no aciertan a intuir milagros mayores; otros, en cambio, los prodigios que escuchan realizados en los cuerpos, los admiran ahora ampliamente realizados en las almas.

Al cristiano no ha de caberle la menor duda de que también ahora son resucitados los muertos. Pero si bien es verdad que todo hombre tiene unos ojos capaces de ver resucitar muertos, como resucitó el hijo de esta viuda de que hace un momento nos hablaba el evangelio, no lo es menos que no todos tienen ojos para ver resucitar a hombres espiritualmente muertos, a no ser los que previamente resucitaron en el corazón. Es más importante resucitar a quien vivirá para siempre que resucitar al que ha de volver a morir.

De la resurrección de aquel joven se alegró su madre viuda; de los hombres que cada día resucitan espiritualmente se regocija la Madre Iglesia. Aquél estaba muerto en el cuerpo; éstos, en el alma. La muerte visible de aquél visiblemente era llorada; la muerte invisible de éstos ni se la buscaba ni se la notaba.

La buscó el que conocía a los muertos: y conocía a los muertos únicamente el que podía devolverles la vida. Pues de no haber venido el Señor para resucitar a los muertos, no habría dicho el Apóstol: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Oyes que duerme cuando dice: despierta tú que duermes; pero comprende que está muerto cuando escuchas: Levántate de entre los muertos. Muchas veces se llama durmientes a los visiblemente muertos. Y realmente, para quien es capaz de resucitarlos, todos duermen. Para ti, un muerto es un muerto sin más; por más que lo sacudas, por más que lo pellizques, por más que le pegues no se despierta. Para Cristo, en cambio, dormía aquel muchacho a quien dijo: ¡Levántate!, e inmediatamente resucitó. Nadie despierta tan fácilmente en el lecho, como Cristo en el sepulcro.

Nuestro Señor Jesucristo quería que se entendiera también espiritualmente lo que hacía corporalmente. Pues no acudía al milagro por el milagro, sino para que lo que hacía fuese admirable para los testigos presenciales y verdadero para los hombres intelectuales.

Pasa lo mismo con el que, no sabiendo leer, contempla el texto de un códice maravillosamente escrito: pondera ciertamente la habilidad del copista y admira la delicadeza de los trazos, pero ignora su significado, no capta el sentido de aquellos rasgos: es un ciego mental de buen criterio visual. Otro, en cambio, encomia la obra de arte y capta su sentido: éste no sólo puede ver, lo que es común a todos, sino que, además, puede leer, cosa que no es capaz de hacer quien no aprendió a leer. Así ocurrió con los que vieron los milagros de Cristo sin comprender su significado, sin intuir lo que en cierto modo insinuaban a los espíritus inteligentes: se admiraron simplemente del hecho en sí; otros, por el contrario, admiraron los hechos y comprendieron su significado. Como éstos debemos ser nosotros en la escuela de Cristo.

San Fulgencio de Ruspe
Sermón: Yo te lo ordeno, levántate
«Acercándose Jesús al ataúd, lo tocó» (Lc 7,14)
Sermón, El perdón de los pecados: CCL 91A, 693

«En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de última trompeta, porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados». Al decir «nosotros», enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de la transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se asemejan a él y a sus compañeros por la comunión con la Iglesia y por una conducta recta. Nos insinúa también el modo de esta transformación cuando dice: «Esto corruptible tiene que revestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse e inmortalidad» ( 1Co 15,52-53). Pero a esta transformación, objeto de una justa retribución, debe preceder antes otra transformación, que es puro don gratuito.

La retribución de la transformación futura se promete a los que en la vida presente realicen la transformación del mal al bien.

La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta, inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en efecto, el objetivo al que tienden, primero, la gracia de la justificación y, después, la transformación gloriosa.

En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es la iluminación destinada a la conversión; por ella, pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la justicia, de la incredulidad a la fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los que así obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el Apocalipsis: «Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección, sobre ellos la segunda muerte no tiene poder» (20,6). Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición gloriosa.

San Ambrosio de Milán, Obispo
Tratado (05-06-2004): La misericordia divina se inclina hacia nosotros
Resurrección en Naím (Lc 7, 11-17)
Sobre el evangelio de Lucas, Libro V, nn. 89-92

Y como llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre; y ésta era viuda; y estaba con ella mucha gente de la ciudad. Y viéndola el Señor, se movió a compasión, y dijo: No llores. Y llegándose al féretro lo tocó.

Este pasaje también es rico en un doble provecho; creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único, viuda, sin embargo, a quien la multitud del duelo restituye el mérito de la maternidad; por otra parte, esta viuda, rodeada por una multitud de pueblo, nos parece algo más que una mujer: ella ha obtenido por sus lágrimas la resurrección del adolescente, su hijo único; es que la Iglesia santa llama a la vida desde el cortejo fúnebre y desde las extremidades del sepulcro al pueblo más joven, en vista de sus lágrimas; está prohibido llorar a quien está reservada la resurrección.

Este muerto era llevado al sepulcro en un féretro por los cuatro elementos de la materia; pero tenía la esperanza de la resurrección, ya que era llevado sobre el leño, el cual, aunque antes no nos aprovechaba, sin embargo, después que Jesús le tocó, comenzó a procurarnos la vida; esto era un signo de que la salvación se extendería en el pueblo por el patíbulo de la cruz. Habiendo oído la palabra de Dios, los lúgubres portadores de este duelo se detuvieron; ellos arrastran el cuerpo humano en el despojo mortal de su naturaleza humana. ¿Qué otra cosa es, sino que yacemos sin vida, como en un féretro, instrumento de los últimos obsequios, cuando el fuego de una pasión sin medida nos consume, o el frío humor nos invade, o una cierta indolencia habitual del cuerpo humano debilita el vigor del alma, o que nuestro espíritu, vacío de la pura luz, alimenta nuestra inteligencia con el pecado? Tales son los portadores de nuestros funerales.

Más, aunque los últimos síntomas de la muerte hayan hecho desaparecer toda esperanza de vida y que los cuerpos de los difuntos estén próximos al sepulcro, sin embargo, a la palabra de Dios, los cadáveres, dispuestos a perecer, resucitan, vuelve la voz, se entrega el hijo a la madre, se llama de la tumba, se arranca del sepulcro. ¿Cuál es esta tumba, la tuya, sino las malas costumbres? Tu tumba es la falta de fe; tu sepulcro es esta garganta —pues su garganta es un sepulcro abierto (Sal 5, 11)— que profiere palabras de muerte.

Este es el sepulcro del que Cristo te libra; resucitarás de esa tumba si escuchas la palabra de Dios.

Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por ti la madre Iglesia, que interviene por cada uno de sus hijos como una madre viuda por sus hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento espiritual que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas; pues también existen entrañas espirituales; Pablo las tenía, al decir: Sí, hermano; reciba yo de ti gozo en el Señor; alivia mis entrañas en Cristo (Flm 20). Somos nosotros las entrañas de la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, hechos de su carne y de sus huesos. Que llore, pues, la piadosa madre, y que la multitud la asista; que no sólo la multitud, sino una multitud numerosa compadezca a la buena madre. Entonces tú te levantarás del sepulcro; los ministros de tus funerales, se detendrán, y comenzarás a pronunciar palabras de vida; todos temerán, pues, por el ejemplo de uno solo, serán muchos corregidos; y, más aún, alabarán a Dios, que nos ha concedido tales remedios para evitar la muerte.

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LUCAS 17,1-6

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (17,1-6):

1 Después dijo a sus discípulos: «Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona!

2 Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.

3 Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.

LUCAS 17.3

4 Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo».

5 Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».

6 El respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», ella les obedecería.

LUCAS 17.6

Asterio de Amasea (?- hacia 410), obispo, Homilía 13; PG 40, 355s
«Si tu hermano te ofende… lo perdonarás»

Vosotros que sois duros e incapaces de suavidad, aprended de la bondad de vuestro Creador y no seáis, para vuestros compañeros de servicio, jueces y árbitros amargos, esperando que venga el que va a desvelar los recovecos del corazón y él mismo, el amo todopoderoso, señalará a cada uno su lugar en la otra vida. No juzguéis severamente para que no seáis juzgados de la misma forma y traspasados por las palabras de vuestra propia boca como si fueran dientes agudos. Porque es contra esta clase de mal que parece nos quiere poner en guardia esta palabra del Evangelio: «No juzguéis y no seréis juzgados» (Lc 6,37). Al decir esto no quiere expulsar ni el discernimiento ni la sabiduría; lo que él llama juicio, es una condenación demasiado severa. Aligera, pues, tanto como te sea posible, el peso de tu medida si quieres que tus actos no pesen demasiado en la balanza cuando nuestra vida será pesada, como sobre una balanza, en el juicio de Dios… No rechaces ser misericordioso a fin que no seas tú excluido del perdón cuando tengas necesidad de él.

SI UNA ESPINA ME HIERE… (Poema sobre el perdón)

¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
…pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina,
hacia más puro ambiente de amor y caridad.

¿Rencores? ¡De qué sirven! ¡Qué logran los rencores!
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,

se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer, vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!

Amado Nervo

Beato Charles de Foucauld (1858-1916),
ermitaño y misionero en el Sahara, Carta del 15-07-1916
“Perdónale”

El amor consiste no en sentir que se ama, sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en un tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor: hay que llorar como san Pedro, arrepentirse como san Pedro, humillarse como él, como él decir también tres veces: “Yo os amo, os amo, vos sabéis que a pesar de mis debilidades y pecados, os amo” (Jn 21,15s).

En cuanto al amor que Jesús nos tiene, nos lo ha probado suficientemente como para que creamos en él sin sentirlo: sentir que le amamos y que nos ama, sería el cielo; el cielo no es, salvo raros momentos y raras excepciones, para aquí abajo.

Recordemos con frecuencia la doble historia de las gracias que Dios nos hizo personalmente desde nuestro nacimiento y el de nuestras infidelidades; encontraremos… allí el motivo para perdernos en una confianza ilimitada en su amor. Nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos buenos; ¿Acaso las madres no aman a sus hijos descarriados? Así encontraremos cómo profundizar en la humildad y la desconfianza en nosotros mismos. Procuremos redimir un poco nuestros pecados por el amor al prójimo, por el bien hecho al prójimo. La caridad hacia el prójimo, los esfuerzos por hacer el bien a otros son un remedio excelente que hay que utilizar ante las tentaciones: es pasar de la simple defensa al contraataque.

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MATEO 23,13-22

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (23,13-22): facebook pq

13 «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran.

14 [¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones! Por eso serán juzgados con más severidad.]

15 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!

16 ¡Ay de ustedes, guías, ciegos, que dicen: “Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que vale”!

17 ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro?

18 Ustedes dicen también: “Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar”.

19 ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda?

20 Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él.

21 Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita.

22 Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.

MATEO 23.20

Santa Catalina de Gênes, mística
Escritos: El libre arbitrio
Dios llama a nuestra libertad

Dios incita al hombre a que se levante del pecado… Cuanto más pronto el hombre reconoce su miseria, más pronto también se humilla y se abandona a Dios conociendo que es a Dios a quien pertenece hacer en él esta obra de conversión. Poco a poco, por las inspiraciones que Dios le manda, toma conciencia de ello, y viendo la obra y la ganancia que saca de ello, se dice a sí mismo: Verdaderamente, parece que Dios no tiene otra cosa que hacer que ocuparse de mí. ¡Cuán suaves y llenas de amor son las obras de Dios en nosotros!…

Servir a Dios en esta vida es, verdaderamente, reinar. Cuando Dios libera al hombre del pecado que le esclaviza, le saca de toda esclavitud y lo establece en la verdadera libertad. De no ser así, el hombre va siempre de deseo en deseo sin jamás pacificarse; cuanto más tiene más quisiera tener; buscando satisfacerse, nunca está contento. En efecto, cualquiera que tiene un deseo está poseído por él; se vende a la cosa que ama; buscando su libertad, siguiendo a sus apetitos ofendiendo a Dios, se hace esclavo de ellos para siempre.

Considera, pues, la fuerza y el poder de nuestro libre arbitrio que encierra en sí dos cosas opuestas y tan contrarias la una de la otra: la vida o la muerte eternas. Si no quieres, no puedes ser violentado por ninguna criatura; por esto, mientras esté en tu poder, reflexiona bien y vigila lo que haces.

Regla del Maestro
Regla monástica del s. VI. Prólogo, 1-14.
La encrucijada en nuestro corazón

Oh hombre, tú el primero que has leído en voz alta, que a continuación has escuchado, deja ahora tus otros pensamientos; sepas que si yo te hablo, es Dios quien te advierte por mi boca. A él, al Señor Dios, debemos ir por propio gusto, por nuestras buenas acciones y nuestras intenciones derechas, por miedo a que, en razón de nuestra negligencia pecadora no seamos a pesar de ser llamados a comparecer, ser llevados a la muerte… Pues el tiempo que vivimos todavía, lo vivimos como un indulto, sin embargo la bondad de Dios espera cada día que nosotros nos enmendemos, ella nos quiere mejores hoy que no como estuvimos ayer.

Tú por tanto que me escuchas, presta atención, de suerte que mis palabras…, caminado por el examen del espíritu, lleguen a la encrucijada de tu corazón. A ésta encrucijada….deja atrás de ti una de las vías, esa ignorancia pecadora y entra al momento en las dos vías de observación de los preceptos que se abren delante de ti. Y mientras que nosotros buscamos ir a Dios lleguemos en la encrucijada de nuestro corazón y examinemos las dos vías de conocimiento que vemos delante nuestro. Examinemos por cuál de estas dos vías podemos venir a Dios (Mt 7,13- 14). Si continuamos a la izquierda, tenemos miedo -pues la vía es larga– no sea que este lleve a la perdición. Si nos dirigimos a la derecha, estamos sobre camino bueno, pues la vía es estrecha, y es la que lleva a los servidores diligentes a su verdadero Señor.

Doroteo de Gaza, monje
Obras: Dios nos llama incesantemente a la conversión
Instrucciones, I, § 8-9 : SC 92

Dios, por su bondad, no abandonó a la creatura y, como lo he repetido tantas veces, se volvió hacia ella y lo llamó nuevamente: «Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Es decir: “Estáis fatigados, no sois felices. Habéis experimentado el daño que produjo vuestra desobediencia. Ahora convertíos; reconoced vuestra impotencia y vuestra confusión para alcanzar la paz y la gloria. Ahora vivid por la humildad ya que habéis muerto por el orgullo”…

¡Oh, hermanos míos, qué no ha hecho el orgullo! y ¡qué poder posee la humildad! ¿Había necesidad de tantas idas y venidas? Si desde el principio el hombre hubiese sido humilde y obedecido a los mandamientos, no hubiese caído. Y después de su falta Dios le volvió a dar una ocasión para arrepentirse y así alcanzar misericordia. Pero el hombre mantuvo la cabeza erguida. En efecto, Dios se acercó para decirle: «¿Dónde estás, Adán?» (Gn 3, 9) es decir: “¿De qué gloria has caído? ¿En qué miseria?”. Y después le preguntó: “¿Por qué has pecado? ¿Por qué has desobedecido?”, y buscando con ello que el hombre le dijera: “¡Perdóname!”… Pero, ¿dónde está ese “perdóname”? No hubo ni humillación, ni arrepentimientos sino todo lo contrario. El hombre le respondió: «La mujer que Tú me has dado me engañó» (Gn 3, 12). No dijo: “mi mujer”, sino: “La mujer que Tú me has dado”, como si dijera: “la carga que Tú me has puesto sobre mi cabeza”.

Así es, hermanos, cuando el hombre no acostumbra a echarse la culpa a sí mismo, no teme ni siquiera acusar al mismo Dios. Entonces Dios se dirigió a la mujer y le dijo: «¿Por qué no has guardado lo que te había mandado?», como queriendo decirle: “Al menos tú di ¡perdóname!, y así tu alma se humille y alcance misericordia”. Pero tampoco recibió el “perdóname”. La mujer por su parte le respondió: «La serpiente me ha engañado» (Gn 3, 13), como queriendo decir: “Si él ha pecado ¿por qué voy a ser yo la culpable?”…

¡Qué hacen, desdichados! ¡Al menos pidan disculpa! Reconozcan su pecado. ¡Tengan compasión de su desnudez! Pero ninguno de los dos se quiso acusar, y ni uno ni otro mostró el menor signo de humildad.

ORGULLO HUMILDAD

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