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MARCOS 12, 18-27

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (12, 18-27): facebook pq

18 Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caos:

19 «Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: «Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda».

20 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.

21 El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero;

22 y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer.

23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?».

24 Jesús les dijo: «¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios?

25 Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo.

26 Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

27 El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error».

MARCOS 12.27

San Justino, filósofo y mártir
Tratado sobre la resurrección
2.4.7-9
«Los muertos resucitan» (Mc 12,26)

Los que están en el error dicen que no hay resurrección de la carne, que es imposible que ésta, después de ser destruida y reducida a polvo, encuentre de nuevo su integridad. Según ellos la resurrección de la carne no sólo sería imposible, sino perjudicial: censuran la carne, critican sus defectos, la hacen responsable de los pecados; dicen que si esta carne ha de resucitar, también resucitarán sus defectos… Pero el Salvador dice: «Los que resucitan, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como los ángeles del cielo». Ahora bien, ellos dicen que los ángeles no tienen carne, ni comen, ni se unen. Así pues, dicen ellos, no habrá resurrección de la carne…

¡Cuán ciegos son los ojos del entendimiento solo! Porque no han visto en la tierra «que los ciegos ven, que los cojos andan» (Mt 11,5) gracias a la palabra del Salvador…, para que creamos que en la resurrección, la carne resucitará completa. Si en esta tierra él curó las enfermedades de la carne y devolvió al cuerpo su integridad, cuánto más lo hará en el momento de la resurrección a fin de que la carne resucite sin defecto, íntegramente… Me parece que esa gente ignora el conjunto de la acción divina en los orígenes de la creación, en la formación del hombre; ignoran porque han sido hechas las cosas terrestres.

El Verbo dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26)… Es evidente que el hombre, modelado a imagen de Dios, sea de carne. Así que ¡qué absurdo pretender menospreciar, sin ningún mérito, a la carne modelada por Dios según su propia imagen! Que la carne sea preciosa a los ojos de Dios, es evidente por ser su obra. Y porque en ella se encuentra el principio de su proyecto para el resto de la creación, es por lo que ella es lo más precioso a los ojos del creador.

Joseph Ratzinger (Benedicto XVI
Mitarbeiter der Warhrheit
«No es Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,27)

El cristianismo no promete tan sólo la salvación del alma, en un más allá cualquiera donde todos los valores y las cosas preciosas de este mundo desaparecerán como si se tratara de una escena que se hubiera construido en otro tiempo y que desaparece desde aquel momento. El cristianismo promete la eternidad de todo lo que se ha realizado en la tierra.

Dios conoce y ama a este hombre total que somos actualmente. Es, pues, inmortal lo que crece y se desarrolla en nuestra vida ya desde ahora. Es en nuestro cuerpo que sufrimos y que amamos, que esperamos, que experimentamos el gozo y la tristeza, que progresamos a lo largo del tiempo. Todo lo que se desarrolla así en nuestra vida de ahora, es lo que es imperecedero. Es pues, imperecedero lo que hemos llegado a ser en nuestro cuerpo, lo que ha crecido y madurado en el corazón de nuestra vida, unido a las cosas de este mundo. Es «el hombre total» tal cual está situado en este mundo, tal cual ha vivido y sufrido, el que un día será llevado a la eternidad de Dios y tendrá parte en Dios mismo, por la eternidad. Es esto lo que debe llenarnos de un gozo profundo.

MARCOS 12, 1-12

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (12, 1-12): facebook pq

1 Jesús se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lugar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

2 A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía.

3 Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías.

4 De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes.

5 Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros.

6 Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: “Respetarán a mi hijo”.

7 Pero los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra”.

8 Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros.

10 ¿No han leído este pasaje de la Escritura: “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:

MARCOS 12.10

11 esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”?».

12 Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.

San Juan Crisóstomo (v. 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 11ª sobre la 2ª carta a los Corintios
«Todavía le quedaba alguien: su hijo muy amado»

«Cristo nos confió el ministerio de la reconciliación» (2Co 5,18). Pablo destaca la grandeza de los apóstoles mostrándonos qué ministerio les ha sido confiado, al mismo tiempo que manifiesta el amor con que Dios nos amó. Después de que los hombres se hubieran negado a escuchar al que les había enviado, Dios no hizo estallar su cólera, no les rechazó. Sino que persiste en llamarlos por sí mismo y por los apóstoles… «Dios puso en nuestra boca la palabra de la reconciliación « (v. 19).
Venimos pues, no para una obra penosa, sino para hacer a todos los hombres amigos de Dios. Ya que no escucharon, nos dice el Señor, continúa exhortándolos hasta que alcancen la fe. Por eso Pablo añade: «Somos embajadores Cristo; es Dios mismo quien os llama por nuestro medio. Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios «…
¿Qué podríamos comparar con un amor tan grande? Después de que hemos pagado sus bienes con ultrajes, lejos de castigarnos, nos dio a su Hijo para reconciliarnos con él. Entonces, lejos de querer reconciliarse, los hombres lo mataron. Dios envió a otros embajadores para exhortarlos y, después de eso, él mismo se hace súplica por ellos. Siempre nos pedía: «Reconciliaos con Dios». No dice: «Que se reconcilie Dios con vosotros». No es él quien nos rechaza; somos nosotros los que nos negamos a ser sus amigos. ¿Acaso Dios puede anidar un sentimiento de odio?

MARCOS 12.6

San Basilio (c 330-379), monje y obispo de Cesarea en Capadocia, doctor de la Iglesia. Grandes Reglas monásticas, § 2
«Todavía le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado»

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien…
La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa.
Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.

Gunther Schiwy, «Iniciación al Nuevo Testamento», Ed. Sígueme, España, 1.969

Al rechazar los dirigentes del judaismo a su mesías, se condenaron a sí mismos, y a su propio pueblo: ellos los malos viñadores. La parábola (cf. Mt 13, 24A) está penetrada de rasgos particulares que piden interpretación alegórica. Se habla sin duda de un gran terrateniente (cf. 13, 24B), que por añadidura vive en el extranjero. El vallado (aquí positivamente; más negativamente en Ef. 2,14) sirve para proteger contra las alimañas salvajes «cazadnos las raposas… que desvastan la viña; nuestra vida está en flor» (Cant 2, 15) y contra ladrones: «Donde falta una tapia, se esquilma la viña» (Ecli 36, 27). El lagar posibilita pisar la uva en el propio terreno; la torre se destina a vigilar contra bandas de ladrones y, a par, para alojamiento de los renteros durante la vendimia. A quien simbolizara la viña, era cosa evidente para todos los oyentes, pues en realidad Jesús se apoya claramente en un famoso texto de Isaías:

«Cantaré a mi amigo la canción de su amor por su viña. Adquirió mi amigo una viña en un collado fértil. La cavó, la despedregó y la plantó de cepas escogidas, y edificó una torre en medio de ella, y construyó en ella un lagar, y esperó hasta que diese uvas, y dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros, ¿oh varones de Judá!, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué es lo que debí hacer, y que no haya hecho por mi viña? ¿Por qué esperé que llevase uva y ella dió agraces?. Pues ahora os diré claramente lo que voy ahacer con mi viña; le quitaré su cerca, y será talada; derribaré su tapia, y será hollada. Y la dejaré que se convierta en un erial; no será podada ni cavada, y crecerán en ella zarzas y espinas, y mandaré a las nubes que no lluevan gotas sobre ella. La viña del señor de los ejercitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá, su plantel delicioso, y me prometí de ellos justicia y no veo más que sangre; equidad, y no oigo sino gritos de espanto» (Is 5, 1-7).

La parábola de Jesús narra en que se pone sobre todo de manifiesto la maldad del pueblo escogido. -Evidentemente aquí se alude a la persecución de los criados de Dios, los profetas (cf. Mt 21, 34-36). -La narración pierde ahora verosimilitud en gracia de la verdad religiosa, pues no hay nadie en el mundo que obre así. Efectivamente, con paciencia humanamente incomprensible el amo envía ahora a su hijo, pudiérase decir que francamente lo «sacrifica». Así habló Dios un día a Abrahám: «Toma a Isaac, tu hijo único, a quien amas, y ve al país de Moriyá, y allí me lo ofrecerás en holocausto sobre uno de los montes que yo te mostraré» (Gén 22,2). -Pero los viñadores no saben de respeto de ningún género, quieren demostrar al dueño con la mayor claridad posible que no están dispuestos a reconocerle sus derechos y hasta que quieren heredarle a la fuerza (cf. Lc 12, 13). No enterrar a uno, era la mayor ignominia que se le podía infligir: «Mas tú has sido arrojado sin sepulcro, como carroña abominable» (Is 14,19).

MARCOS 11,27-33

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (11,27-33): facebook pq

27 Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él

28 y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?».

29 Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas.

30 Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?».

31 Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: «Del cielo», él nos dirá: «¿Por qué no creyeron en él»?.

32 ¿Diremos entonces: «De los hombres»?». Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta,

33 respondieron a Jesús: «No sabemos». Y él les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».

MARCOS 11.28

San Hilario (v. 315-367), Obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia.
La Trinidad, VII, 26-27
«¿Con qué autoridad haces esto?»

El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo (Jn 5,19)….Sí, el Hijo realiza las obras del Padre; es por esto por lo que Él nos pide que creamos que es el Hijo de Dios. Él no se arroga ningún título que no le haya sido dado; ni en sus propias obras se apoya su reivindicación. No! Él da testimonio de que no son sus obras sino las de su Padre. Y Él atestigua también que el resplandor de sus obras le viene de su origen divino. Pero ¿cómo los hombres podrán reconocer en Él al Hijo de Dios, en el misterio de este cuerpo que ha asumido, en este hombre nacido de María? Esto es para hacer penetrar en sus corazones la fe en que es el Señor quien lleva a cabo todas estas obras: «si hago las obras de mi Padre, aunque no me creáis a mí, creed a las obras» (Jn 10,38). Si la humildad de su cuerpo es un obstáculo para creer en su palabra, Él nos pide que creamos en sus obras. En efecto, ¿por qué el misterio de su nacimiento humano nos impide percibir su origen divino?… «si no queréis creer en mí, creed en mis obras para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre»…
Tal cual es la naturaleza que Él posee por su origen; tal cual es el misterio de una fe que nos garantiza la salvación: no hay que dividir a aquellos que son uno, no hay que privar al Hijo de su naturaleza y proclamar la verdad del Dios vivo nacido de Dios vivo… «Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre» (Jn 6,57). «Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5,26).

San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia
Discurso contra los arrianos, 2, 78-79 (trad. breviario martes 6ª semana. rev.)
“¿Quién te ha dado esta autoridad?”

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo -dice en efecto el salmo– lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.
Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo –posee también al Padre, dice la Escritura– y El que me recibe, recibe al que me ha enviado (Mt 10,40)…
Mas, como, en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.
Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas… se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan (1,14), y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17,3).
De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.

MARCOS 11,11-26

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (11,11-26): facebook pq

11 Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.

Betania

12 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre.

13 Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos.

14 Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron.

15 Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas,

16 y prohibió que transportaran cargas por el Templo.

17 Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».

Expulsión de los mercaderes del templo - EL GRECO

Expulsión de los mercaderes del templo – EL GRECO

18 Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza.

19 Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.

20 A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz.

21 Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado».

22 Jesús respondió: «Tengan fe en Dios.

MARCOS 11.22

23 Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: «Retírate de ahí y arrójate al mar», sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá.

MARCOS 11.23

24 Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán.

MARCOS 11.24

25 Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas».

26 (Pero si no perdonan, tampoco el Padre que está en el cielo los perdonará a ustedes)

RENCOR

San Cirilo de Jerusalén (313-350 ), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia Catequesis bautismales, nº 5
“Tened fe en Dios”

Es una gran suerte, dice la Escritura, encontrar a un hombre que tiene fe (Pr 20,6). No te digo esto para incitarte a abrirme tu corazón, sino para que muestres a Dios el candor de tu fe, a ese Dios que escruta los corazones y conoce los pensamientos de los hombres (Sl 7,10; 93,11). Sí, es una gran cosa un hombre que tiene fe; es más rico que todos los ricos. En efecto, el creyente posee todas las riquezas del universo, puesto que las desprecia y las pone debajo de sus pies. Porque, aunque los que son ricos poseen un montón de cosas en el plano material, ¡qué pobres son espiritualmente! Cuanto más tienen, más se consumen por el deseo de lo que les falta. Por el contrario, y está ahí el colmo de la paradoja, el hombre que tiene fe es rico en el seno mismo de la pobreza, porque sabe que no tiene más necesidades que el comer y el vestir; con ello está contento y pone las riquezas bajo sus pies. Y no es tan sólo nosotros, los que llevamos el nombre de Cristo, que vivimos un proceso de fe. Todos los hombres, incluso los que están alejados de la Iglesia, viven un proceso semejante. Es por una fe en el porvenir que, gente que no se conocen perfectamente, se contratan en matrimonio; la agricultura se fundamenta sobre la confianza en que los trabajos realizados van a dar fruto; los marineros ponen su confianza en un delicado esquife de madera… También la mayoría de las empresas humanas se basan sobre un proceso de confianza; todo el mundo cree en estos principios. Pero hoy las Escrituras os llaman a la verdadera fe y os trazan el verdadero camino que complace a Dios. Es esta fe que, en el libro de Daniel, ha cerrado la boca a los leones (Dn 6,23). Es por “el escudo de la fe, por donde se apagarán las flechas incendiarias del malo” (Ef 6,16)… La fe sostiene a los hombres haciéndoles, incluso, caminar sobre el mar (Mt 14,29). Algunos, como el paralítico, han sido salvados por la fe de los demás (Mt 9,2); la fe de las hermanas de Lázaro ha sido tan fuerte que consiguió hacerle salir de la muerte (jn 11)… La fe dada gratuitamente por el Espíritu Santo sobrepasa todas las fuerzas humanas. Gracias a ella se puede decir a esta montaña: “Trasládate a otra parte” y se trasladará (Mt 17,20).

MARCOS 11.22

Juan Taulero (hacia 1300-1361), dominico
Sermón 46
«La Escritura dice: Mi casa se llama casa de oración para todos los
pueblos. Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos»

El Señor entró en el Templo y se puso a echar fuera a todos los que compraban y vendían, diciendo: «Mi casa se llama casa de oración. Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos». ¿Cuál es ese templo convertido en cueva de bandidos? Es el alma y el cuerpo del hombre, que son más realmente el templo de Dios que todos los templos edificados (1C 3,1; 6,19).
Cuando Nuestro Señor quiere llegarse a este último templo, lo encuentra cambiado en un escondite de bandidos y en un bazar de comerciantes. ¿Qué es un comerciante? Son los que dan lo que tienen –a su libre arbitrio-a cambio de lo que no tienen –las cosas de este mundo. ¡El mundo entero está lleno de esa clase de comerciantes! Los encontramos entre los presbíteros y los laicos, entre los religiosos, los monjes y las monjas… Tanta gente llena de su propia voluntad…; tanta gente que buscan en todo su propio interés. Si, por el contrario, tan sólo quisieran comerciar con Dios dándole su propia voluntad, ¡qué comercio tan dichoso no harían!
El hombre debe querer, debe perseguir, debe buscar a Dios en todo lo que hace; y cuando ha hecho todo eso –beber, dormir, comer, hablar, escuchar- que deje completamente las imágenes de las cosas y obre de manera que su templo quede totalmente vacío. Una vez el templo esté vacío, una vez que habrás echado fuera toda la tropa de vendedores, las imaginaciones que le estorban, entonces podrás ser una casa de Dios (Ef 2,19). Y así encontrarás la paz y el gozo de tu corazón, y ya nada te atormentará, nada de lo que ahora te inquieta, te deprime y te hace sufrir.

San Jerónimo (347-420), presbítero, traductor de la Biblia, Doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio de San Marcos, n° 9
« No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre»

«Jesús entró en el Templo y empezó a expulsar a los que vendían y compraban«.Ciertamente enterados de la resurrección de Lázaro están estupefactos de que el hijo de una viuda haya resucitado, otros se impresionan por otros milagros. Sin duda, es admirable devolver a la vida un cuerpo muerto. Por mi parte, estoy más impresionado por este hecho: este hombre, hijo de carpintero, un pobre sin morada, sin lugar donde reposar, desarmado, ni líder ni juez ¿qué autoridad tiene….para enfrentarse él sólo a una multitud? Nadie ha protestado, nadie ha osado poner resistencia, ninguna persona ha osado oponerse al Hijo que repara la injuria hecha a su Padre…
«Empezó a expulsar a aquellos que vendían y compraban dentro del Templo» si esto ha sido posible en casa de los judíos, ¿por qué no puede ser con más razón en nuestra propia casa? Si esto acontece dentro del marco de la Ley ¿por qué no puede ocurrir con más motivo en el marco del Evangelio? … Cristo, pobre, expulsa a vendedores y compradores que son ricos. Aquellos que venden son expulsados igual que los que compran. Que nadie diga: «Yo regalo todo lo que tengo, yo hago limosna a los pobres como Dios manda».En un pasaje de San Mateo leemos esto: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8). La gracia de Dios no se vende, se da.

MARCOS 11.24

San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la biblia, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el evangelio de Marcos, nº VIII. Mc 11, 11-14; SC 494
Todavía no es tiempo de higos

«No era tiempo de higos». El apóstol interpreta este pasaje en la carta a los Romanos: «No quiero que ignoréis, hermanos, que el endurecimiento vino a una parte de Israel, hasta que entrase la plenitud de las naciones. Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel será salvo».Si el Señor hubiera encontrado frutos en esa higuera, no hubiera entrado primero la plenitud de las naciones. Pero como entró esta plenitud de las naciones, todo Israel se salvará al final… Después, también Juan en su Apocalipsis dice: de la tribu de Judá habrá doce mil creyentes, de la tribu de Rubén doce mil creyentes, y del mismo modo habla de las restantes tribus; suman en total ciento cuarenta y cuatro mil todos los creyentes…
Si Israel hubiese creído, nuestro Señor no hubiese sido crucificado, y si nuestro Señor no hubiese sido crucificado, la multitud de los gentiles no se hubiese salvado. Creerán los judíos, por tanto, pero creerán al fin del mundo. No era tiempo para que creyeran en la cruz…Su infidelidad es nuestra fe, su ruina nuestra elevación. No era el tiempo de ellos, para que fuera nuestro tiempo.

LA HORA DE UN SANTO – ALFONSO NIETO

Sin embargo, el ‘instante’ de Dios no necesariamente coincide con el ‘instante’ humano. Puede servir de muestra la historia de una higuera que cuenta el Evangelio. Los higos suelen llegar con el comienzo del otoño, mas el Señor del Tiempo pide a la higuera su fruto fuera de época. «No era tiempo de higos; pero Nuestro Señor se acerca a tomarlos, sabiendo muy bien que en esa estación no los encontraría. Sin embargo, al comprobar la esterilidad del árbol con aquella apariencia de fecundidad, con aquella abundancia de hojas, ordena: nunca jamás coma ya nadie fruto de ti». Cuando Dios lo pide, siempre hay posibilidad de dar buen fruto, no sólo hojas bailando frívolamente al son de la brisa. Si la frivolidad tuviera escudo, podría incluir aquella higuera.

Jesús purifica el templo de Jerusalén
P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd

Hay edificios que sirven para identificar un país (las pirámides, la estatua de la libertad, la torre Eiffel, la gran muralla, el Taj Mahal, etc.). Para los israelitas, el templo de Jerusalén también era un signo de identidad, pero era mucho más que eso, ya que estaban convencidos de que era la verdadera morada de Dios, construido a imagen de su santuario del cielo, por lo que era considerado el verdadero centro del universo, el «ombligo del mundo», como recuerdan muchos textos antiguos: «Como el ombligo está puesto en el centro del cuerpo humano, así Israel es el centro del mundo, Jerusalén es el corazón de Israel, el santuario es el ombligo de Jerusalén, el lugar sagrado es el centro del santuario y su suelo es la piedra angular, porque sobre él fue fundado el universo».

El templo en la vida de Israel. Para los judíos, el templo era el símbolo de la unicidad de Dios (porque hay un solo Dios, hay también un solo templo, elegido por Él mismo como morada de su gloria). También testimoniaba la unidad del pueblo elegido (a partir de los doce años, todos los judíos tenían que pagar un impuesto al templo, independientemente de dónde vivieran, ya que solo allí se ofrecían los sacrificios por el pueblo, por todo el pueblo). Por último, era signo de identidad para Israel y de distinción frente a los extranjeros (que no podían entrar en él, bajo pena de muerte).

Los israelitas amaban el templo y peregrinaban a él siempre que podían, especialmente con ocasión de las grandes fiestas. Se conservan varios «salmos de ascensión», que se cantaban precisamente durante las peregrinaciones. El más famoso empieza así: «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!» (Sal 122 [121],1). Jesús también amó el templo y san Juan cita un salmo que habla de eso, precisamente para explicar la purificación del templo que Él realiza: «El celo de tu casa me devora» (Sal 69 [68],10; Jn 2,17).

El templo que conoció Jesús (levantado por Herodes) constaba de una gran explanada a cielo abierto, rodeada de pórticos y edificios administrativos (llamado «atrio de los gentiles»). Dentro se encontraba el edificio de culto propiamente dicho, con tres amplios atrios sucesivos: el de las mujeres, el de los varones y el de los sacerdotes, antes del lugar «santo», separado por una cortina del lugar «santísimo» o sancta sanctorum. En el interior se celebraba el culto, en el exterior se desarrollaba la vida social relacionada con la religión: enseñanza de los rabinos, adquisición de los animales para los sacrificios, cambio de las monedas ordinarias por las de curso en el templo… con un férreo control para que no se produjeran abusos.

Todo el mundo podía acceder a la explanada exterior (por eso era llamada atrio de los gentiles), pero al edificio solo podían entrar los de raza judía. En las puertas había carteles escritos en hebreo, griego y latín con la advertencia del peligro que se corría si no se respetaba la norma. (La detención de san Pablo, que lo terminó llevando encadenado a Roma, partió de la acusación de que había introducido incircuncisos en el templo, cf. Hch 21,27ss).

La mujeres judías solo podían acceder al primer recinto, pero no cuando estaban enfermas o cuando tenían el periodo (el contacto con la sangre las hacía «impuras»), ni cuando estaban embarazadas, hasta cuarenta días después de haber dado a luz, ni cuando moría alguien en su familia durante otros cuarenta días (ya que tenían que lavar el cadáver y eso también las hacía «impuras»). Los varones judíos podían acceder al segundo recinto, pero no los enfermos, los cojos, los ciegos o lisiados. Los sacerdotes podían entrar al tercer recinto, donde se «purificaban» lavándose y cambiándose de ropa antes de acceder al lugar santo para realizar su ministerio. Al lugar santísimo solo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año, el día del Yom Kipur (o de la gran expiación). Allí donde se encontraran, los judíos tenían la obligación de rezar tres veces al día mirando hacia el templo de Jerusalén (costumbre que conservan hasta el presente).

Jesús y el templo. Porque es el corazón de la religión judía y porque lo ama, Jesús acude al templo en distintas ocasiones, y enseña y realiza prodigios en sus atrios (Mt 21,14; Mc 14,49; Jn 18,20). Al mismo tiempo, se enfrenta a esta institución y a su significado. Tenemos el relato de la expulsión de los mercaderes en los cuatro Evangelios (en los sinópticos, al final; en Juan, al principio), con explícita referencia a la decisión tomada a partir de entonces, por las autoridades judías, de dar muerte a Jesús. De hecho, la acusación que se esgrime contra Jesús ante Caifás es que quería destruir el templo (Mt 26,61; Mc 14,58) y en la cruz se burlan de Jesús por el mismo motivo (Mt 27,40; Mc 15,29). Los Evangelios recuerdan una profecía de Jesús que hace referencia a la destrucción del templo (Mt 24,2; Mc 13,2; Lc 21,6; 19,44; cf. Jn 2,19). Los sinópticos anuncian que en la muerte de Jesús se rasgó el velo del templo (Mc 15,38 y par). El primer mártir cristiano fue acusado de anunciar que Jesús destruiría el templo (Hch 6,14). Por último, en la nueva Jerusalén no habrá templo (Ap 21,22). Como vemos, la asociación de Jesús con el templo y su destrucción está presente en todo el Nuevo Testamento.

Con toda claridad, Jesús se presentó como alguien «más grande que el templo» (Mt 12,6). El relato sobre la purificación del templo continúa con el anuncio de Jesús de que en tres días volverá a levantar el templo destruido. Juan dice al respecto: «Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús» (Jn 2,21-22).

La maldición de la higuera estéril. Antes de purificar el templo, Jesús maldice una higuera que no tiene fruto «porque no era tiempo de higos» (Mc 11,13). Esta especificación es importante. El gesto de Jesús podría parecer caprichoso, si no se lee en su contexto: es un gesto profético en relación con la purificación del templo, como los que realizaban los profetas. Por eso las narraciones de la higuera y del templo se mezclan.

En el Antiguo Testamento, Israel ha sido comparado muchas veces con un árbol, una higuera, una vid. Jesús mismo comparó a Israel con una higuera que pertenece a Dios. Durante varios años la cavó y abonó esperando que diera frutos (cf. Mt 13,6-8), «pero no encontró más que hojas» (Mc 11,13). Le ha dado muchas oportunidades, con infinita paciencia, pero este es el momento definitivo y ya no se puede prolongar la espera.

Al maldecir la higuera estéril en el contexto de la purificación del templo, se indica que el culto que en aquel se ofrecía era únicamente hojarasca inútil, porque no producía frutos de conversión. De hecho, la purificación del templo se coloca al interior de la narración de la maldición de la higuera: El árbol estéril es maldecido (Mc 11,12-14), el templo es purificado (Mc 11,15-19), los discípulos comprueban que la higuera se ha secado (Mc 11,20-21). Así se explica que con el templo sucede como con la higuera: se acerca su fin, porque no da fruto.

La purificación del templo. Para alcanzar la comunión con Dios, en el templo se realizaban sacrificios de animales, que eran ofrecidos sobre el altar, en parte allí quemados y en parte comidos por los oferentes (los que se quemaban totalmente como ofrenda a Dios eran llamados «holocaustos»). Los puestos en la explanada del templo ofrecían a los peregrinos el material para los sacrificios, ya que no podían caminar desde lugares lejanos con el animal de la ofrenda a cuestas. Además, estos animales debían cumplir con ciertas condiciones para ser admitidos: ser machos, de un año, sin defecto corporal… Los lugares de los cambistas servían para el pago de tributos y ofrendas, porque en el templo no se admitían monedas extranjeras, consideradas impuras, ya que llevaban imágenes de los dioses locales. Solo se admitían las propias, que no se usaban fuera de allí.

Jesucristo «volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían» (Mc 11,15). Tirando por el suelo las ofrendas, acaba con una manera de relacionarse con Dios. La justificación que Jesús da es que la casa de Dios ha de ser «casa de oración para todos los pueblos, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones» (Mc 11,17). En realidad, está uniendo dos textos distintos del Antiguo Testamento. Por un lado cita a Jeremías, que denuncia el culto separado de la vida y exige que el culto se corresponda con una existencia íntegra, afirmando: «No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: “Es el templo del Señor” […] ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: “Estamos salvos”, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto». (Jer 7,1-15)

Jeremías no llama ladrones (o mejor, bandidos) a los que venden, sino a los que acuden al templo a comerciar con Dios. Le ofrecen cosas sin comprometer la vida, esperando ser escuchados solo porque han ofrecido sus dones. Pero el profeta dice que Dios no quiere nuestras cosas, sino nuestros corazones. Citando este texto, Jesús explica que, al purificar el templo, no está corrigiendo los abusos de los vendedores, sino impidiendo el sistema cultual de Israel. No se enfrenta con un grupo de comerciantes, sino con una manera de relacionarse con Dios, al que le ofrecemos cosas para que Él nos dé lo que pedimos.

Por otro lado, Jesús cita a Isaías, que anuncia que, en los tiempos mesiánicos, Dios también aceptará el culto de los extranjeros y de las personas con defectos físicos, que hasta entonces no podían entrar en el templo, por ser considerados impuros: «El extranjero que se ha unido al Señor, no diga: “El Señor me excluirá de su pueblo”. No diga el eunuco: “Soy un árbol seco”. Porque esto dice el Señor: A los eunucos que guardan mis sábados, que eligen cumplir mi voluntad, […] a los extranjeros que se han unido al Señor, […] los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,3-7).

Estas citas del Antiguo Testamento, que usa Jesús, ayudan a entender el gesto de la purificación del templo. La ofrenda de sacrificios animales sirvió hasta entonces, porque era imagen del verdadero sacrificio del verdadero cordero; pero, una vez que este se manifiesta, aquellos ya no sirven. Dios ya no se encuentra en un lugar, sino en la persona de Jesús, que es el verdadero templo.

En la narración de san Juan (2,13-22), se cita un salmo que habla de los sufrimientos del justo a causa de su fidelidad a Dios: «Soy un extraño para mis hermanos, porque me devora el celo de tu casa» (Sal 69 [68],9-10). Pero, especialmente, se indica el cumplimiento de un oráculo de Zacarías, que anunció que, cuando se instaure el reino de Dios, no habrá distinción entre sagrado y profano, ya que todo estará consagrado al Señor, hasta las ollas de cocinar y los cascabeles de los caballos que se usan en los desplazamientos (Zac 14,20-21). La purificación del templo indica que ha llegado el tiempo en que el culto no será solo celebrar unos ritos determinados, en un lugar concreto y en unos días señalados, sino una vida ofrecida en consonancia con un culto «en espíritu y verdad» (Jn 4,23), en el que todos pueden participar. Santa Teresa de Jesús, sin conocer estos textos, decía a sus monjas que Dios está lo mismo en el templo, durante la oración, que en la habitación de una enferma, cuando se la atiende, que en la cocina, cuando se preparan los alimentos: «Hijas mías, no tengáis desconsuelo cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y exterior».

Lo que ahora prefigura Jesús con este gesto profético, se realizará plenamente con la destrucción del verdadero templo, que es su cuerpo. Es significativo que, en el momento de su muerte, «el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo» (Mt 27,51). San Pablo dice que el templo del Señor hoy ya no es un edificio de piedra, sino los mismos creyentes (1Cor 3,16-17; 6,19), a los que san Pedro llama «piedras vivas» (1Pe 2,4). En esta línea lo entendieron las autoridades judías, que se dieron cuenta de que Jesús no estaba simplemente atacando unos abusos, sino destruyendo todo su sistema cultual y religioso. Por eso, decidieron eliminarlo.

entrepucheros

MARCOS 9,14-29

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (9,14-29): facebook pq

14 Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas.

15 En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.

16 El les preguntó: «¿Sobre qué estaban discutiendo?».

17 Uno de ellos le dijo: «Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo.

18 Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron».

19 «Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo».

20 Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.

21 Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que está así?». «Desde la infancia, le respondió,

22 y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos».

23 «¡Si puedes…!», respondió Jesús. «Todo es posible para el que cree».

MARCOS 9.23

24 Inmediatamente el padre del niño exclamó: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe».

25 Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más».

26 El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: «Está muerto».

27 Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie.

28 Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?».

29 El les respondió: «Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración».

Creer MARCOS 9.24

Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara
Meditaciones sobre los Evangelios
“¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!”

La virtud que el Señor recompensa, la virtud que él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe la que recibe su aprobación y su alabanza… ¿Por qué?... Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la caridad le pasa delante), por lo memos la más importante, porque es el fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa…
Tener fe, verdadera fe que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada, como un juego de niños; la fe que da tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que hace verlo todo bajo otra luz distinta —a los hombres igual que a Dios—: ¡Dios mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que crea, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Nada llega por suerte o azar LOS PLANES DE DIOS

Juliana de Norwich (1342-después 1416), reclusa inglesa
Revelaciones de amor divino, cap. 11
«Acude en ayuda de mi poca fe»

Lo vi de verdad: Dios hace todas las cosas, por muy pequeñas que sean. Nada llega por suerte o azar, sino que todo es ordenado por la sabiduría previsora de Dios. Si el hombre ve en lo que ocurre la casualidad o el azar, es a causa de nuestra ceguera o vista corta. Estas cosas que Dios, en su sabiduría, previó de toda eternidad y que conduce sin cesar perfectamente y gloriosamente hasta su mejor fin, nos sobrevienen de improviso, y decimos en nuestra ceguera o con nuestra corta vista que es cosa del azar o accidente.
Pero no es así a los ojos de Dios. Debemos pues reconocer que todo lo que fue hecho está bien hecho, ya que es Dios quien lo hace todo… Más tarde, Dios me mostró el pecado en su desnudez, así como el modo en el que reparte su misericordia y su gracia…
Perfectamente vi que Dios jamás cambia sus intenciones sean las que sean y que jamás las cambiará en toda la eternidad. Hay sólo, en su disposición perfecta de las cosas, conozca toda eternidad… No falta nada en esta disposición perfecta, porque lo creó todo en la plenitud de su bondad. Por eso la santa Trinidad santa está siempre plenamente satisfecha de sus obras. Dios me lo mostró para mi felicidad: «¡Mira, soy Dios, mira! Estoy en todas las cosas. ¡Mira! ¡Lo he hecho todo! ¡Mira! Jamás retiro mi mano de mis obras, y jamás la retiraré por los siglos de los siglos. ¡Mira! Conduzco todas las cosas al fin que les asigné desde toda eternidad, con la misma fuerza, la misma sabiduría, el mismo amor que cuando te creé. ¿Qué podría convertirse en mal?

JUAN 20, 19-23

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (20, 19-23): facebook pq

19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».

JUAN 20.19

20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

21 Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

JUAN 20.21

22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo.

23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

JUAN 20.22

LA NUEVA CREACIÓN EN CRISTO
San Agustín, Sermón 8, En la octava de Pascua, 1, 4

Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la Madre, retoño santo, muchedumbre renovada, flor de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.

Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol: Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos, para que os revistáis de la vida que se os ha comunicado en el sacramento. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.

En esto consiste la fuerza del sacramento: en que es el sacramento de la vida nueva, que empieza ahora con la remisión de todos los pecados pasados y que llegara a su plenitud con la resurrección de los muertos. Por el bautismo fuisteis sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos, así también andéis vosotros en una vida nueva. Pues ahora, mientras vivís en vuestro cuerpo mortal, desterrados lejos del Señor, camináis por la fe; pero tenéis un camino seguro que es Cristo Jesús en cuanto hombre, el cual es al mismo tiempo el término al que tendéis, quien por nosotros ha querido hacerse hombre. Él ha reservado una inmensa dulzura para los que le temen y la manifestará y dará con toda plenitud a los que esperan en él, una vez que hayamos recibido la realidad de lo que ahora poseemos sólo en esperanza.

Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento: y hoy se completa en vosotros el sello de la fe, que entre los antiguos padres se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del nacimiento carnal.

Por eso mismo, el Señor al despojarse con su resurrección de la carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo, que es el tercer día después de su pasión y el octavo contado a partir del sábado; y, al mismo tiempo, el primero.

Por esto, también vosotros, ya que habéis resucitado con Cristo -aunque todavía no de hecho, pero sí ya esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu-, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria.

San Efrén (v. 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Sobre la efusión del Espíritu Santo
«Igual que el Padre me ha enviado a mi, así os envío yo a vosotros»

Los apóstoles estuvieron allí, sentados en el Cenáculo, en la cámara alta, a la espera del Espíritu. Estaban ahí, dispuestos como antorchas, a la espera de ser encendidas por el Espíritu Santo para iluminar toda la creación a través de su enseñanza…Estaban ahí, como los cultivadores llevando su semilla en el manto, esperando el momento en que recibirán la orden de sembrar. Estaban ahí, como marineros cuya barca está amarrada en el puerto al mando del Hijo y que esperan tener el dulce viento del Espíritu. Estaban ahí, como pastores que acaban de recibir su cayado de las manos del Gran Pastor de todo el redil y esperan que les sean repartidos los rebaños.
«Y empezaron a hablar en distintos idiomas según el Espíritu les concedía expresarse.» ¡Oh Cenáculo, artesa donde fue arrojada la levadura que ha hecho levantar el universo! Cenáculo, madre de todas las iglesias; Cenáculo, que ha visto el milagro de la zarza ardiente (Ex 3). Cenáculo que ha sorprendido Jerusalén con un prodigio mucho más grande que el del horno que maravilló a los habitantes de Babilonia (Dn 3). El fuego del horno quemó a los que estaban alrededor, pero protegió a los que estaban en medio de él; el fuego del Cenáculo reúne a los de fuera que desean verlo mientras reconforta a los que lo reciben. ¡OH fuego cuya visita es palabra, el silencio es luz, fuego que conduce los corazones a la acción de gracias!…
Algunos que se oponían al Espíritu Santo decían «estas personas han bebido del vino dulce, están ebrios.» Realmente decís la verdad, pero no es como creéis. Esto no es vino de viñas lo que hemos bebido. Es un vino nuevo que fluye del cielo.
Es un vino recién prensado sobre el Gólgota. Los apóstoles lo han hecho beber y han embriagado así toda la creación. Es un vino que ha sido prensado en la cruz.

Gregorio de Narek (ca. 944 † ca.1010), monje y poeta armenio
Libro de oraciones, nº 33
«Recibid el Espíritu Santo»

Todopoderoso, Bienhechor, Amigo de los hombres, Dios de todos.
Creador de los seres visibles e invisibles,
a Ti que salvas y fortaleces,
que cuidas y pacificas,
Espíritu poderoso del Padre…,
que compartes el mismo trono, la misma gloria,
la misma acción creadora del Padre…
Por ti, como intermediario, nos ha sido revelada
la Trinidad de Personas en la unidad de la naturaleza de la Divinidad;
Tú eres reconocido ser una entre estas Personas,
Tú, el incomprensible…

Tú has sido proclamado por Moisés, Espíritu de Dios (Gn 1,2):
aleteabas por encima de las aguas
envolviéndolo todo con una protección pavorosa, llena de solicitud,
has desplegado tus alas como signo de tu asistencia compasiva a favor de los recién nacidos,
y por ahí nos revelaste el misterio de la fuente bautismal…

Tú has creado, oh Señor Todopoderoso (cf Credo)
las naturalezas de todo cuanto existe,
de todos los seres salidos de la nada.
Por ti y a través de la resurrección son renovados
todos los seres creados por ti,
en el momento del último día de vida aquí abajo
y el primer día en la Tierra de los vivos.

El que tiene tu misma naturaleza,
Aquel que es consubstancial al Padre, el Hijo primogénito,
en una naturaleza como la nuestra, te ha obedecido como Padre suyo,
uniendo su voluntad a la tuya.
Te anunció como verdadero Dios,
igual y consubstancial a su Padre todopoderoso…
y cerró la boca a los que se te oponían
combatiendo contra Dios (cf Mt 12,28),
pero perdonando lo que iba contra él.

Justo e Inmaculado es el Salvador de todos,
que ha sido entregado a causa de nuestros pecados
y resucitado para nuestra justificación (Rm 4,25).
A él la gloria a través tuyo,
y a ti la alabanza con el Padre todopoderoso,
por los siglos de los siglos.
Amén

Himno al Espíritu Santo

EL HIMNO AL ESPIRITU SANTO

Ven Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles,
Llena de gracia celestial
Los pechos que tu creaste.

Te llaman Paráclito,
Don de Dios altísimo,
Fuente viva, fuego, amor
Y unción espiritual.

Tú, don septenario,
Dedo de la diestra del Padre,
Por El prometido a los hombres
Con palabras solemnes.

Enciende luz a los sentidos
Infunde amor en los corazones,
Y las debilidades de nuestro cuerpo
Conviértelas en firme fortaleza.

Manda lejos al enemigo,
Y danos incesantemente la paz,
Para que con tu guía
Evitemos todo mal.

Danos a conocer al Padre,
Danos a conocer al Hijo
Y a Ti, Espíritu de ambos,
Creamos en todo tiempo.

Que la gloria sea para Dios Padre,
Y para el Hijo, de entre los muertos
Resucitado, y para el Paráclito,
Por los siglos de los siglos. Amén.

ESPIRITU SANTO

El Espíritu es soplo, aliento, viento, fuego… es vida. Es curioso que la fiesta de Pentecostés, pase como un domingo más, cuando es Él, del que decimos que mueve la Iglesia y la comunidad. Pero no sólo eso, ya estaba en la creación, es el que encarna a Jesús en el seno de María, el que le impulsa al desierto, el que le unge para predicar la buena nueva a los pobres, el que lo resucita, el defensor que nos deja, en definitiva el que hace posible nuestra nueva vida en Cristo. Es el que nos hace hijos adoptivos de Dios y nos hace gritar: “¡Abba! (Padre)”.

El Espíritu es para la Iglesia, como la respiración. Inspira aire, reúne a los fieles, llena silenciosamente el interior del corazón, nos invita al recogimiento, el silencio, el discernimiento, la oración. Expira el aire, lanza a la comunidad al exterior, a los cuatro vientos, nos envía para que seamos en todas partes testigos, de que es posible superar el individualismo y compartir la misma fe, la misma mesa y el mismo lenguaje: el del amor, el del Reino. Por eso en la secuencia de hoy le pedimos: “¡Ven Espíritu Santo!”, en ocasiones no sé si con la boca pequeña, no vaya a ser que venga y “renueve la faz de la tierra”.

“Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”.

JUAN 21, 15-19

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (21, 15-19): facebook pq

15 Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».

16 Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». El le respondió: «Sí, Señor, saber que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».

17 Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

JUAN 21.17

18 Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras».

19 De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

ME AMAS

Juan Manuel de Prada (escritor, crítico literario y articulista español)

FUENTE: ADICIONES

Cuando Benedicto XVI explica “Pedro, ¿me amas?”

AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 24 de mayo de 2006

En griego existen dos verbos que designan la acción de amar: filéo, que expresa el amor de la amistad, tierno y entregado, pero no totalizador; y agapáo, que significa amar sin reservas, con una donación completa e incondicional a la persona amada. El evangelista Juan, cuando refiere el episodio de la aparición de Jesús resucitado a Pedro a orillas del lago Tiberíades, emplea ambos de un modo muy significativo y dilucidador. Podemos imaginarnos ese episodio como el encuentro de dos viejos amigos conscientes de la herida que se ha abierto en su relación, pero dispuestos a restañarla sinceramente, dispuestos a recibir y dar perdón, para que esa herida no ensombrezca el futuro de su amistad. Pedro sabe que, apenas unos días antes, cuando su amigo más lo necesitaba, lo ha traicionado por cobardía o por mero instinto de supervivencia, negándolo hasta tres veces después de prometerle lealtad absoluta. Y Jesús, por su parte, sabe que esa traición ha sido consecuencia de la debilidad de su amigo, consecuencia pues de la propia naturaleza humana; y sabe también que su amigo está avergonzado y mohíno por su falta de coraje. Entonces Jesús, dispuesto a olvidar ese desliz, le pregunta a bocajarro: «¿Me amas?».

El evangelista escribe agapâs-me; esto es: «¿Me amas con un amor completo e incondicional?». Es como si Jesús demandara a Pedro un amor superior al que hasta entonces le ha profesado, un amor que excluya las debilidades y que proclame una adhesión entusiasta, acérrima, tal vez sobrehumana. Nada hubiese resultado más sencillo para Pedro que responder agapô-se («te amo incondicionalmente»), satisfaciendo esa demanda de amor absoluto que Jesús le lanza; pero, consciente de sus limitaciones, consciente de que lo ha traicionado y de que en el futuro tal vez vuelva a hacerlo (aunque, desde luego, nada más alejado de su propósito), Pedro le responde con pudorosa y escueta humildad: Kyrie, filô-se; esto es: «Señor, te quiero al modo humano, con mis limitaciones». Podemos imaginar que la respuesta de Pedro por un segundo defraudaría a Jesús: ha ofrecido a su amigo su perdón sincero y algo más que su perdón, a cambio de que nunca más le vuelva a fallar; pero su amigo no desea defraudarlo con esperanzas vanas, no desea que Jesús le atribuya virtudes sobrehumanas. Entonces Jesús insiste y vuelve a usar el verbo agapáo: «¿Me amas más que éstos?», refiriéndose a los discípulos que se hallan junto a Pedro a orillas del lago. Esta segunda pregunta de Jesús debió de incorporar un matiz perentorio, incluso exasperado, algo así como: «Oye, te estoy preguntando que si me amas a muerte, no me vengas con medias tintas». Pedro sin duda captó ese tono requirente, tal vez incluso enojado de Jesús; y algo debió de temblar dentro de él, tal vez el miedo a decepcionar a su amigo; y no parece improbable que su respuesta tuviese un tono compungido, desfalleciente, lastimado, temeroso de recibir una reprimenda. Pero así y todo volvió a emplear el verbo filéo: «Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas».

Entonces Jesús vuelve a interpelarlo por tercera vez, como tres habían sido las veces que su amigo lo había negado, en la noche amarga; pero, para sorpresa de Pedro, que ya estaría esperando un chaparrón de maldiciones e invectivas, Jesús emplea ahora el mismo verbo al que Pedro se había aferrado antes: Fileis-me? Es un momento de gran fuerza conmovedora, porque Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta como es, que lo abraza también en el tropiezo y en la caída, afirma con alivio, con decisión, con alborozo: «Sabes que te quiero» (filô-se).

Y fueron amigos para siempre. Tal vez porque el amor más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias.

SI QUIERES CONOCER A UNA PERSONA

San Agustín de Hipona, Sermón Güelferbitano 16 (2-3: PLS 2, 580-581)
Interrogando a Pedro, el Señor nos interroga a todos

Cuando oyes decir al Señor: «Pedro, ¿me amas?», considera esta pregunta como un espejo y mira de verte reflejado en él. Y para que sepáis que Pedro era figura de la Iglesia, recordad aquel texto del Evangelio: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos. Las recibe un solo hombre. Y cuáles sean estas llaves del reino de los cielos, lo explicó el mismo Cristo: Lo que atareis en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desatareis en la tierra, quedará desatado en el cielo. Si sólo a Pedro se le dijo, sólo Pedro lo hizo; murió Pedro y se fue: ¿quién ata?, ¿quién desata? Me atreveré a decirlo: estas llaves las tenemos también nosotros. Pero ¿qué es lo que digo? ¿Que nosotros atamos?, ¿que nosotros desatamos? Atáis también vosotros, desatáis también vosotros. Porque es atado quien se separa de vuestra comunidad, y, al separarse de vuestra comunidad, queda atado por vosotros. Y cuando se reconcilia, es desatado por vosotros, porque también vosotros rogáis a Dios por él.

Todos efectivamente amamos a Cristo, somos miembros suyos; y cuando él confía su grey a los pastores, todo el colegio de los pastores pasa a formar parte del cuerpo del único pastor. Y para que comprendáis cómo todo el colegio de pastores se integra en el cuerpo del único pastor, pensad: ciertamente Pedro es pastor y plenamente pastor; pastor es Pablo y pastor en el sentido pleno de la palabra; Juan es pastor, Santiago es pastor, Andrés es pastor, y los demás apóstoles son realmente pastores. Entonces, ¿cómo se veríficará aquello de: Habrá un solo rebaño, un solo pastor?

Ahora bien, si es cierto aquello de que habrá un solo rebaño, un solo pastor, es que todo el inmenso número de pastores se reduce al cuerpo del único pastor. Pero en él estáis también vosotros, pues sois miembros suyos.

Estos son los miembros que oprimía aquel Saulo, primero perseguidor, luego predicador, echando amenazas de muerte, difiriendo la fe. Una sola palabra dio al traste con todo su furor. ¿Qué palabra? Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué podía hacer al que estaba sentado en el cielo?, ¿qué daño podrían hacerle las amenazas?, ¿qué daño podrían hacerle los gritos? Nada de esto podría ya afectarle, y sin embargo clamaba: ¿por qué me persigues? Cuando decía: ¿por qué me persigues? declaraba que nosotros somos miembros suyos. Así pues, el amor de Cristo, a quien amamos en vosotros; el amor de Cristo, a quien también vosotros amáis en nosotros nos conducirá, entre tentaciones, fatigas, sudores, miserias y gemidos, allí donde no hay fatiga alguna, ni miseria, ni gemidos, ni suspiros, ni molestia; donde nadie nace, ni muere; donde nadie teme las iras del poderoso, porque se adhiere al rostro del Todopoderoso.

Échale una mirada al espejo

Beato Charles de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara, Carta del 15-07-1916
“Perdónale”

El amor consiste no en sentir que se ama, sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en un tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor: hay que llorar como san Pedro, arrepentirse como san Pedro, humillarse como él, como él decir también tres veces: “Yo os amo, os amo, vos sabéis que a pesar de mis debilidades y pecados, os amo” (Jn 21,15s).

En cuanto al amor que Jesús nos tiene, nos lo ha probado suficientemente como para que creamos en él sin sentirlo: sentir que le amamos y que nos ama, sería el cielo; el cielo no es, salvo raros momentos y raras excepciones, para aquí abajo.

Recordemos con frecuencia la doble historia de las gracias que Dios nos hizo personalmente desde nuestro nacimiento y el de nuestras infidelidades; encontraremos… allí el motivo para perdernos en una confianza ilimitada en su amor. Nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos buenos; ¿Acaso las madres no aman a sus hijos descarriados? Así encontraremos cómo profundizar en la humildad y la desconfianza en nosotros mismos. Procuremos redimir un poco nuestros pecados por el amor al prójimo, por el bien hecho al prójimo. La caridad hacia el prójimo, los esfuerzos por hacer el bien a otros son un remedio excelente que hay que utilizar ante las tentaciones: es pasar de la simple defensa al contraataque.

JUAN 17, 11b-19

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (17, 11b-19): facebook pq

11 Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

12 Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

13 Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.

14 Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.

JUAN 17.15

16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

17 Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

18 Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.

19 Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.

VERDAD

Este capítulo de Juan se suele llamar la «oración sacerdotal» de Cristo a su Padre. Ya venían a darle implícitamente este nombre San Cirilo de Alejandría y Ruperto de Deutz 2. Pero quien vino a denominarlo así fue el luterano Chytraeus (Kochhafe, 1600), que había titulado este capítulo 17 con el nombre de «Oración del Sumo Sacerdote» (Praecatio Summi Sacerdotis).

Sin embargo, no responde con exactitud al contenido si para ello se exige que el sacerdote ofrezca explícitamente su sacrificio, ya que el concepto de sacrificio sólo se toca aquí incidentalmente y de una manera velada (v.19). Por eso, son varios los autores que la titulan «Oración de Cristo por la unidad de la Iglesia.»

En todo caso, si en Getsemaní se acusa preferentemente la víctima, al estar de rodillas, tocando con su rostro en tierra, oprimido y agobiado, aquí es por excelencia oración de sacerdote, ya que para esto no es necesario el que acuse su valor sacrificial.

¿Dónde fue pronunciada esta oración? ¿En la misma sala del cenáculo? ¿En qué momento? No se dice. Ya se sabe que el capítulo 18 entronca inmediatamente con el 14:31. «La oración dicha sacerdotal (Jn 17:1-24) se desarrolla al modo de las grandes oraciones de la comunidad cristiana» (Mollat).

JUAN 17.15

 Carta a Diogneto (c 200)
§ 5-6; PG 2, 1174B-1175C
“No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno.”

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vivir. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña… viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes.
Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria… Son ultrajados y ellos bendicen… Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en el cuerpo.

 

JUAN 17, 1-11a

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (17, 1-11a): facebook pq

1 Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,

2 ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.

3 Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.

juan-17-1-3

4 Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.

5 Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.

6 Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.

7 Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,

8 porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.

9 Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.

10 Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.

11 Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

JUAN 17-9

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el nuevo Testamento (PG 51, 34-35)
La cruz es voluntad del Padre, gloria del Hijo, gozo del Espíritu Santo

Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo. Llama gloria a la cruz. Y ¿cómo es que aquí la rehúye y allí la urge? Y que la gloria sea la cruz, escucha cómo lo atestigua el evangelista cuando dice: Todavía no se había dado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado. El sentido de estas palabras es el siguiente: Todavía no se había dado la gracia, porque aún no se había extinguido el odio de Dios hacia los hombres, puesto que todavía Cristo no había subido a la cruz. La cruz extinguió el odio de Dios hacia los hombres, reconcilió a Dios con los hombres, hizo de la tierra un cielo, mezcló a los hombres con los ángeles, destruyó la fortísima ciudadela de la muerte, debilitó el poderío del diablo, liberó a la tierra del error, fundó iglesias.

La cruz es voluntad del Padre, gloria del Hijo, gozo del Espíritu Santo, orgullo de Pablo: Dios me libre —dice— gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. La cruz es más brillante que el sol, más espléndida que sus rayos: pues cuando aquél se oscurece, ésta resplandece; y si se oscurece el sol, no es porque se le quite de en medio, sino porque es anulado por el esplendor de la cruz. La cruz rasgó el protocolo que nos condenaba, inutilizó la cárcel de la muerte; la cruz es indicio de la divina caridad. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él.

La cruz abrió el paraíso, introdujo en él al ladrón, y, al género humano que estaba destinado a la perdición y que no era ni siquiera digno de la tierra, lo condujo al reino de los cielos. Siendo tantos los bienes que nos vinieron y nos vienen por el beneficio de la cruz, ¿cómo es que no quiere ser crucificado? Pero, por favor, ¿quién ha dicho semejante cosa? Si es que no quería, ¿quién le obligaba a ello? ¿Quién le forzó a ello? ¿Para qué envió por delante a los profetas anunciando que había de ser crucificado, si realmente no iba a ser crucificado y no quería sufrir esta ignominia? ¿Por qué llama cáliz a la cruz, si en verdad no quería ser crucificado? Porque esto es propio del que manifiesta los grandes deseos que tenía de padecer. Pues así como el cáliz es agradable para los que tienen sed, así lo es para él el ser crucificado. Por eso decía: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros; y no lo decía porque sí, sino porque el día siguiente había de padecer el suplicio de la cruz.

Ahora bien, ¿por qué el mismo que llama a la cruz gloria y reprende al discípulo porque intenta disuadirlo del camino de la cruz, que se muestra como el buen pastor desde el momento que se deja matar por sus ovejas, que dice desear la cruz y encaminarse libremente a ella, por qué —repito— ruega que esto no suceda?

San Agustín, obispo
Sermón sobre el evangelio de san Juan
Serm. n. 104-105
«Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique» (Jn 17,1)

Hay gente que piensa que el Hijo ha sido glorificado por el Padre en aquello que no le ahorró, ya que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32). ¡Pero si ha sido glorificado en su Pasión, cuánto más en su resurrección! En su Pasión, su humildad aparece más que su esplendor…

Con el fin de que “el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús ” (1Tm 2,5) sea glorificado en su resurrección, primero ha sido humillado en su Pasión… Ningún cristiano duda de eso: es evidente que el Hijo ha sido glorificado según la forma de esclavo, que el Padre lo resucitó e hizo sentar a su derecha (Fl. 2,7; Hch. 2,34).

Pero el Señor no dice solo: “Padre, glorifica a tu Hijo”, añade: “para que tu Hijo te glorifique”. Preguntamos, y con razón, cómo el Hijo glorificó al Padre… En efecto, la gloria del Padre, en sí misma, no puede crecer ni disminuir. Era menor, sin embargo, cerca de los hombres cuando Dios se manifestó “en Judea” y “sus siervos alababan el nombre del Señor de la salida del sol hasta su ocaso” (Sal. 75,2; 112,1-3). Esto se produjo por el Evangelio de Cristo que hizo conocer a las naciones al Padre por el Hijo: así el Hijo glorificó al Padre.

Si el Hijo sólo hubiera muerto y no hubiera resucitado, no habría sido glorificado ni por el Padre ni el Padre por él. Ahora, glorificado por el Padre en su resurrección, él glorifica al Padre por la predicación de su resurrección. Esto aparece en el mismo orden de las palabras: “Padre, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique”, como si dijera: “Resucítame, para que por mí, tú seas conocido en todo el universo”… Desde entonces, Dios es glorificado cuando la predicación hace que lo conozcan los hombres y cuando aceptado por la fe de los que creen en él.

San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
Comentario al Evangelio de Juan
n. 11,7 : PG 74, 497-499
«He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo» (Jn 17,6)

El Hijo ha dado a conocer el Nombre del Padre no tan sólo revelándolo y dándonos una enseñanza exacta sobre su divinidad –porque todo esto ya se había proclamado, a través de la Escritura inspirada, antes de la venida del Hijo- sino también enseñando que no solamente es verdadero Dios, sino también verdadero Padre, y calificado verdaderamente así al tener en sí mismo y engendrando fuera de sí mismo a su Hijo, coeterno con su naturaleza.

El nombre de Padre es propiamente más adecuado a Dios que el nombre de Dios: éste es un nombre de dignidad, aquél significa una propiedad substancial. Porque decir Dios es decir el Señor del universo. Pero el que le da el nombre de Padre precisa la propiedad de la persona: quiere decir que es él el que engendra. Que el nombre de Padre es más propio y más adecuado que el de Dios, el mismo Hijo nos lo enseña por el uso que hace de él. No dijo a veces; «yo y Dios» sino: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Y dijo también: «Es el Hijo a quien el Padre, Dios, ha sellado con su sello» (Jn 6, 27).

Pero cuando dijo a sus discípulos que bautizaran a todas las naciones, dijo expresamente que se hiciera, no en el nombre de Dios, sino en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

San Francisco de Asís
Carta a los fieles

“¡Oh, cuán glorioso y santo y grande, tener en los cielos un Padre! ¡Oh, cuán santo, tener un esposo consolador, bello y admirable! ¡Oh, cuán santo y cuán caro tener tal hermano y tal hijo, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, el que dió su vida por sus ovejas (cf Jn 10, 15) y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado (Jn 17, 11). Padre, todos los que me diste en el mundo, eran tuyos y me los diste (Jn 17, 6).

Y las palabras que me diste, les di; y ellos las recibieron y conocieron verdaderamente, que salí de ti y creyeron qe tú me enviaste (Jn 17, 8); ruego por ellos y no por el mundo (cf Jn 17, 9); bendícelos y santifícalos (Jn 17, 17) Y por ellos me santifico a mí mismo, para que sean santificados en (Jn 17, 19) la unidad, coma también nosotros (Jn 17, 11) lo somos. Y quiero, Padre, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17, 24) en tu reino (Mt 20, 21).

Mientras que a aquel, que tanto ha aguantado por nosotros, tantos bienes ha traido y traerá en el futuro, toda criatura que hay en los cielos, en la tierra, en el mar y en los abismos, dé en retorno alabanza, gloria, honor y bendición (cf Apoc 5, 13), porque él es fuerza y fortaleza nuestra, el que es sólo bueno, sólo altísimo, sólo omnipotente, admirable, glorioso y sólo santo, laudable y bendito por infinitos siglos de los siglos. Amén.

DIVINIDAD PLATON

San Justino filósofo y mártir
Diálogo con Trifón
2-4, 7-8 : PG 6, 478-482; 491
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3)

Mi alma ansiaba conocer lo que es propio y principio de la filosofía… El conocimiento inteligente de las cosas inmateriales me cautivaba por completo. La contemplación de las ideas daba alas a mi pensamiento. Durante algún tiempo me creía ser un sabio, y tan estúpido era que esperaba ver a Dios dentro de nada, ya que éste es el fin de la filosofía de Platón. En este estado espiritual…me acercaba a un lugar aislado donde creía encontrarme solo cuando me di cuenta que un anciano me seguía los pasos…

¿Qué es lo que te ha conducido hasta aquí?– me preguntó.
–Me gusta este paseo-…es muy adecuado para la meditación filosófica….
¿Es, pues, en la filosofía que se encuentra la felicidad?– me preguntó.
–Ciertamente, le contesté, y sólo en ella
… ¿A qué llamas tu Dios?
–Lo que siempre es idéntico a sí mismo y que da el ser a todo lo que existe, esto es Dios. –¿Cómo pueden los filósofos hacerse una idea justa de lo que es Dios si no lo conocen, no lo han visto jamás ni lo han oído?
Yo respondí:
La divinidad no es visible a nuestros ojos como los demás seres, sólo se accede a él por medio de la inteligencia, como dice Platón. Estoy de acuerdo con él.

-Hace mucho tiempo, dijo el anciano, hubo hombres mucho más antiguos que estos pretendidos filósofos, hombres felices, justos, amigos de Dios. Hablaban bajo la inspiración del Espíritu de Dios y presagiaron un futuro, realizado ahora. Se llaman profetas. Ellos han visto la verdad y la han anunciado a los hombres… Los que leen sus profecías pueden, si tienen la fe, sacar mucho provecho…Eran testigos fieles de la verdad… Han glorificado al creador del universo, Dios y Padre y han anunciado al que él envió, Cristo su Hijo… Y tú, antes que nada, pide para que se te abran las puertas de la verdad, ya que nadie puede ver ni comprender si Dios o su enviado, Cristo, no se lo da a comprender….

Ya no le vi más. Pero, de repente, un fuego se encendió en mi alma. Quedé prendado del amor a los profetas, a aquellos hombres amigos de Cristo.

Reflexionando sobre las palabras del anciano, reconocí que ésta era la filosofía única, provechosa y segura.

El resplandor de Dios es la luz de vida y de conciencia que revela la divinidad